Estos últimos días he vuelto a sentirme muy culpable al tener que dejar a mi hijo a un lado para dedicar muchas horas al trabajo. Han sido días difíciles y sin respiro, que han coincidido, además, con un momento en el que él ha estado muy irritable y necesitado: ha dejado de echar la siesta en la escuela infantil por decisión propia y las tardes se le han hecho demasiado largas. Semanas interminables y fines de semana repletos de actos sin descanso. Un cóctel explosivo que ha terminado con más estrés del previsto, nervios, noches sin dormir, fiebre y algún que otro grito más de los habituales.
Un ritmo de vida que me hace replantearme cuánto podría aguantar así y si en ella cabría siquiera otro bebé. Si antes la pregunta que resonaba en mi cabeza era ¿cuánto tiempo se van a llevar mis hijos?, ahora ha sido sustituida por ésta otra: ¿habrá otro hijo? La sensación de que la cuerda está demasiado tensa sigue aumentando, y no puedo quitarme de la mente la idea de que, haga lo que haga, siempre pierdo algo: es la maldición de conciliar.
Cada vez veo más claro que tengo que aprender a organizarme mejor o hacer cambios en mi vida para mantener el equilibrio y la cordura familiar. Ya no tengo la sensación de poder con todo que tenía hace un año: me veo superada y agotada por el día a día. Es hora de parar, respirar y reflexionar.
Por suerte, en poco más de una semana empiezan mis vacaciones, un balón de oxígeno que, sin duda, necesito. Un cambio de ritmo para instaurar una vida calmada y no atolondrada, justo lo que esta pequeña familia necesita.
Este verano me he marcado unas metas muy concretas: quiero volver a vivir sin reloj, a caminar despacio y a acostumbrarme a hacer algo tan sencillo y complicado a la vez como respirar profundo y suave, como he aprendido en Pilates. Quiero afrontar días sin nada en la agenda y obligarme a apagar y olvidar el teléfono móvil a ratos.
Me olvidaré del café y retomaré las siestas. Quiero leer un libro o dos, pero pasando los dedos entre las páginas; nada de leer en una pantalla. Voy a nadar y bucear y pensar en ese proyecto personal que he postergado demasiado tiempo: escribir un relato o un cuento infantil. Y no me olvidaré de hacer fotos, muchas fotos.
Pero más ambiciosas son las tareas que me he propuesto como madre. Voy a desterrar el ‘no’ de mi vocabulario, las condicionales y toda forma eufemística de castigo. Voy a hablar con tranquilidad a mi hijo, haciéndole reír aún más, contarle todo lo que vemos y recordándole historias de cuando era más pequeñito. El reloj va a ser por fin mi aliado.
Le hablaré con alegría y positivismo del cole de mayores. Sigo pensando que es pronto aún para que empiece la educación infantil, pero no quiero trasladarle mis miedos. Jugaremos, leeremos cuentos escritos y nos inventaremos otros tantos. Le enseñaré a hacer la voltereta, a saltar las olas y a nadar con manguitos.
No voy a meterle prisa por cambiarle el pañal, ni mostrarme ansiosa de que quiero que hable ya. Va a ser un ritmo diferente para todos, para los tres. Para volcarnos en nosotros. Y estoy segura de que este verano traerá grandes sorpresas y progresos, porque los niños son para el verano.
¿Cuáles son tus metas para este verano?