Revista Arte

Origen del mundo según los babilonios

Por Enrique @asurza

Cuando el mundo todavía no existía, sólo inmensos remolinos de agua y fango se extendían, informes, en el espacio infinito. Había una gran oscuridad, en la que borbotaban las olas inquietas, en tanto que ciegas sacudidas y formidables huracanes agitaban acá y allá a la materia: nada más.
Con todo, dos seres vivían tranquilamente en aquella noche cenagosa: Apsu, el espíritu del abismo, del espacio sin límites, y Tiamat, el espíritu de las aguas. Sería muy difícil imaginárselos: los mismos babilonios no tenían ideas muy precisas a este propósito, y en el fondo, se limitaban a decir que eran dos seres de formas monstruosas. Cuando trataban de representárselos, dibujaban extrañas figuras con cierta semejanza con las máscaras de Carnaval, que no carecían de una cierta eficacia. Sea como sea, a Tiamat, se le atribuía el sexo femenino.

Nacimiento de los Dioses

En determinado momento, la masa de las aguas se mezcló con el abismo, y de esta unión, comenzaron a nacer dioses semejantes a enormes serpientes, a dragones alados, a aves de rapiña; y durante mucho tiempo, esos toscos seres divinos se agitaron en la confusa noche junto con las arremolinadas aguas. De éstas, nacieron, por fin, tres divinidades muy poderosas: Anu, el dios del cielo, Bel, el dios de la tierra, y Ea, el dios de los océanos.
Pero los dos seres primitivos, Apsu y Tiamat, no se mostraron en modo alguno conformes con el nuevo estado de cosas. Uno y otro eran demonios torpes y tardos, como es natural, tratándose de dos espíritus siempre inmersos en una noche sin fin y en una lenta corriente de agua; los nuevos dioses, en cambio, eran ágiles e inquietos, porque en ellos, la vida había tomado forma y había iniciado su infatigable actividad. Apsu se lamentaba de esta manera:
Durante el día, no tengo un instante de paz, y de noche, no puedo pegar los ojos con todos esos seres que me trastornan. Quiero exterminarlos y restablecer el gran silencio a que estábamos acostumbrados—.
Hablaba, en suma, a excepción del proyecto exterminador, como podría hablar un viejo abuelo a quien los nietos alborotadores hubiesen turbado la paz. Tiamat no estaba de acuerdo con su compañero en lo de destruir a su descendencia, pero Apsu estaba resuelto a eliminarla, y para asegurar el golpe, había tomado los servicios de Mummu, un espíritu inferior, el cual existía desde antes del nacimiento de los nuevos dioses, y a quien Tiamat había dado el encargo de tener a raya el tumulto de las aguas.

La lucha de los Dioses

Kingu con el ejercito de Tiamat
Kingu con el ejercito de Tiamat

Ea, en cambio, olió el peligro que lo amenazaba junto con sus hermanos Anu y Bel, y buscó el remedio. Conocía las artes mágicas, esto es, el arte de dominar la materia y los espíritus con la virtud de misteriosas fórmulas, y por medio de potentes encantamientos, logró aprisionar y destruir a Apsu, junto con su subalterno Mummu.
Este fue el comienzo de una terrible guerra. Tiamat, en efecto, que hasta entonces había considerado a los jóvenes dioses con cierta benevolencia, se enfureció sobremanera por la muerte del esposo. Reunió un ejército de monstruos y dragones, se alío con los demonios de las constelaciones vecinas, confió el mando supremo a Kingu, el monstruo más espantoso entre todos, y avanzó contra los dioses.
Era un espectáculo terrible por su aspecto y sagazmente estratégico en su formación: los demonios de las constelaciones, el Can rabioso, el Dragón fulgente, el Escorpión, el Pez y otros muchos, protegían los flancos del ejército de combatientes y deslumbraban al enemigo con sus fulgores. Los dragones formaban la vanguardia y confundían no menos la vista con sus duras escamas rutilantes; genios maléficos revoloteaban como aves de rapiña, batiendo frenéticamente sus alas del color de la noche y haciendo resonar por doquier sus estridentes risotadas. Y lo poco que podía distinguirse de la hueste entre tanto relampagueo, toda la turba de monstruos, de miembros enormes y aterradores rostros, no era ciertamente para tranquilizar. Al frente de todos, marchaba Kingu, grande y terrible, llevando sobre el pecho las Tablas del destino, insignia del mando supremo, en las cuales, estaba escrito el futuro de todas las cosas.
Él anuncio de la nueva amenaza fue llevado a Anu y Bel por Ea. Los tres hermanos no sabían qué decidir, y aterrados, acudieron a su padre, el viejo Ansquiar, nieto de Tiamat y Apsu, quien viendo el peligro inminente, ordenó a Anu que reuniera un ejército de demonios.
Anu no era lo que se dice un gran guerrero; con todo, procuró obedecer la orden paterna. Pero cuando se vio ante el formidable ejército de Tiamat, no trabó siquiera combate y huyó asustado. El mando pasó entonces a Ea, pero el dios de los océanos era más sabio que valiente y también se retiró, lleno de miedo. Bel, por su parte, no intentó siquiera la prueba. ¿A quién acudir, entonces?

