Obra de humor, del género astracán, en la que los diálogos van situando al espectador en diferentes tesituras consiguiendo que cambie de opinión sobre las Ocho mujeres protagonistas conforme avanza la obra.
A pesar de ser divertida, y de estar escrita en la década de los 60, mantiene, tristemente, la realidad actual de algunas mujeres que siguen dependiendo de ese hombre, invisible en la obra, pero presente en todo momento, que se encarga de mantenerlas, ayudarlas, aconsejarlas, para recibir encima, críticas y engaños. Sin embargo determinadas réplicas quedan hoy desfasadas, nada que no se pueda arreglar mediante alguna adaptación
y otras situaciones se presentan como realmente inverosímiles; puede que en su momento causaran gracia, hoy son perfectamente prescindibles sin influir en la totalidad de la representación.
Todo comienza la mañana en que descubren el cadáver del cabeza de familia con un puñal clavado en la espalda. Ahí empieza a recaer la sospecha en todas y cada una de las presentes, la casa está aislada por el mal tiempo, los cables del teléfono, cortados y ninguna de ellas, en principio, se movió de su habitación durante la noche anterior. La situación, sin embargo, se va tornando cómica pues todas la pasaron deambulando por casa; así lo van confesando, aunque no oyeron ni vieron nada raro en la habitación del cadáver. Todas dejaron a Marcel la noche anterior, a diferentes horas y todas aseguran que seguía con vida.
Efectivamente seguía vivo, pero su vida dará un giro cuando oiga las acusaciones que se van haciendo unas a otras, los misterios que oculta cada una y, sobre todo, el papel que él ha venido jugando en esa familia. Es cierto que durante el día que pasan discutiendo, todas oscilan perfectamente de la inocencia a la culpabilidad; desde las doncellas hasta sus hijas o su mujer y, por supuesto, su suegra y cuñada, a quienes tiene acogidas en casa.
Gaby, esposa del muerto, sin otra ocupación que vivir de su marido y engañarlo con el socio de éste, con quien pensaba irse la noche de la muerte de Marcel.
Y por último, las dos hijas del matrimonio,
Pues ahí se encuentra la familia (excepto la criada, que había ido a comprar y Pierrette, que viene en cuanto la llaman comunicándole la "muerte" de Marcel); es invierno y las condiciones climatológicas son nefastas ya que nadie puede salir, o ninguna lo intenta realmente, aunque acceden, con dificultad es cierto, pero van llegando, Louise, un vecino que se ofrece a ayudar al oír los gritos y la hermana del "muerto" a la que "alguien" ha llamado (lógicamente antes de que el teléfono quedara inutilizado).
Esto no es un fallo de Robert Thomas, el autor, es más bien la treta que utiliza para reunir allí a todas las mujeres y dejarlas que hablen, que se peleen, que salgan a la luz los rencores y deseos de cada una, en los que, por supuesto Marcel no entraba, al menos como persona. Ya se sabe, el dinero, que mueve montañas...
El diálogo, ágil, divertido, ingenioso, consigue mantener la intriga en el espectador, a pesar de que a veces roza lo insustancial y el tópico, por lo tan conocido, que encontramos en las novelas de misterio de Agatha Christie; es decir, réplicas más bien cortas, con la técnica de pregunta-respuesta para ir eliminando sospechosos o añadiendo a aquellos que parecían inocentes en un principio. Las pistas involucran a todas las mujeres de la casa, siendo la sorpresa final lo que deja la obra algo anticuada hoy, pues si de alguna manera todas son culpables, lo son porque el contratiempo que deben solucionar reside en la actitud machista de las propias mujeres, quienes enfocan su vida desde el punto de vista del "hombre salvador", el hombre que apenas "pinta" nada en casa, excepto traer dinero, por lo que es normal que no sienta interés por nada de lo que ocurre
Pues sí, a ellas sólo les importa estar cerca de alguien que las saque de la miseria o consiga hacer cumplir todos sus deseos; por eso se encarga cada una de urdir los planes necesarios para conseguirlos.
La innovación de Thomas es que al tiempo que todas son culpables, todas ejercen de detectives sin ser conscientes de su responsabilidad.
Al mantener constantemente un diálogo sencillo y dinámico, basado en juegos de palabras, ironías, onomatopeyas, apóstrofes... la obra es propicia para que la puesta en escena sea amena, de forma que -un determinado público- puede pasar un rato agradable, de hecho, el texto puede llegar incluso a ser histriónico en algunos momentos
El juego de la kinésica y proxémica da mucho de sí en la representación dejando a los espectadores atentos y concentrados en el argumento, hasta que termina la representación
CATHERINE.- Sí, Suzon estaba en la casa ayer por la noche. Yo la vi (Estupefacción general)
El vocabulario y el ritmo del discurso están perfectamente adaptados al personaje, de manera que, casi desde el principio sabemos que la esposa y la hermana del muerto serán quienes gradúen la tensión dramática
mientras que las hijas se encargarán de conseguir que vaya avanzando la trama
y Mamy y Chanel tendrán como función principal crear un ambiente tenso
Asimismo, como en casi todas las obras del siglo XX las acotaciones son de total precisión; si bien es cierto que el texto se presta fácilmente a cambios en el decorado (para un teatro actual quedaría demasiado recargado) también lo es que, siguiendo las indicaciones del autor los actores consiguen precisar a la perfección el contexto en el que transcurre cada una de las escenas. Igualmente hay acotaciones cuya función es aportar algún dato sobre la manera de actuar para no generar ninguna confusión en el espectador, o enfatizar determinados gestos o movimientos que facilitan la representación y garantizan, a pesar de la extensión, una comedia viva.En Ocho mujeres, pues, las acotaciones son muy importantes ya que aportan al espectador una verdadera polifonía informativa; se dan al mismo tiempo que la realización oral de los personajes; esta simultaneidad entre movimientos, cambios de iluminación, sonidos y gestos consigue matizar el nerviosismo, el miedo, la duda o la indiferencia, y traspasarlos sin problema al espectador
Es decir, las acotaciones de esta obra son, en su mayoría, funcionales.
Finalmente, si hay algo fundamental en Ocho mujeres son los gestos que éstas deben realizar para expresar sus pensamientos, no sólo el tono o los movimientos son importantes, las manos y el rostro deben adquirir cierta flexibilidad para aportar datos significativos de la personalidad de cada una de ellas, así como de la del difunto.
Los gestos afectivos de Gaby, al encogerse manifestando frío o acercarse a Suzon, temerosa o indecisa, revelan una personalidad que tiene mucho que esconder. Por su parte, Suzon parece la más sensata, pretende manejar sus emociones con gestos adaptadores como tocarse la frente para pensar en el interrogatorio que lleva a cabo, sin embargo estos gestos también se convertirán en emocionales al incrementar su tensión hasta confesar de golpe su secreto. En la señora Chanel predominan gestos reguladores, a pesar de no pertenecer a la familia interactúa de forma natural, de hecho su intervención será clave para descubrir el final. Augustine se mueve casi siempre con gestos ilustradores, que denotan una personalidad acomplejada y ambiciosa.
El resto de mujeres van intercalando unos u otros gestos y movimientos que influyen en la comunicación de según qué momentos.
Es una pena que Robert Thomas no obtuviese el éxito -merecido- en su tiempo pues hoy, sus obras han quedado algo desfasadas. El thriller psicológico ha experimentado un gran avance en el siglo XXI.