Ilustraciones de Sara Morante
Traducción de Gabriela Bustelo
Un clásico de culto donde el ingenio y el humor, salpicados de momentos de profunda melancolía, alcanzan cotas de ironía y mordacidad insospechadas.
Sin perder un ápice de su habitual ingenio y su encanto particular, Mark Twain nos presenta en este breve relato cómico los avatares y problemas que generan la vida en pareja y la convivencia, no siempre fácil, aunque sea en el Paraíso. A través de los relatos paralelos de los padres de la humanidad, y con un texto que combina en igual medida diversión y profundidad, primero Adán y luego Eva nos hacen partícipes de unas cuitas que, a decir verdad, no son muy distintas de las de cualquier relación de nuestro tiempo.
Me construí un refugio contra la lluvia, pero no pude disfrutar de él, porque la criatura nueva se entrometió una vez más. Cuando intenté echarla, se puso a soltar agua por los dos orificios con los que ve y luego se la intentó secar con el dorso de las patas, mientras emitía un ruidillo molesto, parecido al que hacen otros animales cuando se hallan en apuros. Me conformaría con que parase de hablar: ¡se pasa la vida hablando! Esto puede parecer un burdo intento de menospreciar a la pobre criatura o de insultarla, pero no es esa mi intención. Jamás en mi vida había oído una voz humana, y todo sonido nuevo y extraño que perturbe el solemne silencio de estas soledades de ensueño es una ofensa para mis tímpanos, pues rechina como una nota discordante. Además, el murmullo constante de la criatura se me hace raro, porque hasta ahora estaba acostumbrado a ruidos más bien distantes y este lo escucho muy cerca de mí: me llega por encima del hombro, primero pegado a un oído y después al otro.