Revista Cultura y Ocio
Ya sé que soy el interrogante, el obrero de algunas de tus inquietudes y cada una de las arterias de tu corazón delicado.
Sé que soy testarudo, que no escucho algunas de las razones, y que te indigna que no escuche lo que me dice el espejo.
Sé que muchas veces desearías que fuera barro templado para modelarme entre tus dedos y, sin embargo, otras, te he sorprendido tasando mi rebeldía y mi rectitud.
Sé que a veces soy tu divisoria entre el bien y el mal, tu parábola sin moralina, tu Peter Pan con aletas de buceador y sé, créeme que lo sé, lo latoso que llega a resultarte
mi nerviosismo nocturno.
Pero jamás olvides que, sobre todo, soy la piel leve sobre la que descansas cada día, la tierra fecunda en la que brotan tus sueños y la sonrisa que, cada mañana,
intenta alumbrar tu día.
Soy tu príncipe y tu rana, tu cielo y tu mar. Yo pretendo ser tu todo, amor de mi vida, no lo olvides, porque soy aquel que se mantiene cuando ya no hay nada.
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No permitas que me vaya a la cama sin una de tus miradas.
Que lo último que me escolte cada noche sea el vapor que se almacena en el espejo de tus ojos de almendra, el aleteo tu voz.
Quiero que me agarres de la mano y me lleves al lugar donde el mundo gira sin acordarse de nosotros.
Sigue mirándome , Silvia. No me sueltes.
Cuéntame los sueños que flotan en el aire como la luz que se escurre entre tus dedos.
Estrecha mi mano, por favor Silvia. Tengo mucho miedo.
Cuéntame un cuento donde estén todos los finales felices y yo pueda arrojarlos al corazón lacrado de tu amor; de aquella ocasión en la que escondiste el sol tras tus ojos. Quédate a mi lado.
Continua hablándome, Silvia.
Llévame contigo a tus sueños aterciopelados, mientras mis ojos se ocultan y todo se apaga, se apaga, se paga...
A Silvia Rojas López
Michel Manuel Canet