
No es que yo sea muy seguidor de Fountains Of Wayne, pero la semana pasada, viendo el estupendo concierto que dieron en Madrid – podéis leer mi crónica y ver las fotos de Adolfo aquí -, me acorde de lo bueno que era este disco, y lo mucho que lo escuché allá por el 96.
Han pasado muchos años, y aunque han tenido discos con bastante más repercusión que este, creo que nunca han llegado a superar su primer trabajo, aunque por poco. Y es que Adam Schlesinger es uno esos artistas que no puede parar hacer cosas, y compagina su trabajo en Fountains Of Wayne con su otra banda (Ivy); con su estudio de grabación; haciendo bandas sonoras – entre ellas la de The Wonders que le reporto una nominación al Oscar -, y escribiendo canciones para otros artistas – ejem, los Jonas Brothers -. Con todo eso, al chico le sobra tiempo para componer temazos de power-pop atemporales con una facilidad pasmosa.

El primer trabajo de los neoyorquinos es uno de esos discos en las que prácticamente todas las canciones podrían ser singles – de hecho, sacaron cinco (eran otros tiempos) -, y uno de esos en los que te cuesta quedarse con una canción. Y es que en este álbum estaban de lo más inspirados y acertaban en prácticamente todos los palos que pillabán. Daba igual que fuese una preciosa balada de corte sesentero (She’s Got A Problem), o rabiosos himnos de power-pop acelerado (Joe Rey y Survival Car), todo les salía bien. Eso sí, nada les salió mejor que los cortes más poppies, esos con los que bien podrían haberse comido las listas de ventas; Radiation Vibe, Sink To The Bottom, Leave The Biker, Please Don’t Rock Me Tonight, y sobre todo I’ve Got A Flair (ese hammond me vuelve loco), deberían haber sido grandes éxitos, pero por alguna extraña no lo fueron, y este trabajo vendió poco más de 100.000 copias.
Con el tiempo se han convertido en una banda más que consolidada y han logrado algún que otro éxito – Stacy’s Mom fue todo un hit -, pero yo sigo pensando que tenían que haber pegado el pelotazo con este disco. Se lo merecían.
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