Revista Arte

Obsesiones creativas, o la sensación de no conseguir aún el Arte final más sublime.

Por Artepoesia
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A casi todos los pintores de la historia les produciría un prurito especial representar una escena fijada en su mente. Ésa motivada así por dos posibles causas. Una la de querer alcanzar la más perfecta obra de aquéllo. Otra, quizás la más probable, la de no poder evitar hacerlo; la de ser verdaderamente una obsesión inevitable. Fue el caso de Edgar Degas (1834-1917). Y su compulsiva obsesión artística -probable reflejo de una personal- estuvo centrada en la mujer y en dos de sus actividades: el baño y la danza.
Aunque educado en la academia formal del dibujo más elaborado de su maestro, el genial romántico Ingres, muy pronto comprendería que la pintura debía evolucionar hacia la emoción instantánea que preconizara el Impresionismo. Sin embargo, Degas no fue sólo un pintor impresionista. Su dedicación al Arte es completa -gran escultor también-, y no pudo centrarse ni en un estilo ni en una escuela ni en una sola tendencia. Sustituyó la obsesión impresionista de Monet, por ejemplo, por la obsesión personalísima de sus mujeres desnudas enmarcadas en un baño, o de sus bailarinas dedicadas a ensayar, o a esperar la lección o el descanso.
La danza a mediados del siglo XIX alcanzaría su cénit más glorioso en París. La ópera de París relumbraría entonces con la música de compositores de un tardío romanticismo oriental. Pero, no había otra cosa que funcionara mejor en el público: una historia legendaria de Oriente con una música vibrantemente sensual. La bailarina oficial de la Ópera parisiense de aquellos años (1864-1875) fue la francesa Eugénie Fiocre (1845-1908). Ella representaría en 1866 a la principal bailarina de la obra La Source, ballet en tres actos con la música sublime de Delibes y Minkus. 
En uno de los descansos entre bastidores, cuando ella se relajaba cerca incluso de uno de los caballos que incorporaría la ópera, el pintor Degas plasmaría entonces la escena singular. Y es de este modo como el creador buscaría casi siempre eternizar el momento en un lienzo, con la fugaz y desconocida imagen de lo que sucede sin público. Por que para lo que ven los que asisten no necesitará el pintor añadir nada. Él buscará otras situaciones, otros instantes, en los que el observador podrá admirar lo que no ve en otros casos. 
Y es por esto mismo por lo que al pintor le obsesionaría pintar a la mujer en los baños. ¿Dónde si no podríamos mejor situar a la mujer desnuda en esos momentos en los que se siente segura de no ser vista? En donde, además, debe estar forzosamente -y naturalmente- desnuda. Y el creador buscará esos instantes, y los reflejará desde las posiciones más elaboradas, más fascinantes, más difíciles incluso de pintar. No es la modelo prefijada e inmóvil de los estudios académicos de los artistas. No, es el escenario natural que los impresionistas defenderán con su estilo. El sentido de lo que éstos tratarán de reflejar en sus momentos artísticos.
Pero, a diferencia de los impresionistas, Degas buscará los interiores no el paisaje natural; buscará la esencia de lo humano más que otros detalles. Esto lo hace incluso más postimpresionista que impresionista. Todo un alarde de virtuosismo artístico. Todo un gran creador. A pesar de su obsesión, a pesar de no haber podido evitar pintar casi siempre lo mismo. Esto, probablemente, lo limitó. Pero, sin embargo, queda su desmedida obsesión como una maravillosa forma de expresión, de emoción y de belleza.
(Todas obras de Degas: Después del baño, 1898, Museo de Orsay, París; Mujer secándose el pie, 1886, Museo de Orsay; Mujer en la bañera, 1886, EEUU; Mademoiselle Fiocre en el ballet La Source, 1868, Museo de Brooklyn, Nueva York; El Ensayo, 1874, Glasgow, Escocia; Fotografía de Eugénie Fiocre en la Ópera de París, 1864; Autorretrato de Degas, Degas en traje verde, 1856, Colección particular.)


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