Revista Arte

Para quien se ha ido

Por Peterpank @castguer

casa de Ades

A lo que no se nos enseña es a comprender la muerte de los demás. No hay una pedagogía del buen morir. Los creyentes la adornan con la figura del paraíso y quienes no creemos, en esa orfandad de lo eterno, nos obstinamos en mimar los recuerdos que los muertos amados nos van dejando. En este asunto de la memoria no aprecio diferencia entre el buen cristiano y el buen ateo. Ninguno exhibe, cuando los suyos se van, credenciales que certifiquen lo mucho que amaron a sus difuntos. Somos filósofos a poco que pensamos en la muerte. De hecho, la filosofía (ya en el Fedon, con la elocuencia funeraria de Sócrates de texto de fondo) hurga en la muerte y cuestiona su naturaleza. No ha dejado de hacerlo desde entonces. En el fondo, toda su Historia es ese diálogo primerizo (el platónico) pero revisado y aumentado durante siglos.

En la muerte de un familiar cercano, en el tanatorio, en las honras fúnebres y luego, en una gris y lluviosa tarde de domingo, en el feísimo cementerio de la Fuensanta, en Córdoba, he pensado en el valor excepcional de los recuerdos y he ido repasando, a lo largo del día, en un tributo íntimo a la memoria de mi tío fallecido, los momentos que compartimos, la felicidad atravesada de navidades y de peroles en el campo, de tardes en el brasero, de bares más tarde, cuando mi edad y mis vicios me inclinaban a frecuentarlos y a beber y a fumar desconsideradamente. He ido escribiendo en mi cabeza esa lista copiosa de instantes que no se han marchado cuando le han metido, al pobre, en su última residencia. No nos enseñan en la escuela a pensar la muerte (aunque hubo unos manuales que se pretendió divulgar en las aulas sin éxito alguno), pero quizá la educación y la cultura que sí que se enseña (y admirablemente, en mi opinión, a pesar de los recortes y de la mala fama que algunos se empeñan en darle) consiga que seamos comprensivos con la muerte y la afrontemos con la conformidad de quien sabe que nada puede hacer para frenarla. Duele hasta lo indecible que la muerte canalla visite nuestra casa y se lleve a quien todavía tiene una vida por delante. Duele que nos roben todos los momentos preciosos del futuro, los que sabemos que sucederán y que la parca puta extirpa a cara de perro, sin paliativos narrativos, a bocajarro. Escribo esto porque hoy he tenido un día terrible despidiendo a quien se ha ido, pero he disfrutado (y mucho) pensando en todo lo que nos dio a los que le tuvimos cerca. Es cierto eso que se dice (amablemente, para el consuelo de los deudos) de que no se ha ido y que está con nosotros para siempre. No sabe uno si habrá un consuelo distinto que el de las palabras y las imágenes atropellándose en la cabeza. Esta noche la mía está ocupada de vida, aunque la familia se haya congregada alrededor de la muerte.


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