Revista Espiritualidad

Observándonos sin Vernos

Por Av3ntura
En muchas ocasiones, la mirada es el primer contacto que establecemos con otras personas a quienes acabamos de conocer o con quienes, simplemente, nos cruzamos por la calle. Esa mirada nos aporta información de cómo es superficialmente esa persona, pudiendo atraernos hacia ella o ponernos en guardia si ese primer contacto nos desagrada.Pero hay veces en que el primer contacto con otra persona no se produce a través de nuestra mirada, sino por medio de la información que otros nos proporcionan de ella. Así, cuando la tenemos delante por primera vez, esa mirada nuestra no puede ser genuina, sino que estará condicionada por lo que ya sabemos o creemos que sabemos de ella. En esos encuentros, miramos, pero muchas veces lo que vemos nos parece impostado. Porque estamos convencidos de que nos quieren vender una imagen que no se corresponde en absoluto con la realidad.Observándonos sin Vernos
Algo parecido nos pasa cuando conocemos a alguien que nos parece encantador, pero en cuanto afloran sus ideas políticas, sus creencias religiosas o sus inclinaciones hacia determinadas aficiones, si éstas no se corresponden con las nuestras, permitimos que automáticamente se deshaga el encantamiento inicial y damos por zanjada nuestra efímera relación con ese alguien.Todas estas situaciones se deben a nuestros prejuicios. Nuestra manía de etiquetar a la gente, de meter a todo el mundo en el mismo saco, de encasillarnos en los extremos del entendimiento.Que alguien milite o simpatice con un ideal político no implica que se le puedan atribuir las características que le presuponemos al líder de ese movimiento o de ese partido. Los líderes políticos, para convencer a sus votantes, tienden a exagerar sus posturas y a prometer llevar a cabo medidas que, cuando gobiernan, resultan del todo impracticables porque nadie puede saltarse las reglas del juego, por mucho que se crea que es él quien está al mando.Las personas tienen derecho a votar a quienes creen que les representan mejor, pero eso no las convierte en mejores o peores que las que votan opciones completamente opuestas. No son pocas las veces en que encontramos amigos íntimos, hermanos o incluso padres e hijos, que ideológicamente piensan muy distinto, pero ello no les impide seguir queriéndose y manteniendo relaciones fluidas. Lo mismo ocurre con el tema de la religión o de las aficiones.En la mayoría de las familias siempre hay quien cree muchísimo en Dios y quien se declara ateo o abraza abiertamente otro credo, y ello no les impide seguir siendo familia, seguir disfrutando de los espacios de intimidad en la que no les hace falta la presencia o la ausencia de Dios para entenderse, para quererse, para compartir la vida.Tampoco es difícil encontrar dos buenísimos amigos que uno sea forofo del Barça y otro del Real Madrid ni otros dos que uno sea asiduo a los toros y el otro se declare animalista.A veces, en la diferencia, está la esencia de las relaciones humanas. Si todos coincidiéramos en todo, quizá no discutiríamos nunca, pero seríamos más clones o robots alienados que otra cosa.Hace más de cien años, intelectuales de la talla de Unamuno o Valle Inclán se reunían en el ateneo o en las cafeterías para disfrutar de sus tertulias, enzarzándose en debates que a veces subían de tono, porque los interlocutores no siempre aceptaban algunos puntos de vista. Pero eran capaces de seguir reuniéndose, porque esos encuentros les permitían abrir más la mente, conocer otras miradas, entender otras realidades.Cuando nos encontramos frente a una mirada dirigida hacia una parte de nosotros de la que no queremos hablar, tendemos a apartar la nuestra, para seguidamente inventar la excusa del tiempo para huir a toda prisa de ese encuentro. Tal vez porque temamos más nuestra propia realidad que la que podría mostrarnos la persona que se atreve a vernos como realmente somos.Por eso preferimos confundir a los individuos con algunos de los grupos a los que pertenecen. No queremos ver a la persona que hay detrás de esa imagen que se cubre con un velo, ni de esa otra que se deja crecer el pelo en exceso, ni de esa otra que siempre que la vemos luce corbata, ni tampoco de esa otra que enarbola su bandera siempre que tiene ocasión. Nos quedamos en los extremos, prejuzgando al otro sin conocerle realmente, presuponiéndole unas actitudes y unas costumbres que, quizá, sólo demuestre en determinados espacios de su vida.
Una misma persona, a lo largo de un mismo día, desempeña infinidad de roles. No somos los mismos cuando estamos en nuestro puesto de trabajo y nos debemos a las tareas para las que nos han contratado que cuando estamos en casa, con nuestras familias, o cuando compartimos una afición con los amigos, ni cuando estamos solos con nosotros mismos. Quedarnos con lo conocido, conducirnos por el camino fácil o encerrarnos en nuestra burbuja de cristal para que nada ni nadie nos venga a poner el mundo patas arriba, es tan triste como conformarnos con vivir sólo en la superficie, renunciando a la profundidad de los sentimientos y a la posibilidad de batallar abiertamente con nuestros propios temores infundados.
Estrella PisaPsicóloga col. 13749

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