Oro negro. Denso como el lodo y a la vez valioso como el diamante. Sujeto entre mis manos un frasco de este maldito líquido sufrido, sostengo entre mis palmas el dolor de los que lucharon por él, la frustración de los que lo perdieron. No me importa, es mío. Mi egoísta ser dispondrá de él hasta secarlo, hasta consumirlo por completo, hacerlo desaparecer. No me importa cuánto costó encontrarlo, ni cuánto trabajarlo, siquiera pensarle un uso. Es solo un licor venenoso. Beberé de él y recorrerá mis venas, me emponzoñará hasta las falanges, me dominará. Que me corrompa, que mis lágrimas sean ácidas. Que el oro negro invada mis pensamientos. Que cumpla su cometido, su instinto. Yo seré el que le dé sentido en este mundo de hombres. Es mío y de nadie más. Mi oportunidad. Oro negro, riqueza entre las riquezas, tú me abrirás la puerta a lo que yo más deseo: la inmortalidad.”
Terminó de murmurar el poeta mientras introducía la pluma en el frasco de tinta, y comenzaba a escribir una novela, una novela titulada: “Oro negro”
Texto: David Nortes Baeza