1. Pamela Piggot aguanta estoicamente los malos modos, ese carácter hosco y desabrido que impregna la actitud y la conducta de Wendell Armbruster Jr., ese americano medio que está convencido de que los más de cinco mil millones ciudadanos del mundo que no son estadounidenses sufren algún tipo de dolencia incurable. Y lo hace aguantando esas pullas que ella misma alimenta, con su comportamiento y sus declaraciones, acerca de su peso, aun en un momento de extremo dolor, como es ése en el que ha de reconocer, en una lúgubre y austera morgue, el cadáver de su madre fallecida lejos de su Gran Bretaña natal. Y lo hace dejando que todos marchen, para, en la más absoluta soledad, abrir una ventana por la que traer la luz a quien ya no puede recibirla. Y dar, por supuesto, rienda suelta a sus lágrimas.
2. Pamela Piggot se deja llevar a sí misma, arrastrada por los efluvios, no solo alcohólicos, de una noche en que el ambiente y la música la han transportado a ese territorio en el que su madre ausente fue tan, tan feliz —a pesar de que, una vez más, Armbruster Jr. la ha vuelto a abandonar de forma poco educada y sorpresiva—. La mañana fresca y clara empujan sus pasos hacia el agua límpida, casi transparente, de la bahía de Ischia; y hacia allá marcha ella, sin pudor, sin rencor, dejando tras de sí unas prendas que cubren su piel, pero no su alma, para arrojarse al mar, y nadar hasta la roca cercana en la que dejar que el sol acaricie su cuerpo desnudo (y rotundo, hermoso). Armbruster Jr. pretende hacerse creer a sí mismo que la sigue por un instinto paternalista, protector, pero todos estamos empezando a ver lo que ni él, ni esos largos calcetines negros que terminan convirtiéndose en su única vestimenta, quieren ver. Qué mala la ceguera...
3. Pamela Piggot, con un italiano impecable, intenta hacerse pasar por la manicura de Wendell Armbruster Jr., en un intento de que Jo Jo Blodgett, el representante del Departamento de Estado en Europa, no descubra el pastel que ambos han estado degustando en la suite de Wendell, para su gozo (y el nuestro), una vez destrozados los equívocos y dejados los espíritus llevar por sus naturales impulsos. ¿Que la delata un escandaloso cordón de cortina que intenta cumplir las funciones de cinturón circunstancial? No importa: las resoluciones están adoptadas y Pamela ha conseguido lo que no andaba buscando, que es como se consiguen aquellas cosas que más se desean (y se merecen) en la vida. ¿Final feliz o comienzo de un bucle? ¿O ambas cosas...?
* ¿Qué pasó entre mi padre y tu madre? —Avanti!— constituye una de las últimas entregas de la larga y fructífera carrera del gran Billy Wilder; un divertimento romántico con las dosis de vitriolo bastante rebajadas, a fin de dejar cabida a un torrente de emociones amorosas (más o menos contenidas...), sin que ello la prive de los elementos identificativos 'marca de la casa': unos diálogos preñados de ingenio y agilidad, y una componente caricaturesca (centrada, en este caso y especialmente, en la confrontación entre idiosincrasias de país) a la que sirven con un trabajo cómico majestuoso todos los integrantes de un reparto magnífico, capitaneados por un Jack Lemmon que está a su nivel habitual (o sea, sublime) y una sorprendente y chispeante Juliet Mills.
* Los buenos buenosos XVIII.-