Revista Cine

Nunca despiertes

Publicado el 03 febrero 2011 por Alfonso

Angelita Merkel ha visto el cuaderno de los deberes de su alumno más aventajado y se ha mostrado satisfecha, aunque, como buena profesora que le dicen que es, y se cree, le pide un mayor esfuerzo. Sabe que un buen profesor lo es si sus púpilos son ejemplares, que hasta el más aplicado de la clase necesita ser espoleado, que siempre se encuentra el beneplácito a un sistema educativo en quien recibe con mayor agrado las lecciones. Por ejemplo, esa que dice que un trabajador habrá de ver incrementado su salario cada año para que el IPC no le doble la espalda y le impida acudir al tajo, que ya se sabe que un desocupado es alguien menos cansado, con más tiempo libre, más fácil por tanto de que reflexione y más difícil de controlar (bueno, al menos así era en occidente antes de la omnipresencia de la www: véanse las riberas e islas del sur del delta del Nilo como comprobante del comportamiento de las sociedades menos tecnológicas, más rudimentarias, mas cercanas a nuestro ayer).
En realidad esa ha sido la excusa para venir hasta aquí abajo. Lo cierto es que, con el permiso del bruñido Sarkozy, ha ido arrojando desde su avión señales de tráfico que, estratégicamente situadas por las carreteras galas, y en el perfecto inglés del universal STOP, guiarán a los ingenieros e ingeniosos, a los nietos de aquellos emigrantes que Juanito Valderrama hizo llorar más de una noche, a los aplicados que quieran cambiar tapas y sol por mantas y chucrut, hasta su particular Hamelin -sé que es francesa-. Cómo si hubiera pérdida posible: conduces de noche guiándote por las estrellas, descansando de día para que la fatiga no te juegue una mala pasada, y allí donde hablan como quien escupe y te esperan con los brazos abiertos es Alemania (Deutschland, pondrá en los carteles). Qué fácilmente pasa un país de importar mano de obra barata del este de Europa o Ecuador a despedir a sus hijos bilingües; por eso era importante tanta reforma escolar: con el español sólo no ibas a saber como se sintieron tus abuelos el día que descubrieron que lo verde, y lo azul, y lo gris, empezaba en los Pirineos. Al grito de somos europeos y quiero mi plato de judías, demos un billete de ida a nuestros hijos, que aquí no hay para todos, trabajemos más años los más viejos, para cobrar una pensión menos abultada pero más sostenible, y dispersémoslos, que hoy, con la aviación low cost, las autopistas, los trenes de alta velocidad, no hay distancia corta, sino miedo grande. Y si quieren volver, ¡qué lo hagan por Navidad y autofinanciándose el placer!
Por consiguiente, es la hora también de que se terminen los gobiernos nacionales: si el eurobono puede ser una realidad en marzo, gracias a las reuniones del ECOFIN, habrá que ir pensando en centralizar el poder real, en unos ministros supremos que erradiquen y dejen sin validez a las mediocridades sin visión. Está bien que haya autonomías, provincias, asociaciones vecinales, pero que se sometan todas a unas mismas leyes. Si un trabajador puede realizar sus tareas -desarrollarse lo llaman, vaya- lo mismo aquí que en Aagen o Zürich, no hay motivos para que su contrato laboral haya de ser distinto. Y de paso se pueden cargar las monarquías con un decretazo, con lo que supone de alivio para sus señorías que podrían pasarse el poder de padres a hijos sin el peso pesadísmo de una corona -como se hace pero sin escándalo ni siospecha-; podrían reivindicar una única selección de fútbol, que, y que me perdonen los brasileños y argentinos, no tendría rival; y, lo que es más importante, podrían incompatibilizar las pensiones en caso de haber tributado, cosas del pasado, en más de un país; ajustar los precios de los supermercados, y emplear una excusa para hacerlo con los salarios como que todo lleva su tiempo. Además, sería imposible poner de acuerdo a un belga y un italiano para derrocar a un presidente nefando y de nacimiento, que no se malinterprete, británico -habría una única bandera, azul y estrellada, por supuesto, pero al igual que las cuentas se siguen convirtiendo en pesetas o francos, habría un largo proceso de cambio de mentalidad: es el único pero-. Además, no habría América o Asia que nos tosiese.
Otra cosa sería que todo fuese un engaño, que el sueldo prometido no alcanzase más que para malvivir en el extranjero, y el sueño europeo demostrase su fragilidad, su inviabilidad. Como está ocurriendo con las jóvenes chinas de las zonas rurales que, currículum vítae y bloc de notas bajo el brazo, se han acercado a sus grandes y prósperas ciudades y han descubierto que la vida no era como se la pintaban en las telenovelas. El día que descubran los ramales que las conectan con el transiberiano, las veo siguiendo las vías del tren hasta los aledaños del palacio del neozar Putin
y abrazar el sueño germano (bueno, sin exagerar: si a alguna le alcanza la miseria ahorrada o la mentira, se podrá camuflar en el vagón de los víveres o como camarera).
Y parece que fue ayer cuando aplaudían a La Roja; escuchaban a sus tíos mayores hablar de El guerrero del antifaz, de Roberto Alcázar y Pedrín, que parecían tres, pero eran dos, ostras; se entusiasmaban con los Héroes del Silencio de sus tíos menores; se levantaban a hurtadillas los viernes por la noche para intentar descodificar, los ojos entrecerrados, los oídos atentos, la película X de Canal+. Parece que fue ayer cuando se aferraban al orgullo de haber nacido en España, cuando crecieron hasta llegar al estante más alto de la librería del salón y descubrieron un poema, olvidado y en papel amarillento, que terminaba: “No te derrumbes. / No sepas lo que pasa ni / lo que ocurre.”
NUNCA DESPIERTES
Princesa Marie Franziska de Liechenstein,
Von Amerling

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