Es reina de las virtudes. Y no me extraña. Quien sepa cultivarla tiene un tesoro de salud mental y física. Esta terapia habla de la paciencia; del latín, patientia.
La paciencia es la capacidad del ser humano para soportar contratiempos y dificultades a la espera de lograr algún bien. Es la virtud de quienes saben sufrir y tolerar adversidades con fortaleza y sin queja.
No se confunda con pasividad ante el sufrimiento. Es fortaleza para aceptar con serenidad, sin lamentarse, el dolor y las pruebas de la vida puñetera.
Es un rasgo de la personalidad madura. Y de la inteligencia: las personas pacientes saben esperar con calma a que las cosas sucedan, ya que piensan que a las que no dependan estrictamente de uno, no se les debe otorgar tiempo.
El reparto de paciencia, como el resto de virtudes y defectos, es desigual entre el género humano. Algunos tenían paciencia en vez de líquido amniótico en el vientre materno, otros se han muerto de viejos sin haberla conocido.
Es más fácil ser impaciente que paciente. La vida moderna, estresante y multitarea, exigente, nos conduce cuesta abajo hacia la impaciencia. Para frenar ese descenso hacia el desquicio, aconsejan los expertos “ir a la raíz del problema, llevar una vida sencilla, ser realista y cultivar valores espirituales”.
Como todas las virtudes, la paciencia se trabaja y se entrena. Quizás no alcancemos el nivel del Santo Job, personificación bíblica de esta actitud, pero de este ejercicio solo podemos obtener ventajas.