Marduk, el dios solar

A menudo, lo que parece insuperable a los viejos es brillantemente resuelto por las nuevas generaciones, más frescas y emprendedoras. Ea tenía un hijo, un joven dios valeroso, ambicioso, y además, muy bello, porque el Sol le había dado su luz y su ardor. Se llamaba Marduk, poseía todo cuanto es necesario para triunfar, y desde hacía tiempo, esperaba con anhelo la ocasión de darse a conocer. A él, acudió su abuelo Ansquiar, y Marduk, lleno de entusiasmo, aceptó sin titubear el encargo de dar la batalla al ejército de la abuela Tiamat, por más monstruos y más dragones que pudiese echarle encima, a condición, de que todos reconocieran y acataran su suprema autoridad, y después de la victoria, le confiaran la misión de reorganizar el universo a su gusto y de regir los destinos del mismo por toda la eternidad.
Evidentemente, no pedía poco, pero como hemos dicho, se trataba de un joven dios tan valeroso como ambicioso; sabía lo que quería.
Los dioses, al escuchar las pretensiones de Marduk, quedaron un poco perplejos, porque no se lo esperaban; pero no había tiempo que perder y decidieron reunirse en consejo para tomar un acuerdo.

Marduk
Marduk

El banquete de los dioses

Todos los descendientes de Tiamat y Apsu intervinieron: allá, se encontraban sus dos hijos primogénitos, padres de todos los dioses, esto es, el dios Lakmu y la diosa Lakamu, con miembros de serpiente; estaban también presentes los hijos de éstos, el viejo Ansquiar y su mujer Kisquiar; luego, venían los más jóvenes, Anu, Bel, Ea o también conocido como Enki, con el adolescente Marduk, y por último, las divinidades menores, hasta llegar a los demonios y los genios. Todos se sentaron a la mesa, bebieron sin perder la compostura ni la solemnidad, pero copiosamente, el vino aromatizado con ajonjolí y comieron pan blanco. Finalmente, llegó la hora de deliberar.
Marduk se levantó para preguntar a la asamblea si estaba dispuesta a reconocerle el dominio del universo a cambio de su ayuda. Y a continuación, para demostrar quién era y hasta dónde llegaba su poder, hizo desaparecer y luego reaparecer en un segundo una vestidura, ante la estupefacción de todos los dioses. Contentos de poderse confiar a un soberano dotado de tan singulares virtudes, de un carácter tan resuelto y de un aspecto tan hermoso, todos lo eligieron rey y le dieron en el acto las insignias del poder: el cetro, el trono y la lanza.
Tú nos vengarás, Marduk —le dijeron; —y ahora, ve a acabar con Tiamat: los vientos dispersarán luego su sangre en el abismo—.

