El periodista pakistaní Ahmed Rashid se hizo famoso con su libro “Los talibán”, que publicó en 2000, cuando el tema de los talibanes interesaba a unos cuantos especialistas y poco más. Al año siguiente ocurrió el 11-S y su libro se convirtió en un éxito de ventas. Era un libro muy bien documentado y escrito sobre un tema del que se sabía poco entonces que tuvo la fortuna de estar en el momento adecuado.
Más tarde Rashid ha publicado, entre otras obras, “Descenso al caos”, un relato de cómo las cosas se torcieron en Afghanistán entre 2002 y 2008. El libro cuenta cómo la población afghana acogió a las fuerzas occidentales llena de esperanza, confiando en que le traerían la paz y el desarrollo. En aquellos días Karzai parecía el mesías: un político occidentalizado, culto y preocupado por su pueblo, nada que ver con los señores de la guerra que se paseaban por el país. El libro cuenta cómo, a partir de la decisión norteamericana de desentenderse de la reconstrucción del país para centrarse en la invasión de Iraq, las cosas empezaron a torcerse. Faltaron los medios y la planificación necesarias para reconstruir el país y entre tanto a Karzai se le vio el pelo de la dehesa y Pakistán pasó de ser un aliado en la lucha contra los talibanes a convertirse en un problema.
Ediciones Península publicó en 2013 “Pakistán ante el abismo. El futuro de EEUU, Pakistán y Afganistán”, que es la traducción del libro del mismo titulo que había publicado en inglés la editorial Viking Penguin en 2012. Más que un libro en sí, es, como el propio Rashid reconoce en el prefacio, “un libro de artículos, dedicado cada uno de ellos a un diferente aspecto del mismo problema”.El libro no me ha gustado y creo que su principal fallo es precisamente ese carácter de artículos agrupados apresuradamente sobre el mismo tema. Cada artículo baja mucho al detalle, tanto que la visión de conjunto se pierde, quitando cuatro o cinco ideas repetidas machaconamente: que Pakistán es más parte del problema que de la solución y que los militares pakistaníes son un peligro; que los servicios de inteligencia pakistaníes realizan una peligrosa distinción entre talibanes malos (los afghanos) y buenos (los pakistaníes del Tehrik-e-Taliban Pakistan, que serán igual de cabrones pero son sus cabrones); que a Obama le faltó visión estratégica, no se llegó a involucrar tanto con Afghanistán como se había involucrado Bush, no consiguió desarrollar una relación personal con Karzai y sus políticas se vieron entorpecidas por las rivalidades entre las distintas agencias (Pentagono, CIA, Departamento de Estado…). Sí, son árboles importantes, pero son árboles que ya me había encontrado en otros libros y artículos y después de 285 páginas no acabo de tener claro cuál es el bosque al que pertenecen.
Mención aparte merece el traductor del libro, Albino Santos, que tomó la decisión discutible de españolizar los nombres propios. El Paso Khyber de toda la vida se ve rebautizado como Paso Jaiber. Vale, lo acepto porque realmente se pronuncia así en español. Pero, en aras de la coherencia… ¿por qué al doctor Khan no le llama doctor Jan, que es como sonaría en español? Y ya puestos, ¿por qué españolizar sólo los nombres afghanos y pakistaníes? ¿Por qué no escribir Condolisa Rais en lugar de Condolezza Rice y Richard Jolbruk en lugar de Richard Holbrooke? Por cierto, que esta práctica lleva a algún resultado casi lírico como el del mulá Jairulá Jairjuá. Sí, es la pronunciación correcta en castellano, pero casi que me quedo con la versión inglesa (mullah Khairullah Khairkhwa) a la que estoy acostumbrado, porque en castellano el nombre me suena a cachondeo.