FRAGMENTO LITERARIO: NOTAS EN UN DIARIO
El oso
RICARDO PIGLIA 21/05/2011MartesHan visto un oso en el bosque, al costado de una hondonada, no lejos de aquí. Era una mancha entre los árboles, una niebla en el aire. Se abrió paso y apareció en un descampado, en el borde de Mountain Avenue. Alzado en dos patas, alterado por el ruido de los automóviles, con un brillo asesino en los ojos, se movió en círculos y por fin se alejó hacia la espesura.Me hizo acordar al oso de un circo ambulante que se instaló en un baldío en los fondos de mi casa, en Adrogué, cuando yo era chico. Lo observé durante horas desde el cerco de ligustro. Atado con una cadena, también se movía en círculos y a veces lo escuchaba aullar en la noche.El circo cerraba la función con un espectáculo teatral. Las obras eran adaptaciones de piezas costumbristas y de radioteatros populares. Los actores le pidieron prestado unos muebles a mi madre para armar el decorado. Cuando asistí a la representación, los sillones de madera clara del jardín de casa que aparecían en el escenario me impidieron creer en lo que veía. El oso merodeando en las cercanías del campus me produce el efecto inverso.MiércolesEstoy leyendo Letters de Saul Bellow. Escritas entre 1932 y 2005 las cartas se pueden ver como la historia de un escritor que construye -o inventa- su propia tradición.Bellow es el primer traductor de Isaac Bashevis Singer al inglés (el relato Gimpel, the fool, traducido por él, se publica en Partisan Review en 1952) pero se distancia del retrato realista de las víctimas (los schimazl) y los grises hombres vencidos de la tradición judía a la Bernard Malamud."En alguna parte de mi sangre judía e inmigrante hay claras huellas de duda sobre si tengo o no derecho de ser un escritor", dice Bellow. El momento de ruptura fue Las aventuras de Augie March (1953) donde encuentra su voz y descubre que no tiene porque forzarse a escribir "siguiendo las reglas de nuestro querido establishment blanco, anglosajón y protestante como si yo fuera un inglés o un colaborador de The New Yorker".El héroe de sus grandes novelas es un intelectual: lo que importa no es cómo la realidad construye la conciencia de los personajes, sino cómo la conciencia de los personajes define -y da forma- a la realidad. Herzog es el punto más alto en esa línea.Entre nosotros el que realiza esa operación de ruptura es Roberto Arlt: escribía en contra de la tradición central y por eso inaugura un modo nuevo de hacer literatura. Su hija, Mirta Arlt, lo ha definido con claridad: "Mi padre era amigo de Güiraldes, que era un señor paquetísimo, pero mi padre no tenía ninguna aspiración de parecerse a la gente paquetísima a la que en el fondo despreciaba. Entre otras cosas porque a la gente paquetísima le parecía que a un hijo de inmigrantes no le correspondía ser escritor sino guardiacárcel".Ilustración de Fernando Vicente
JuevesEmpecé a ir al gimnasio. La categoría en el boxeo no se define por la edad sino por el peso. He sido un welter (66 kilos) pero ahora soy un peso mediano (72 kilos). Los que se entrenan aquí son chicos de catorce o quince años que se preparan para los Golden Gloves. Algunos sin embargo vienen a fortalecer su brazo para los lanzamientos de bola rápida del béisbol. Practican el jab y el directo contra la bolsa de arena y ejercitan el impulso del hombro y el giro del cuerpo para poder lanzar la bola a cien millas por hora sin desgarrarse. La rutina de los ejercicios sigue el ritmo de las peleas: tres minutos de entrenamiento riguroso y uno de descanso.El instructor es un viejo cubano exiliado que dice haber sido campeón pluma en unos remotos campeonatos socialistas de boxeo en Moscú. Mulato y muy tranquilo, es admirador de Kid Gavilán y de Ray Sugar Leonard. En el pugilato, dice, el estilo depende de la vista y de la velocidad, es decir, de lo que él llama, "científicamente", la visión instantánea.Todos sospechan que vine acá para escribir una crónica sobre los gimnasios y me cuentan sus historias. Varios dicen ser conocidos de la novelista Joyce Carol Oates que ha escrito un buen libro sobre el box y a quien, con simpatía, llaman Olivia por su parecido con la mujer de Popeye.ViernesReleo el Journal de