El presidente chileno Sebastián Piñera y Cecilia Morel en La Moneda, en 2018.
(Lecturas en voz alta). Mientras nos enzarzamos en estériles polémicas exhumantes o en esa vieja trashumancia de acémilas y pollinos que son las reyertas tribales, el «mundo de verdad» no para de hurtarnos lo poco de alma que nos queda, después de haber saqueado todos los demás recursos. Esa es, creo, la música de fondo de este lúcido artículo del gran Enric González (al que algunos consideran el mejor periodista de su generación). Es altamente recomendable su lectura, desde el párrafo chileno inicial hasta el cierre categórico del ominoso ejemplo de cómo, además de dejar que nos jodan, ponemos (ponen en nuestro nombre) la cama. Hay que empezar de una vez por todas a reclamar, por derecho y con el derecho en la mano, que las nuevas corporaciones de los big data paguen por lo que tan impune como puntualmente nos vienen robando desde hace más o menos tres lustros. Esa debería ser una de las piedras maestras del nuevo orden económico mundial que están exigiendo ya tanto las nuevas tecnologías cuánticas del manejo de la información como las aún borrosas, pero evidentes, consecuencias psicológicas y sociales de su imparable desarrollo.