Dejamos San Cristóbal de las Casas a las 5 de la mañana. Con este madrugón nos aseguramos la salida de la ciudad, cosa que, con las revueltas y bloqueos del día anterior, no estaba del todo clara. Destino, Palenque, en medio de la selva chiapateca.
Nos habían avisado que la única carretera que une San Cristóbal de las Casas con Palenque estaba plagada de curvas, por lo que nos habíamos hecho a la idea de otro entretenido viaje de 4 ó 5 horas haciendo eses en nuestros asientos. Pero las curvas no eran el problema de esa carretera, al menos el único. El verdadero infierno del camino fueron los badenes. Sí, los badenes. Esas montañitas de alquitrán que el gobierno ha colocado en la carretera para respetar los límites de velocidad en las curvas peligrosas, en las cercanías a los pueblos, en los cruces, cuando las rectas eran muy largas o cuando eran muy cortas. ¡Imposible recorrer 500 metros sin al menos pasar por encima de uno de ellos! Fuimos botando en nuestros asientos todo el rato.
Saltos en nuestros asientos aparte, lo que si tengo que reconocer es que la carretera atravesaba una zona selvática espectacular, en cuyo interior, nos contaron que albergaba bastantes poblados zapatistas. El estado de Chiapas no deja a nadie impasible y todavía no han dejado de sorprendernos las montañas que ocultaban a San Cristóbal de las Casas o a San Juan de Chamula, cuando las cercanías a Palenque nos ofrece una visión de la selva tropical brutal.
Antes de llegar a Palenque pasaremos por las Cascadas de Agua Azul, un conjunto de saltos de agua y de piscinas naturales donde lo más relevante es su precioso azul turquesa. Azul que se se convierte en color café con leche si se visitan en temporada de lluvias, momento en el cuál deben perder gran parte de su encanto. Afortunadamente, las vimos azules.
Íbamos a comer allí y disponíamos de tiempo suficiente para recorrerlas de arriba a abajo e incluso de darnos algún baño. Nosotros no lo hicimos, en parte por no ir cargados todo el rato con el kit de baño: bañadores, chanclas y toallas, y por qué no decirlo, por que no soy demasiado amiga de bañarme en aguas dulces que no sean de piscina. Manías que tiene una.
Hacía mucho calor y mucha humedad, así que después de pasearlas hacia arriba y hacia abajo, de fotografiarlas y reparar en las decenas de puestos de micheladas y frutas frescas, de artesanía y de vendedores ambulantes que recorren el camino, nos sentamos en uno de los bancos a contemplarlas y ver cómo se forman las cortinas de agua.
Tras el almuerzo partimos en dirección al que sería nuestro hotel en Palenque, un agradable resort en medio de la selva con una piscina espectacular a la que nos tiramos de cabeza en cuanto que dejamos las cosas en la habitación. Las ruinas arqueológicas de Palenque las visitaríamos al día siguiente.
Es difícil categorizar la belleza de estos lugares, pero Palenque es, sin lugar a dudas, uno de los sitios arqueológicos mayas más bellos de México. Puede que en esta opinión algo influya mi debilidad por la mezcla naturaleza y arquitectura, pero me pasa igual con templos como los de Angkor o Siem Reap, que el año pasado visitamos en Camboya.
Afortunadamente, Palenque no es el sitio arqueológico más conocido, ya que ha estado algo eclipsado por otros templos de Yucatán como el de Chitchen Itza, más cercano a la Riviera Maya y por ende mucho más visitado por los turistas. Gracias a ello hay momentos de la visita en que nos podemos encontrar más solos y sentir la magia del lugar, como ya nos ocurrió en Monte Albán.
Las ruinas de Palenque fueron descubiertas en el s. XVII por unos misioneros españoles. Se encuentran en medio de la selva, engullidas por la naturaleza, de hecho, se piensa que sólo un 10% de la ciudad ha salido a la luz.
Nada más entrar al recinto arqueológico nos encontramos en una gran plaza central donde se encuentra el Templo de las Inscripciones que alberga la tumba del rey Pakal. Cada uno de los edificios que nos vamos a encontrar es único y tiene una ubicación especial, ya que los mayas buscaban vivir en armonía con las fuerzas cósmicas.
Resulta impresionante observarla desde lo alto y ver como la vegetación hace de envoltorio de este maravilloso legado maya. Nosotros no perdemos ocasión y subimos los estrechos escalones de cada uno de los templos cuyo acceso está permitido. Las vistas merecen la pena y no nos cansamos de observar hacia uno y otro lado.
Maravillosa es también la zona que alberga el conjunto de Las Cruces, una serie de edificios o pirámides en el que destacan el Templo del Sol, el Templo de la Cruz y el Templo de la Cruz Foliada. Fueron construidos por los hijos de Pakal, quienes gobernaron Palenque a la muerte de éste, y se puede acceder a todos.
Cuando llegamos a lo alto, respiramos profundamente por el esfuerzo realizado y por el calor. Nos sentamos a contemplar y apenas intercambiamos un “¡es precioso!”, pero es tan evidente que sobra, así que casi que guardamos silencio. Miro, observo, hago fotos, quiero llevarme ese momento y pruebo a captarlo lo mejor posible con mi cámara. Sé que esto no es posible, pero me permitirá, cuando vuelva a ver las fotos, recordar estos instantes. Mis momentos mágicos.
Sin darnos cuenta llevamos más de 3 horas por el recinto y el calor comienza a apretar, así que nos volvemos a poner en ruta, esta vez en dirección Campeche, pasando por el Golfo de México.
Etapas de este viaje publicadas:
- Intenso y Extenso México D.F.
- México: las Pirámides de Teotihuacán y Restaurante Café Tacuba
- Descubriendo Monte Albán, Oaxaca y Puebla
- Mitla, la Ciudad de los Muertos, y el Árbol del Tule
- Navegando por el Cañon del Sumidero
- San Cristóbal de las Casas, en el corazón de Chiapas
- Palenque, en medio de la Selva Chiapateca
Bon voyage!