Por María del Valle
El hombre necesita conocimiento para sobrevivir,y sólo la razón puede lograrlo.Los hombres que rechazan la responsabilidad del pensamiento y la razónsólo pueden existir como parásitos del pensamiento de otros.Ayn Rand
Llega un momento en la vida de las sociedades que, como ocurre a nivel personal, se producen esos puntos de inflexión a partir de los cuales reacomodar las estructuras vitales.
Crisis y replanteos en el camino andado que, para algunos, pueden ser el abono de un nuevo tiempo tomando conciencia del pasado para comprender el hoy y proyectar el mañana y para otros, un corte drástico de las raíces para iniciar un camino sin conciencia del pasado y, por lo tanto, incertidumbre de futuro.
O peor aún, una manipulación del pasado para proyectar un futuro basado en el fraude y la tergiversación de los hechos desfigurando arbitrariamente la realidad y transformándola en propaganda. El razonamiento y la honestidad intelectual juegan un papel preponderante en estos procesos si admitimos los hechos que, con absoluta precisión, se convierten en la prueba fehaciente de la realidad.
Y el uso del lenguaje desempeña una función relevante en este proceso.
La aparición de los formadores de opinión así como los agentes de prensa y los asesores de imagen están haciendo de los individuos que logran trascender el anonimato, una casta de personajes políticamente correctos que apelan a un discurso ambiguo o carente de contenido para evitar comprometerse con respuestas profundas o, peor aún, recurren a respuestas mentirosas que deforman la realidad.
El lenguaje publicitario ha entrado en la comercialización de la política para condicionar los gustos de los ciudadanos.
En Hispanoamérica, el discurso simplista y vacío de contenido, ha sido un elemento recurrente de las últimas décadas; caudillos que han apelado al discurso emocional para cooptar las masas simplificando la realidad a elementales slogans que no admitirían ser cuestionados. Los ejemplos son innumerables. Pero que en España se haya logrado imponer el “leninismo amable” de Pablo Iglesias, hijo dilecto del binomio venezolano Chávez-Maduro, no deja de asombrarnos a los habitantes de este lado del Océano.
El adjetivo “amable” ha logrado que la palabra leninismo, tan perversa en sí misma por las connotaciones políticas que ha tenido en la URSS con los millones de muertos, perseguidos y presos políticos que ha generado, adquiera una trascendencia inocente y supuestamente pacífica.
El odio y el desprecio visceral promovidos por los leninistas por la Vida, la Libertad y la Felicidad humanas han sido sus banderas más enarboladas.
El auge del populismo involutivo progresista de principios del siglo XXI moviliza las más bajas pasiones e inocula sentimientos de culpa en los más capaces; sin embargo, su arraigo en la sociedad, dependerá de la fortaleza institucional del medio en que actúa y, en su defecto, de la complicidad de los saqueadores con las ideas colectivistas.
El capitalismo económico y el liberalismo social de respeto a los individuos y sus derechos son los únicos sistemas que les permiten a los hombres producir abundancia como creadores de riqueza y prosperidad individual.