Nota: Este post no es sobre blogging, ni redes, ni periodismo, ni viajes. El post de hoy es personal. Aunque éste no quiere ser un blog sobre temas personales, hay momentos en la vida en los que necesitas escribir sobre ellos y compartir lo que sientes para poder seguir hacia delante. Además, con este post quiero empezar una pequeña serie de post sobre cómo ser un poco más feliz evitando las quejas sobre cosas sin sentido. De ahí el nombre del post, un mes sin quejas.
Estos últimos días no he parado de pensar en las historias de príncipes y princesas que después de superar sus desventuras terminan viviendo felices para siempre. De pequeña siempre creí en ellos. Y puede que también lo haya hecho de mayor. Pero lo que no te explican los cuentos de príncipes y princesas es que después de ese final feliz la vida sigue. Los príncipes y princesas volverán a tener que luchar y a enfrentarse a malas noticias, que llegarán sin ningún tipo de preaviso.
Creí vivir mi final feliz el día que me casé. A partir de ese día, compartiría mi vida junto a mi amor y mejor amigo e iniciaríamos nuestro camino para formar una familia. Además, viviría siempre junto a mis padres, que habían luchado contra el cáncer y lo habían superado. Era mi final feliz. Me gusta recordar esa sensación de plenitud. Ese momento de “vivieron felices y comieron perdices”.
Pero una vez más la vida me enseñó que los finales felices no existen y que debemos ser felices durante el viaje, porque en el momento menos esperado llega una nueva mala noticia. La enfermedad de mi padre volvió y a pesar de luchar contra viento y marea, mi padre se fue un 25 de febrero. Era el final del cáncer, pero no era nuestro final feliz.
Pero volvimos a mirar hacia delante y mi marido y yo pusimos nuestro empeño en formar nuestra propia familia. Luchamos por ello. Y una vez más, creímos haber conseguido nuestro final feliz hace poco más de tres meses. Seríamos padres en septiembre. Nuestro primer hijo. Pero una vez más la vida nos enseñó su cara más cruel y nos arrebató nuestro final feliz. Nuestro sueño de ser padres se ha visto interrumpido de forma inesperada y tendremos que esperar y volver a luchar para conseguirlo.
A pesar de que hace poco, muy poco, de esa mala experiencia, sé que gracias a ella seremos más fuertes. No existen los finales felices, cierto, pero todo lo bueno y lo malo que debemos afrontar durante nuestras vidas nos hace crecer como personas. No entiendo por qué nos pasó lo que nos pasó pero no tiene sentido seguir preguntándomelo. Ahora es momento de mirar hacia delante y de disfrutar de cada buen momento. Ya sabéis, los malos vienen solos.
Un mes sin quejas
Este fin de semana leí un interesante artículo en Icon, de El País, sobre cómo te puede cambiar la vida si pasas un mes sin quejarte. Se trata de un proyecto, el Complaint Restraint February, que iniciaron dos amigos y que consistió en no quejarse por cosas nimias como un día lluvioso o tener que quedarse a trabajar una hora más. Los dos amigos, que primero lo hicieron de forma particular, decidieron abrir el proyecto a todo el mundo a través de Internet, convencidos que una vida sin tanta queja nos hace ser más felices. Fue en febrero.
Pero, ¿por qué no unirse desde hoy? Sí, voy a hacerlo. Hoy empiezan mis 30 días sin quejas. No me voy a quejar porque haga viento o llueva, ni porque un proyecto no salga como querría, tampoco por llegar justa a final de mes. Intentaré no quejarme porque tendré que esperar un poco más para formar mi propia familia y buscaré las cosas positivas de la vida. Es mi compromiso para volver a empezar con fuerza renovada.
Además, con este post también quiero empezar una serie de post (que igual se alargan un poco más en el tiempo que este mes) para conocer estrategias y formas de quejarse menos y vivir mejor.
¿Te unes a esos 30 días?