El tono lento, pausado y taciturno no ayudan a levantar una trama de por sí con poco gancho. Este ritmo le va calzado a un Ryan Gosling que no llega a pronunciar más de tres palabras por escena. Incluso en algunas, ni habla. Muy Gosling. En Drive, funciona, pero aquí aburre. La acción, a cuenta gotas, tiene picos, que levantan la tensión y la violencia explícita de la película, cine negro de autor.
Si esta historia, de venganza, es extraña y sin chispa, lo contrario es la fotografía. El azul y el rojo se hacen dueños de la pantalla: la empapan de sentido y belleza visual. Algunos planos empiezan y terminan siendo un placer para el espectador, que encuentra la motivación en la calidad de unos tonos estéticamente llamativos. Así es como la luz se convierte en el protagonista que contrasta con los escasos diálogos y con el constante silencio. El silencio ruidoso, el silencio pragmático, el silencio que transmite. Y gran parte de ello es gracias al convencimiento de los actores y a la firmeza del guión, que cree y se moja en este valiente estilo de cine.
Contextualizado en Asia, más concretamente en Bangkok, Tailandia, en un oscuro panorama de prostitución, drogas, karaokes y peleas, la ilegalidad es un hecho firme en el recorrido de una trama que plantea, con poco convencimiento, algunas cuestiones morales. El amor-odio entre madre-hijo es una de ellas. Con un lenguaje cercano a Drive, Only God Forgives plantea una historia rara que no engancha a un espectador que no termina de adentrarse en la película, sólo salvada por una excelente imagen y unas buenas actuaciones.