Otro paso a paso sobre una de las últimas acuarelas pintadas. En este caso un paisaje de unos parajes que atravieso con cierta frecuencia. Desde Albacete hacia la costa de Alicante, siempre pasando por las cercanías de Alcoy, ruta más amena y hermosa que la ruta habitual que ya he recorrido cientos de veces. En lugar de continuar la autovía hacia Alicante, pasado Alcoy suelo tomar alguna de las carreteras llenas de curvas y árboles que llevan desde allí a Jalón, Benidorm, Calpe, Denia y otros lugares más conocidos. Llegues a donde llegues siempre aciertas y pasar por Guadalest no es cualquier cosa. Por su paisaje y por ser uno de los lugares con más museos por kilómetro cuadrado del mundo. Bueno pues por una de estas rutas es donde se tomó esta foto, cuando aún quedaban las últimas flores en los almendros el año pasado. Por esta zona se fabrica el papel de Garzapapel que se ha utilizado para la acuarela, lugares antiguamente poblados por moriscos, como nos recuerdan los hermosos y sonoros nombres de pueblos, aldeas, montañas o restos de torres y castillos: Benilloba, Benidoleig, Benicadell, Beniarrés, Benimarfull, Benialla, Benigembla, Benimaurell, Alcanalí, Benissa, Benitaxell... El inicio es un dibujo sencillo a lápiz, encuadrando el tema, una composición en diagonales, con un primer plano escarpado y de aristas marcadas que da paso a unas montañas que protegen un vallelleno de árboles, caminos y aldeas. Abundan los verdes, lo que siempre es un desafío. El cielo se ha cubierto con un baño diluido de lapislázuli con unos toques de cerúleo que se extiende a todo el paisaje, procurando dejar ya algunas zonas en blanco, valorando en húmedo el relieve con una mezcla de ese azul y siena tostado y una pizxca de aliarina que se aplica cuando la anterior está apenas seca. Especial cuidado se tiene con reservar los brillos de los picos y pedruscos que romperán la monotnía y añadirán relieve y distancia, separando los planos. Cuando se seca la capa aplicada, se añaden los primeros verdes. En este caso tierra verde de Vagone, también de Kremer, mezclada con lapislázuli, el mismo azul utilizado en el cielo y en las primeras capas de las montañas. Ya se van marcando luces y sombras, ondulaciones de las montañas, se van separando las montañas más lejanas de la derecha, las del frente en un plano medio y la de la izquierda, manteniendo las zonas iluminadas y respetando el blanco del papel. Los colores cálidos que se van aplicando van acercando unas zonas y alejando otras. Siena natural ocre amarillo, siena tostada y unas manchas a la izquierda de caput mortuum, otro pigmento clásico, con una pizca de azul. En este caso se empieza a recurrir al índigo, pero un buen pigmento, transparente, no de esos que llevan demasiado negro en su composición y que apagan y enturbian los colores, eliminando toda la transparencia. En este caso es de Kremer. Hasta donde yo sé, no lleva mezcla de negro y se vende como Índigo Indio genuino. Todos los demás son mezclas de Indantrone, pthalocianina o azul de Prusia mezclados con negro de humo. En las series profesionales de las mejores marcas encontramos buenas mezclas, pero no así en las series más baratas, igual que ocurre con el cerúleo, el sepia, o el VanDick brown, que puden ser colores hermosísimos o pastas cubrientes que emborronan todo. Lamentable lo bueno hay que pagarlo. Peor es cuando como bueno se nos vende lo que no lo es. Al menos cuando nos indican en el etiquedado "Hue", nos indican que es un color obtenido con mezclas, no un pigmento, un solo componente. Es un color que nosotros podemos consguir con nuestras propias mezclas. Hay quien huye del blanco y del negro como de una vara verde y los está utilizando continuamente en las mezclas de los colores que ya compra mezclados. Un cerúleo barato lleva blanco. Por eso es cubriente, nada transparente, espeso y francamente horrible. Seco lo anterior, se siguen aplicando capas de siena tostada sola o mezclada con ultramar o índigo. Para marcar las rocas y los relieves del cerro de la izqueirda se recurre a estas mezclas de ultramar y siena tostada que puden ir desde un gris frío o cálido hata un tono oscuro casi negro. Algunas manchas de tierra sombra tostada en el suelo de la derecha. Se recurre al verde de jadeita de Daniel Smith diluido para resaltar algunas zonas lejanas y más espeso, solo o mezclado con índigo para los árboles y vegetación más próxima.
Al aplicar estas sombras se procura ir definiendo algunas rocas, sus formas, sus sombras, sus picos. Ulramar y siena tostada.
El paso anterior es el más delicado. Hasta ahora el conjunto resulta plano porque faltan las sombras que separen el primer plano, la montaña de la izquierda, con el valle mñas lejano e iluminado. Como la acuarela se aclara cuando se seca, no deberíamos tener que reurrir a una segunda capa que siempre emborrona, quita transparencia y elimina los relieves y granulaciones que hemos ido trabajando con tanto cuidado para dar textura. Aquí hace falta un buen pincel, lo más suave que tengamos, necesariamente de petit gris, de marta o, como es el caso algo que resulte muy similar, el Versátil de Escoda del 18. La sombra es una mezcla de índigo, siena tostada y carmín de aliarina, resultando un violeta oscuro, transparente y frío. Si la cosa sale mal, habrá que tirar la acuarela a la papelera. Nos encomendamos a San Diego de Velázquez, a los santos Turner, Constable, Peter de Wint y a todos los pintores del Olimpo, que parecen ponerse de nuestra parte. Cuando se ha secado todo, mientras le echamos un vistazo y nos sujetamos las manos para no tocar más, nos arriesgamos a dar unos pequeños retoques, mínimos pero importantes. Sobre todo abrir unas lucecitas, sugerir unas piedras en el perfil de la montaña cercana. Se hace a puñaladas, cuidadosas y medidas, pero a punta de navaja. Quitada la pintura de esa forma tan expeditiva, algo que este Garzapapel resiste sin quejas, añadimos unas sombras a las luces abiertas, resaltamos con índigo el relieve de las rocas y reforzamos algunas sombras de las montañas lejanas y otras que diferencien los bancales y añadimos, ya sin riesgos arbolillos aquí y allá, marcando los caminos y la inclinación de la falda de las montañas. Con eso la damos por terminada, volviendo a encomendarnos al santoral ya mentado para que lo que está ahora mojado, cuando se seque quede en un punto adecuado de intensidad.