No, claro que no queremos vivir de esta manera, ¿pero qué podemos hacer si no tenemos dónde caernos muertos? –dijo resignado, y, ante la sorpresa del empleado, el ocupa volvió a meterse por el agujero hasta desaparecer.
Después, tras permanecer durante un rato un tanto perturbado, el enterrador prosiguió su ronda golpeando las lápidas, para saber si los inquilinos eran provisionales o definitivos.
Texto: Marcos Alonso