Revista Viajes

Objetivo Norte

Por Zhra @AzaZtnB

Nuestro objetivo del día es subir lo más al Norte posible de la isla norte, no hemos cogido alojamiento y bromeamos sobre dormir en el coche. Yo creo que entro en el maletero pero Marta me mira mal. Hacemos 542 kilómetros de Rotorua a Kaitaia con parada técnica en Whangarei saltándonos Paeroa cuna de la más infame bebida de Nueva Zelanda. No sé cómo me pudo gustar la primera vez que la probé. Al llegar a Kaita paramos en un hostal que tiene un cartel en la carretera, Marta me espera en el coche mientras yo pregunto por alojamiento. Pico en la puerta y me atiende una mujer que me indica la parte trasera de la casa, sigo la dirección de su dedo y encuentro una pareja sentada en un sofá frente a la tele comiendo con el plato entre las piernas. La mujer no se ha peinado en tres meses y me mira como si acabara aterrizar desde un helicóptero en su puerta. El hombre de pelo blanco y sonrisa escalofriante lleva un peto tejano sobre una camiseta roja, las moscas giran sobre sus cabezas oliendo los restos mortales de personas que han venido a preguntar el precio antes que yo. Estoy segura que esconden una escopeta bajo el sofá, desde la distancia les pregunto si tienen sitio disponible y el precio. El señor me responde y hace amago de levantarse, creo que va a coger una sierra eléctrica, mucho más silenciosa que la escopeta, despedazarme y venderme en la carnicería local así que le pido que no se mueva y salgo corriendo hacía el coche. No ha sido un gran primer intento. El segundo intento es bastante caro pero al menos no tengo la sensación de estar a punto de morir despedazada. El tercer intento es un poco más barato. El cuarto intento es bastante más barato que todo lo anterior y la mujer parece encantadora así que corro hasta el coche quedándome sin aliento. No vamos a morir despedazadas ni pobres!!! Habitación con dos camas, baño propio, mesa, nevera, keetle, televisión, internet, lavadora gratis y parquin frente a la puerta por 89$ (60€). 111 kilómetros nos separan de Cape Reinga.

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Cogemos la carretera lejana del norte, y no es que lo diga yo es que es el nombre de la carretera: Far North Road. Hasta el 2010 la carretera estaba sin asfaltar así que nos alegramos al saber que hay hasta un parquin donde podremos dejar el coche. Cape Reinga es un lugar sagrado para los maorís, creen que aquí se unen los espíritus del cielo con los de la tierra y un árbol surgido de milagro entre las rocas les da la razón. Además en medio del mar surgen remolinos y olas difíciles de explicar sin la presencia de dioses en la zona. Para los que prefieran una explicación menos mística e imaginativa aquí es donde se une el mar de Tasmania con el océano Pacífico, cuando ambas corrientes se chocan crean olas y corrientes en medio de lo que parece un mar tranquilo.

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Cape Reinga también es un faro y un poster señala la distancias en línea recta a diferentes ciudades: 18029km a Londres, 8475km a Tokyo o 1220 km al trópico de capricornio.

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Hemos hecho 111 kilómetros y nos quedan más de 400 de vuelta así que empezamos la bajada hacia Auckland aunque no podemos evitar parar en la playa de las 90 millas. La playa recorre el lateral de la carretera para acceder a ella tenemos que meternos por un camino sin asfaltar y las piedras amenazan por rompernos la luna del coche, otra vez! Sí, es posible que una piedra nos atacara e hiciera un agujero en la luna delantera del coche en la isla Sur. Es posible. Por suerte las piedras se conforman con saltar a nuestro lado sin atacar los cristales. Cuando llegamos hay dos señores ocultándose tras la puerta del coche y poniéndose ropa seca, unos minutos después yo haré lo mismo después de haberme mojado los tejanos y la camiseta.

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Hay momentos en los que no puedes evitar la llamada de las olas pidiendo que juegues con ellas. Son 90 millas (144.84 kilómetros) de playa casi desierta, un grupo de caballos con sus jinetes, las gaviotas y una pareja son nuestra única compañía.

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Después de estos momentos de tranquilidad toca correr hacia Auckland, ahora sí, sin excusas. El registro de entrada es a las 9 y media de la noche, llegamos cuando han pasado 10 minutos. Por suerte había llamado para confirmar que llegábamos y la chica nos esperaba en recepción con su pijama ya puesto. La habitación tiene una puerta que da directa al coche y otra que da directa a la piscina en forma de guitarra. Marta me ha prometido bañarse en ella si cogíamos ese alojamiento así que dos días después mientras yo me peleo con mi colada y remojo mis pies en la piscina leyendo el Kindle, empieza a ser una tradición, ella y sus gafas de buceo se bañan en las aguas congeladas de la piscina.


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