«Mi pasión es la guitarra; lo que le da sentido a mi vida es la música. Esta responsabilidad te come no sabes hasta qué punto; ser brillante en cualquier momento, en cualquier lugar y a cualquier hora te va minando el gusto por tocar y a veces hasta te hace detestar» el instrumento.
Paco de Lucía durante su concierto en Valencia. Foto: Benito Pajares
Es esa «mala leche» tan sabia lo que le ha valido a Paco de Lucía el reconocimiento del Berklee College of Music, un centro «que sabe a quién premia porque ahí no van chavales, sino gente profesional». Y que es un acto de justicia comparable «socialmente» a la primera vez que el flamenco entró en el Teatro Real.«Esas cosas llegan siempre tarde», zanja rotundo, huyendo de su propia culpa por haber endiosado el género, «porque el flamenco tiene mucha categoría, como han demostrado músicos como Miles Davis, Chick Corea o John McLaughlin, aunque tampoco es necesario que ellos lo digan para saber que es una de las músicas más importantes del mundo. Yo prefiero el ole de un gitanillo de los que están ahí, escuchándote, porque es el mayor premio que te pueden dar».
Paco de Lucía ha inventado un patrón sin geometría para que encaje en la peripecia de siempre. Por eso ha tocado con Wynton Marsalis, un conservador del jazz, muy académico, que considera que las mezclas pertenecen a los «músicos hambrientos» y con Chick Corea, que representa todo lo contrario: la vanguardia y los caminos descotados.
Los dos le admiran y han grabado con él, un músico con el carácter de un marinero que no está tranquilo embarcado ni en tierra, con la agilidad heredera de Niño Ricardo, a quien rindió homenaje en Siroco (1987) con su Gloria, al mismo tiempo que soplaba el polvo de todo aquello e inauguraba un tiempo aún virgen.
Ahora le roba la tranquilidad su gira, «muy larga y pesada», en la que hará escala en Valencia el próximo 21 de julio en los Conciertos de Viveros. Un follón que resume en «viajes, turistas en los aeropuertos, colas... que se hace cuesta arriba». «Me apetece quedarme en mi estudio, que entre otras cosas se está muy fresquito. Las multitudes me ponen muy nervioso. Que te pidan un autógrafo... que te empujen después de los conciertos es un precio» que hay que pagar por el «accidente» de Entre dos aguas, «que bendito sea».
La gira también le ha obligado a aplazar su próximo trabajo, en el que su guitarra cantará copla, un género de actualidad sobre todo desde que Miguel Poveda se atrevió con Coplas del querer, con el que ganó el Premio Nacional de Música. «Es un disco que yo quiero hacer desde hace un montón de años, pero se lo he comentado a tanta gente que se me han adelantado y ahora siento un poco de rabia por haber sido tan perezoso».
«Calculé mal los trabajos del disco y se me echó la gira encima, así que tuve que parar». No hay tiempo para todo. «Cuando estás de gira tienes que pensar en ser brillante todos los días, estar bien de manos, de agilidad mental y físicamente, porque es un trabajo casi de atleta. Eso no pasa en las grabaciones: sólo hay que volar, volar», reflexiona.
El pasado está para olvidarlo o para magnificarlo, pero no para volver a él. «Lo paso tan mal cuando estoy componiendo un disco, lo oigo tantas veces, le doy tantas vueltas, tiro tanto material a la basura, que cuando decido que no hay más remedio, lo que queda grabado nunca más lo oigo, porque no se puede cambiar nada. Si estoy en un restaurante y el dueño pone mi música, como un homenaje, doy un salto y le digo 'quita, quita eso'. Es traumático».
Mantener la exigencia
La experiencia es otro rumbo torpe, a pesar de todo, porque suma tablas y también exigencia. «A medida que pasa el tiempo hay una lucha con tu propia naturaleza, cada día tratas de subir el listón más y más y hay una contradicción contigo mismo».
Por eso es «cada vez más difícil tocar la guitarra, porque es un instrumento muy cabrón; exige mucha fuerza física y una energía que con los años notas que cada vez te faltan más. Pero no sólo por la edad. Los estímulos son menos... has conseguido lo que habías previsto. Y ahora ¡cómo me gustaría saber tocar el piano!, que sólo necesitas pulsar la tecla, porque con la guitarra tienes que apretar la mano izquierda porque si no, no suena, el sonido está apagado».
Para EL MUNDO, 14 de julio de 2010