(Por Alejandro A. Tagliavini. El autor es miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity ene l Independent Institute de Oakland, California. / El Universal)
Una nerviosa camarilla de estalinistas observaba en 1979, desde Moscú, cuando millones de personas invadieron las calles de Cracovia para recibir a Karol Wojtyla, quien regresaba a su Polonia natal como Juan Pablo II, ante la impotencia de la dictadura socialista. Su firme anticomunismo llevaba a la órbita soviética a un despeñadero mortal. Según escribió George Weigel, en su biografía de Wojtyla, un Papa capaz de dirigirse en su propio idioma a la población del imperio soviético era la peor pesadilla para el Kremlin.
En enero de 1998, en Cuba, el Papa aseguró que "La Revolución de Cristo es la del amor; la del marxismo es la del odio, la venganza y las víctimas". Un duro golpe al comunismo fue su encíclica Centesimus Annus. Para Juan Pablo II, el socialismo fracasó por ser contrario a la naturaleza humana.
Según Mikhail Gorbachov, "lo que ha pasado en Europa del Este... habría sido imposible sin el Papa", que fue quien más hizo por la caída del comunismo demostrando que, hasta las cuestiones más críticas, pueden resolverse sin violencia, con el liderazgo moral y, por tanto, libre. La verdadera autoridad, la real capacidad de lograr objetivos concretos no se basa en el materialismo de la fuerza de coacción física, sino en el liderazgo moral.
Y esta es la diferencia radical entre los objetivos de la fe, de la moral que promueve pacíficamente al ser humano, y los objetivos de los Estados modernos que pretenden coaccionar (utilizando el monopolio de la violencia que se arrogan) políticas que "organicen", "ordenen" a la sociedad, y lo que consiguen es la destrucción social y personal, como lo hace siempre la violencia.
Juan Pablo II, sabía que el argumento a favor de la libertad, de la verdadera autoridad (no la coactiva) es la moral que es, precisamente, la adecuación del hombre al orden natural, a la naturaleza de las cosas. En su encíclica Veritatis Splendor, recuerda que las normas morales deben seguirse siempre, condenando el relativismo de las teorías que proponen considerar las supuestas consecuencias y proporciones de los actos morales, todo sería relativo al fin: si éste "es bueno", cualquier medio vale. Este relativismo podría llevar a pensar, por ejemplo, que no sería malo cobrar impuestos en contra de la voluntad de las personas, violentando su libertad, si el fin supuesto fuera "bueno".
Hoy, el más estrecho colaborador de Juan Pablo es Benedicto XVI, el primer Papa en ser recibido, entre el 16 y el 19 pasados, en visita de Estado en el Reino Unido desde la Reforma del siglo XVI. Durante este viaje, además de mostrar su intenso dolor por los casos de pedofilia, insistió en alertar sobre la dictadura del relativismo y un agresivo secularismo promovidos por este Estado moderno que pretende imponer su modelo social, sus normas, sus leyes, coactivamente con lo cual encuentra su principal "enemigo" en la verdadera autoridad, la moral que surge espontáneamente de la naturaleza de las cosas.
El Arzobispo de Canterbury, la máxima autoridad de la Iglesia de Inglaterra, coincidió con el Papa en muchas cosas y calificó de exitoso un viaje que no fue caprichoso. Sucede que Benedicto quiso presidir en Birmingham la beatificación de John Henry Newman (1801-1890), un intelectual excepcional formado en el anglicanismo para quien la religión no era un asunto sólo privado.
Apenas terminada esta visita, en Nueva York, entre el 19 y 22 pasados, se reunieron en la sede de la ONU las delegaciones estatales para tratar los "Objetivos del Milenio" para disminuir la pobreza y desigualdad en el mundo y, si fuera posible, eliminarlos para 2015. Lo que, por cierto, precisamente con estos gobiernos coactivos, ergo, destructivos, jamás se logrará.
El hambre y la pobreza no son condiciones naturales del hombre, por el contrario, la naturaleza prevé la alimentación para todos, sino que son el resultado de la mezquindad, de algunos humanos, que se materializa en el uso de la fuerza física, la violencia, para desviar, coaccionar, el desarrollo natural del hombre y la sociedad.
Como toda violencia, va directo contra la vida. Así, con la excusa de "cuidar la salud de las madres", la ONU, y sus metas del milenio, promueven el aborto, una vieja política para reducir la cantidad de (vida) hijos en las familias pobres, extraña manera de "reducir la pobreza", como puede verse, por ejemplo, en "Building stronger health systems key to reaching the health Millennium Development Goals", OMS (2005).