Revista Pareja

¿Nos aíslan o nos aislamos?

Por Cristina Lago @CrisMalago
¿Nos aíslan o nos aislamos?

Boredom, Family not talking, surfing internet and texting

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El auge de prácticas como el phubbing, la adicción a las redes sociales y el mal uso de la tecnología sólo son los síntomas de uno de los grandes problemas de nuestra época: la desconexión masiva.

Todos podemos observar una escena común de todos los veranos en cualquier playa o piscina: un grupo de adolescentes están tumbados, situados muy cerca los unos de los otros. El silencio es sepulcral. Al aproximarte, ves que cada uno de ellos está inmerso en su teléfono móvil. Esta imagen es la definición perfecta de la inmensa paradoja de la vida actual: nunca, teniendo tantas posibilidades de estar tan cerca, hemos estado tan lejos los unos de los otros.

Posiblemente, a muchas personas no les llame demasiado la atención este tipo de escenarios: estamos acostumbrados, por ejemplo, a estar en una reunión de amigos y que alguien ande más metido en su móvil que la interacción real. Cabe pensar que debe estar aburrido y deseando estar en un lugar diferente, pero la ironía de todo esto es que si estuviera en ese otro lugar, con esas otras personas, estaría chateando con la gente que está ignorando en esos momentos.

La cosa se agrava aún más cuando pasamos del grupo, al tú a tú. Es relativamente sencillo desviar la atención en una reunión con varias personas, pero cuando te encuentras la misma situación en un tête-á-tête (ya sea una cita, un encuentro con una amistad, un momento en pareja o con los hijos, etcétera…) la escapatoria se complica. No cabe otra que esperar a que el interlocutor de turno termine con sus menesteres virtuales o bien encarar un posible conflicto con dicha persona. Normalmente solemos optar por lo primero, si bien ya continuemos la velada con una tensión inherente que impide recuperarse del todo del ninguneo.

Nuestra relación con los teléfonos móviles es sólo la cara visible de una situación que se repite constantemente y que estropea de forma invariable nuestra manera de relacionarnos: el estar en cualquier parte, menos en donde realmente está nuestro cuerpo de carne y hueso. No disfrutamos de nuestros amigos, de nuestros hijos, de nuestros padres o de nuestras parejas, precisamente porque no estamos ahí y esas relaciones a las que nosotros mismos hemos restado atención, intensidad y energía van perdiendo cada vez más fuelle – llenándose cada vez más de ausencia- hasta que desaparecen en el mismo agujero negro de aburrimiento autoinducido en el que nosotros las metimos.

El uso del diversas estrategias inconscientes para huir de las situaciones y relaciones del presente, está relacionado con una tendencia social cada vez mayor hacia la evitación. No es necesario hacer phubbing para escabullirse de la vida real: las mismas personas que se acostumbran a estar perdidas en el móvil durante una reunión (por ejemplo), pueden utilizar la televisión, la comida, el trabajo after hours o cualquier otro tipo de compulsión que sirva para huir de la incomodidad de estar con uno mismo y los demás, en tiempo presente. A la demanda de quien nos solicite mayor presencia, contestamos es que estoy muy ocupado. Ocupados estarían en el siglo XIX, levantándose a las 5 de la mañana para trabajar en el campo, criando 9 hijos y haciendo la colada a mano todos los días. La mayoría de nosotros en el siglo XXI, presumimos de más ocupación de la que realmente tenemos.

A menudo, todas estas conductas evitativas esconden un proceso depresivo y a su vez, lo acrecientan.

No es de extrañar, pues, que tantos adolescentes – ya nativos digitales – reporten ya problemáticas de salud mental complejas desde edades muy tempranas. Los adultos tampoco nos libramos, pudiendo pagar un dineral por cursillos de mindfulness y similares, mientras somos incapaces de apagar el móvil mientras dormimos o dejarlo de lado cuando nos vamos de vacaciones. Pues entonces ¿qué esperamos? Cualquier cosa, menos coherencia.

