Revista Comunicación

Orientación laboral: asignatura pendiente

Por Marperez @Mari__Soles

En otras ocasiones he disertado acerca de las carencias con las que hemos crecido muchos/as de nosotros/as (por ejemplo, en cuanto a formación sobre nuestros derechos, historia local, o conocimiento del papel de las mujeres en la Historia). Hoy quiero centrarme en otro tipo de carencia que, en épocas de crisis (como la actual), se ponen de relieve más que nunca: me refiero a la falta de formación u orientación profesional, laboral e, incluso, vocacional.

Vivimos un momento histórico muy complicado, en el que todo está cambiando constantemente a velocidades vertiginosas (por ejemplo, la tecnología, la ciencia, la moda, etc) y, sin embargo, cuando alguien se ‘cae’ del tren laboral (por un despido, un ERE,  una empresa que cierra, etc) no consigue o le cuesta mucho volver a conseguir subirse a él. Parece tarea imposible volver a correr lo suficientemente rápido, y la angustia puede llevar o bloquearnos tanto como para no ver otros trenes a los que podríamos subirnos.

Cuando empleo la metáfora del tren pienso en mí misma y en tantas y tantas personas que han perdido su trabajo y, mientras buscan un nuevo empleo que se asemeje al anterior, sienten que el tiempo va pasando y haciendo que sus posibilidades de empleabilidad van disminuyendo. Esa sensación alimenta la ansiedad, el estrés y el pesimismo, lo que, a su vez, va haciendo mella en la autoestima y en las cspacidades para planificar y llevar a cabo una búsqueda exitosa.

Todo eso lo sabe cualquiera que haya pasado por esa situación (no estoy descubriendo la pólvora), pero, ¿cuántas veces hemos oído sugerencias o ideas para evitar o solucionar este tipo de estados paralizantes en las personas que estén sin empleo, o en un puesto que no les satisface en absoluto? Aquí es donde comienza mi aportación:

RECLAMEMOS MÁS Y MEJOR ORIENTACIÓN VOCACIONAL Y PROFESIONAL PARA TODOS/AS

Sería mucho más beneficioso para todos/as (tanto a nivel personal como colectivo) sentar las bases de un país en el que cada individuo fuera plenamente consciente de sus fortalezas y sus debilidades, de sus virtudes y dones, de sus capacidades y habilidades, de sus gustos y preferencias. Una sociedad que respetara a las personas y se preocupara por establecer un sistema que favorezca e impulse la potenciación de todas y cada una de las posibilidades de aportación de cada cual, se encaminaría hacia el éxito y destacaría (sin duda alguna) en este mundo en el que la desigualdad y la mediocridad campan a sus anchas.

Para ello, naturalmente, habría que cambiar muchas cosas. Para empezar, sería necesario luchar contra el miedo al brillo ajeno, ese mal que intoxica muchas mentes y las hace bajar al nivel de las cloacas, dando lugar a todo tipo de miserias morales y de discriminaciones y desigualdades. Ya se está llevando a cabo una gran labor en ese sentido, gracias a la implantación (o, al menos, el intento) de políticas enfocadas a establecer la filosofía del Derecho Natural y los Derechos Humanos, que, en su esencia, vienen a ser una defensa del principio de igualdad. Sin embargo, queda un camino muy difícil por delante, porque cuando el esclavo se da cuenta de que su situación es injusta y retoma la libertad que le habían usurpado, el amo responderá con la fuerza para mantener su dominio. Lo estamos viendo cada día: las mujeres que son “castigadas” por sus maltratadores, los detenidos por sentarse en una plaza a opinar sobre una ley, las estudiantes acosadas por sus compañeras de clase, incluso las famosas sometidas a juicios diarios solo por ser personajes conocidos. Vivimos en esa sociedad,  mezcla orweliana y esperpéntica, en la que una parte de la misma disfruta machacando sin piedad a la otra parte, y suele ser la masa mediocre contra cualquiera que, simple y llanamente, esté autorrealizándose o teniendo algún tipo de éxito.

Para que eso ocurra, tiene que haber algún tipo de refuerzo que lo esté promoviendo. Si buscamos entre lis diferentes elementos que conforman nuestra cultura, encontramos uno que está en la base de la misma, en sus propias raíces: la educación (y no solo la escolar o académica). A través de ella se transmiten los valores de generación en generación: cuando les contamos cuentos o fábulas a nuestros/as hijos/as, cuando van a la guardería o a clase, cuando les enseñamos las costumbres de nuestras familas o interactúan con otras, etc. Todo el tiempo estamos dando y recibiendo educación en valores.

Y, por alguna razón, muchas veces nos encontramos con personas que olvidan algo muy importante: la autorrealización como meta requiere del autoconocimiento como herramienta y del respeto al resto como obligación. Algo que, si se inculcara desde la infancia, podría dar lugar a mejorar nuestro rendimiento, nuestra aportación al progreso, y nuestra felicidad. Sin embargo, no se suele hacer.

Recuerdo que, cuando era adolescente, me sentía totalmente desorientada: no tenía nada claro cómo enfocar mi futuro, a qué dedicarme para ganarme la vida, qué podría hacer mejor. Y también recuerdo que, cuando preguntaba, solía recibir respuestas del tipo “esto tiene más (o menos) salida”. Es decir: había estereotipos sobre las profesiones más demandadas y se emitían juicios (ciencias mejor que letras, por ejemplo) sin molestarse siquiera en contrastarlos con la realidad. Pero era excepcional encontrar a alguien que supiera darnos herramientas que pudiéramos utilizar realmente para hacer un estudio de nuestros propios perfiles y orientarnos en base a ellos. Algunos sectores más privilegiados sí recibieron esa “ayuda extra”, pero el resto, la verdad, no.

Hoy en día hay muchas formas de explorar a las personas con el fin de definir sus perfiles y conocer mejor las posibilidades de adecuación a unos estudios, puesto de trabajo o plan de carrera. Y se puede comenzar a aplicar todo ese conocimiento y esas técnicas desde la infancia. No hay que esperar a que una situación de desempleo nos coloque en la tesitura de “renovarse o morir”; al contrario: es algo que creo queno debería ser puntual, sino que creo que debería (es mi opinión, ojo) llevarse a cabo de forma extendida a lo largo de nuestra vida, aunque de forma voluntaria (no obligatoria) para evitar abusos o dependencia.


Archivado en: Bienestar, Educación, RRHH, Trabajo Tagged: aptitudes, autoconocimiento, autorrealización, competencias, conocimientos, formación, fortalezas, habilidades, orientación laboral, orientación profesional, valores
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