La gran batalla

Marduk se preparó para la batalla, tomó el arco que sólo él podía tender, se puso el rayo en la frente y fabricó personalmente una red para capturar a Tiamat, que era invulnerable a todas las armas; luego, creó siete vientos para que lo asistieran durante la lucha, subió a su carroza tirada por cuatro feroces caballos y a la cabeza de su hueste, avanzó contra el enemigo.
Pronto los dos ejércitos estuvieron frente a frente: por un lado, el ejército de las tinieblas, mandado por Kingu; por el otro, el de la luz, conducido por Marduk. Tiamat, apenas vio a Marduk, pronunció contra él un terrible encantamiento, pero el joven dios estaba por encima de los encantamientos e invitó a su abuela a medir sus fuerzas con él. Se lanzaron el uno contra el otro, y Marduk echó hábilmente su red sobre Tiamat y la envolvió, mientras que los siete vientos soplaban furiosamente contra ella y le cortaban la respiración. Al fin, la diosa cayó traspasada por una flecha y quedó inmóvil.
Cuando los monstruos y los dragones de Kingu vieron caer a su reina, se espantaron y no tuvieron fuerzas para seguir el combate: Marduk los derrotó fácilmente; los aprisionó también en su red y los precipitó en el abismo, que así pasó a ser su morada infernal. Luego, quitó a Kingu, que había sido muerto, las Tablas del destino, se las colgó al pecho y volvió junto al enorme cuerpo de Tiamat para iniciar su obra de creador.

La creación del universo

Ea o Enki
Ea o Enki

Ante todo, partió en dos el cadáver, como una ostra; una mitad la suspendió en lo alto y formó la bóveda celeste, y la otra mitad la colocó en la parte baja, para constituir la base del mundo terrestre. Luego, construyó el firmamento y asignó un sitio fijo a las distintas constelaciones; reguló el curso del Sol y de la Luna, ordenó el paso del tiempo al instituir el año, que dividió en doce meses, y edificó las moradas de los grandes dioses Anu, Bel y Ea. De este modo, el orden sustituyó al desorden primitivo, y la luz, a la sombra; y el nuevo universo fue todo armonía.

Creación de la tierra

El Sol dominó el día, entrando triunfalmente en la bóveda celeste por una puerta que se abría a un lado del cielo y saliendo en el ocaso por una puerta opuesta; la Luna gobernó la noche e impidió con su resplandor que la oscuridad se adueñase de ella.
Finalmente, Mardük trenzó sobre la superficie del océano un vasto cañizo, lo cubrió de polvo y greda, y formó así la tierra, con las montañas, los valles y los ríos, que muy pronto verdeó de plantas.

Creación del hombre

Los dioses admiraron la obra de Marduk, pero encontraron que le faltaba algo. ¿Cómo podrían los inmortales tener conciencia de su poder y alegrarse por ello si no existía una criatura que los adorase y sirviese? Entonces, Marduk tuvo una última ocurrencia: ayudado por Ea, su padre, recogió la sangre de Kingu, la amasó con tierra y así obtuvo una arcilla roja con la que formó el primer hombre. Con ello, los dioses fueron plenamente felices, alabaron a Marduk, glorificándolo con cincuenta nombres distintos, y decidieron levantarle un monumental santuario en el que fuese para siempre honrado.
Este santuario fue la gran ciudad de Babel, y Marduk fue desde entonces la divinidad mayor de Babilonia.

Partes de los mitos en la antigüedad

Este es el mito de los orígenes del mundo, tal como lo imaginaron los babilonios y los asirios. Fácilmente se puede ver que puede dividirse en tres partes: el nacimiento de los dioses de la noche y el desorden; la lucha entre ellos para obtener la supremacía y para hacer triunfar la luz sobre las tinieblas; y finalmente, la creación del universo, de las formas naturales y del hombre.
En casi todos los mitos sobre los orígenes del mundo que surgieron, muchos y diversos, entre los pueblos antiguos, se pueden distinguir esas mismas tres partes, y en casi todos, la batalla entre los dioses viene a significar la lucha de la luz contra las tinieblas, el inmenso esfuerzo llevado a cabo por la vida para salir de la oscuridad del caos, tomar forma en plantas, en animales, en criaturas humanas, y respirar bajo los rayos del Sol.


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