Tenemos la consciencia de que la plenitud en las relaciones humanas tiene que ver con el contacto, la cercanía y la calidad en la manera en que interactuamos. Esta consciencia es aún mayor después de haber vivido una pandemia que nos ha limitado todo esto durante un largo tiempo. No obstante, para que las relaciones que nos rodean sean nutritivas, es necesario permitir que se desarrollen, cultivarlas y dedicarles atención y constancia. Esto no sucede rápidamente y además implica esfuerzo, por lo que a veces sentimos la tentación de atajar el procedimiento fomentando conexiones rápidas que llenen el hambre del momento. La tragedia de todo esto es que al final, estamos renunciando a una comida completa y saludable para atiborrarnos a Burger king que no van a ninguna parte y que acaba dejándonos vacíos, insatisfechos y aún encima, más gordos.

Muchas personas nos preguntamos si este modelo de hiperconexión adictiva acabará siendo tan extenso y excesivo que devore la verdadera interacción humana. Quizás ya seamos nosotros los dinosaurios a extinguir de un futuro en el que todo, desde comer, hasta hacer el amor, se tenga que hacer a través de una pantalla, como preconizaban en la estupenda Demolition Man.

¿Estará alguna vez preparado el cerebro humana para una completa inmersión en lo virtual? Quizás sea una especie de solución inevitable para este planeta plagado de gente con miedo de tocar el alma de alguien, o de que alguien se la toque. No obstante, es comprobado en la actualidad que desconectarnos de lo real acaba cobrando un precio alto en nuestras vidas. No sólo porque en la mayoría de los casos, la desconexión deja de ser un hábito y acaba siendo un adicción – con todo lo que conlleva- , sino porque la pérdida progresiva de vivencias de carne y hueso nos hunde en la insensibilidad y en la asepsia afectiva, promoviendo que nos veamos los unos a otros en ese rol de productos de consumo intercambiables y anónimos. Para adaptarnos a esta manera de funcionar y que no nos afecte, tendríamos que ser robots o cadenas de supermercados.

Me siento solo/a, no tengo amigos, nadie me comprende…son quejas comunes entre personas que sin embargo, tienen la agenda repleta de contactos. Cualquiera que se plantee estas inquietudes, debería acompañarlas de otras cuestiones: ¿Me molesto yo en llamar a alguien o en interesarme en cómo está? ¿Me he preocupado en desarrollar habilidades sociales? ¿Valoro y cuido a las personas que sí están? En definitiva: ¿DOY LO QUE PIDO?

Centrarse en lo que tenemos cerca, vivir el presente, va más allá de hacer meditación o pegarse dos juergas cada fin de semana. Se trata de afrontar conscientemente cada momento, sea alegre, feliz, aburrido, doloroso o incómodo, con el fin de conocernos a nosotros mismos en todas nuestras facetas y desarrollar cualidades tan esenciales para nuestro equilibrio como la creatividad, la resiliencia o el autoconocimiento. Si bien todos pasamos por épocas que podemos caer en compulsiones y desconexiones, no olvidemos que prolongarlas y alimentarlas sólo nos sirve para acabar estancándonos en esas zonas de confort donde luego nos lamentamos de que nuestra vida no nos llena, pero no sabemos que hacer para solucionarlo. Es lógico que la vida no te llene, si la vives con constantes distracciones e interrupciones.

Hay una verdad última en cualquier mecanismo que usemos para no estar en el presente: el hecho de que hacer todo esto nos impide crear nuestra propia energía vital. Si no creamos energía, la buscaremos en otras personas. Si las otras personas tampoco generan energía porque están como nosotros, generaremos dinámicas tóxicas. Y una sociedad repleta de personas que no generan energía, sólo pueden aspirar a intercambios tan intensos como efímeros, que conducen indefectiblemente a reencontrarse con su propio vacío.

La próxima vez que estés haciendo algo potencialmente interesante e importante y notes que algo te empuja a sacar tu móvil, buscar una distracción o evadirte de una situación, te propongo en cambio un ejercicio: déjate vivir la incomodidad que sientes, permite que vengan los pensamientos y emociones y vive ese momento tal y como esté siendo.

Quizás descubras cosas que ni te imaginas.

Cuando al final de la vida, la mayoría de los hombres miren hacia atrás, descubrirán que han vivido ‘ad ínterin.’ Se sorprenderán al ver que aquello que han dejado escurrirse sin apreciarlo, ni disfrutarlo, fue, precisamente, su vida. (Arthur Schopenhauer)


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