Florence Leontine Lowe ó Florence Lowe Pancho Barnes, nació en la riqueza. Era nieta del inventor y pionero aeronáutico Thaddeus S. C. Lowe, el primero que tomó fotografías desde un globo y padre del reconocimiento aéreo en los Estados Unidos. Dicen que Barnes heredó la pasión de su abuelito –quien la llevó por primera vez a ver un espectáculo aéreo- y del padre, y no pocos aseguran que ambos la criaron como un varón. En su infancia Barnes podía correr más rápido, salivar más lejos, insultar y pelear mejor que la mayoría de sus compañeros de clase. Para convertir la salvaje en una “señorita”, su familia la inscribió en una escuela religiosa para muchachas. Después de escaparse a Tijuana en el segundo año, la fierecilla logró milagrosamente sobrevivir sin noticias hasta su graduación. Sin perder el tiempo, en 1921 la casaron con un correcto ministro episcopal. Dice la leyenda que la desigual pareja se besó por primera vez en la boda y únicamente tuvieron relaciones íntimas en la luna de miel. Nueve meses más tarde y tras el nacimiento de su hijo, Barnes entendió que había cumplido con todas las obligaciones sociales y era el momento de dejar atrás los rezos y freezar al pastor por un tiempo. La floreciente industria cinematográfica de Hollywood le brindó la oportunidad de montar caballos para el cine y los cien dólares que ganaba permitieron contratar ama de llaves y niñera. ¡A vivir se ha dicho! Viajes, amantes y diversión. Se cuenta que cuando algunos amigos le propusieron abordar un barco de plátanos con destino a América del Sur, ni lo pensó. Única mujer de la tripulación, Barnes se vistió como hombre y cuando el barco salió del muelle, ella y sus compañeros descubrieron que la embarcación llevaba armas y municiones a los revolucionarios de México. Los aventureros estaban en problemas y el asunto se puso peor cuando fueron tomados como rehenes por los guardias durante seis semanas. Barnes y el timonel fueron los dos únicos valientes que se animaron a escapar. Robaron un caballo y un burro y partieron como alma que lleva el diablo por el campo mexicano. Allí fue cuando Barnes observó a su flaco y largo acompañante y le dijo en broma que se veía como Don Quijote, mientras que ella, rellenita, más baja y arriba del burro, parecía Sancho Panza -“no Sancho ¡Yo soy Pancho!- dijo Barnes entre risas y se bautizó. 250 penosos kilómetros después y luego de abordar otro barco como polizón, llegó a casa y se despidió de su amigo, feliz y sabiendo sin dudas quién era y de lo que era capaz. En la primavera de 1928, llegó el momento para atender la gran ilusión de su niñez. Después de seis horas de entrenamiento y ante los ojos asombrados de su instructor, Pancho aprendió a volar No había quien la bajara del cielo, salvo unos ocho aterrizajes de emergencia por problemas con el motor. Se compró un biplano Travel Air y encontró la forma de obtener ingresos como piloto de pruebas para fabricantes de aviones y también como doble de pilotos en la industria del cine. Fue ella quien ayudó a Howard Hughes a capturar sonido auténtico para la célebre película “Los Ángeles del Infierno” en 1930.
Hacia 1932 ya había fundado la Asociación de Pilotos Cinematográficos y peleaba para que sus colegas tuvieran un salario justo, mientras ella gastaba pródigamente lo que ganaba, lo heredado y a cuenta. Vendió todo lo que tenía y compró una finca en el medio de la nada; con la ayuda de su hijo construyó una casa con cuartos para sus invitados, establos, piscina y una impresionante pista de aterrizaje en la dura tierra.
Mientras Pancho conseguía un contrato con el gobierno para entrenar pilotos, su Happy Bottom Riding Club estaba abierto para todos y para todo.
Pancho bromeaba y reía. Se reía de sí misma, de sus innumerables problemas económicos, de los prejuicios y hasta de la enfermedad. Continuó riendo después del incendio desastroso que borró del mapa a su célebre propiedad y aún luego de quedar sola, anciana y sin una moneda. En sus últimos años se dedicó a revivir sus viejas andanzas en clubes y fiestas y deleitó al nuevo público con los cuentos fascinantes de su vida.
Un 30 de mayo de 1975 fueron a buscarla a su modesta casa para que diera un discurso, pero la vieja pionera había partido. Se supo de ella más tarde, cuando dos amigos intentaron dispersar sus cenizas desde un Cessna y un viento de costado devolvió los restos hacia la cabina del avión. Los pilotos sonrieron, sabían que Pancho Barnes no perdería ese último vuelo y tampoco se iría sin saludarlos, a su manera. Fuentes: . Jessen, Gene Nora. Powder Puff Derby Of 1929.Sourcebooks, Inc., 2002. Pág. 37
. Kessler, Lauren, The Happy Bottom Riding Club:The Life and Times of Pancho Barnes. Random House, 2000
. Ancestry magazine Sep-Oct 2008. “Don’t Mess with Pancho”. Pág. 43
. Schultz, Barbara Hunter. Pancho: The Biography of Florence Lowe Barnes. Lancaster, CA: Little Buttes, 1996.
. Wikipedia: enlaces en texto.
Imágenes: Internet