Cierro los ojos
y en un punto empedrado
de la oscuridad,
tal vez un nudo invisible de mi mente,
veo la sucesión de imágenes
naufragadas de mi vida,
los gestos no nacidos,
la lluvia amarilla que no cesa de caer
por entre los agujeros del desván.
Y, si aprieto un poco más los ojos,
se repite
la danza visible de la motas en un rayo de luz.
¿Qué culpa tengo yo si las palabras
ya han rendido sus cuentas en trincheras
de otras guerras inciertas?
Cada vez que se alza su telón
comienza el espectáculo.
Nunca sabrán cómo se puede uno
ir convirtiendo en agua cenagosa.
Porque la claridad, que es un don,
también se pierde.