Stendhal. Recuerdo la visita a la biblioteca de Grenoble con Michel Lafon. En los sótanos tuve acceso al original del Diario. La encargada de los manuscritos era una figura stendhaliana, una mujer severa y atractiva, de un erotismo helado, que trajo el cuaderno sobre un almohadón de terciopelo rojo. Tuve que calzarme un par de guantes de látex blanco para poder tocar las páginas mientras sentía la respiración de la dama francesa a mis espaldas.Stendhal acompaña con dibujos y bocetos las escenas que narra en su Diario. Cuenta una cena con amigos y luego hace un croquis minucioso de la sala y de la disposición de los comensales sentados a la mesa. Tenía una imaginación espacial, cartográfica. Basta recordar la panorámica del pueblo de Verrières en el comienzo de Rojo y Negro.Anota en el Diario, el 23 de agosto de 1806: "He aquí la razón por la que creo tener algún talento: observo mejor que nadie, veo más detalles, veo con más justeza, incluso sin necesidad de fijar la atención...". El Diario de Stendhal, otro ejercicio de "visión instantánea".SábadoLa primera traducción al chino de Don Quijote fue obra del escritor Lin Shu y de su ayudante Chen Jialin. Como Lin Shu no conocía ninguna lengua extranjera, su ayudante lo visitaba todas las tardes y le contaba episodios de la novela de Cervantes. Lin Shu la traducía a partir de ese relato. Publicada en 1922, con el título de La historia de un caballero loco, la obra fue recibida como un gran acontecimiento en la historia de la traducción literaria en China. Sería interesante traducir al castellano esa versión china del Quijote. Por mi parte, me gustaría escribir un relato acerca de las conversaciones entre Lin Shu y su ayudante Chen Jialin mientras trabajan en su transcripción imaginaria del Quijote.DomingoEl suicidio de Antonio Calvo, encargado de la enseñanza de la lengua española en Princeton University, ha producido una conmoción en la comunidad académica. Tres días antes de su trágica muerte, Calvo había sido cesanteado por la administración, que no solo decidió la suspensión inmediata de sus clases sin mediar explicación alguna, sino que envió a un guardia de seguridad a bloquearle el acceso a su oficina, como si se tratara de un merodeador peligroso.Las autoridades utilizaron para tomar su decisión las observaciones y opiniones vertidas en algunas de las cartas de evaluación pedidas por la administración a estudiantes y a colegas de Calvo. Lo que está en juego en este penosísimo acontecimiento no es el contenido de esas cartas -que habitualmente circulan en los procesos de evaluación, multitudinarias y kafkianas-, sino el modo de leerlas. En los diez años de trabajo de Calvo en la universidad no hubo un solo hecho que justificara esa decisión: se trató básicamente de una cuestión de interpretación de metáforas, dichos y estilos culturales.Los académicos encargados de leer las cartas actuaron como aquel campesino del cuento clásico que interrumpe una obra de teatro para avisarle al héroe de que se encuentra en peligro. Antonio Calvo era un joven intelectual español, formado en los debates de la transición democrática en su país. Nada explica un suicidio, pero nada explica tampoco la decisión arrogante de los encargados de juzgar a colegas que pertenecen a tradiciones culturales diferentes a las que dominan en la academia norteamericana.Los héroes de la tragedia clásica pagaban con su vida la comprensión equivocada de la palabra oracular, en la actualidad son otros quienes leen tendenciosamente los textos que cifran los destinos personales. La significación de las palabras -diría alguno de los discípulos de Wittgenstein que abundan en el campus- depende de quien tenga el poder de decidir su sentido.LunesEl pianista que vive enfrente, del otro lado de la calle, ensaya todas las tardes la última sonata de Schubert. Avanza un poco, se detiene, y vuelve a empezar. Sensación de una ventana que tarda en abrirse. Hoy lo he visto, de pie frente a su auto, el capot levantado, en estado de quietud. De vez en cuando se inclinaba y escuchaba el sonido del motor en marcha. Volvía a erguirse y persistía, inmóvil, en su espera, indescifrable y tranquila.© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200