Fuente: http://cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/julio_14/22072014.htm
AUTORES A. S. XX
Lo que no se ve
Por Carmen FrancíEl arquitecto Óscar Tusquets publicó en el año 2000 un libro titulado Dios lo veen el que se planteaba por qué algunos grandes creadores —no sólo arquitectos o ingenieros sino también escultores, cineastas o pintores— ponen gran empeño en resolver aquellos aspectos de sus obras que quedan fuera del alcance del observador, por atento que este sea. Tusquets concluía que «en vista del sopor que el agnosticismo contemporáneo es capaz de producir, y aunque la existencia de Dios no nos acabe de convencer, ¿no sería más fácil hacer como si Dios existiese y pudiese juzgar nuestras obras?».Interesante apuesta la de imaginar un ojo que todo lo ve, lo aparente y lo oculto, y es capaz de juzgar la coherencia interna de una obra, la belleza de unos engranajes invisibles. Llevada al terreno de la traducción literaria, podríamos preguntarnos qué parte de nuestro trabajo sólo la percibiría un hipotético ser omnisciente. ¿Cuántas horas dedica un traductor a hacer mapas de ciudades, edificios o países inventados? ¿Cuántas a dibujar esquemas de tramas o cronologías para que la confusión aparezca sólo en el grado que ha considerado necesario el autor? ¿Cuántas a imaginar un paisaje con su flora, su fauna y su relieve? Y en definitiva, ¿para qué? ¿De veras percibirá algún lector ese esfuerzo oculto? Porque lo cierto es que un enorme porcentaje de las investigaciones del traductor no aparece de modo explícito en el texto. Y, en algunas ocasiones, ni siquiera de modo implícito.En fechas recientes, la editorial Hermida me encargó la traducción de Oscariana, una colección de aforismos de Oscar Wilde publicada en 1912 por A. L. Humphreys, en Londres, en una preciosa edición, selección a su vez de los que publicó Wilde en 1895 bajo el nombre de Sebastian Melmoth, el que adoptó tras salir de la cárcel y marchar de Inglaterra. Si bien los epigramas y aforismos quizá sean lo que más se conoce hoy de Oscar Wilde —como si fuera un genio de Twitter con más de un siglo de adelanto—, lo cierto es que no escribió esas frases breves y brillantes con intención de que se leyeran de modo autónomo. Exceptuando las Frases y filosofías para uso de los jóvenes (1894) y Algunas máximas para la enseñanza de los individuos educados en exceso (1894), el resto de los epigramas procede de las réplicas y contrarréplicas de los personajes de sus obras de teatro o forma parte de ensayos como El alma del hombre bajo el socialismo, La decadencia de la mentira, Pluma, lápiz y veneno y El crítico artista (1991). Así pues, y dado que en Oscariana los aforismos se mostraban sin referencia a la fuente, la primera tarea de traducción fue averiguar a qué obra y a qué contexto pertenecía cada uno de ellos. De esa manera, algunas de las máximas aparentemente misóginas o cínicas no lo eran tanto y, si lo eran, tampoco podían atribuirse mecánicamente al pensamiento de Oscar Wilde sino a la voz elegida por este para cada uno de sus personajes. Y, por lo tanto, tenían una interpretación diferente de la que pudiera parecer a primera vista.Sin embargo, puesto que en la traducción al castellano volvían a presentarse sin referencia a la obra de origen, ¿debía la traducción dejar que se transparentara ese contexto e incluir, por ejemplo, marcas de género si el hablante era Lady Windermere? Tras alguna reflexión, llegué a la conclusión de que no: Oscariana, en su edición original y desde hace más de un siglo, se ofrece al lector como una colección de aforismos independientes de las obras de origen y así debía verlos también el lector en español. Así pues, los traduje al castellano sin revelar más de lo estrictamente necesario y buscando el difícil equilibrio entre lo que decía cada cita en su contexto y lo que expresaba de modo autónomo.¿Para qué, entonces, tanta investigación previa?No se me ocurre más respuesta que la de Tusquets: Dios lo ve.