Hay momentos en la vida en que a quien se tiene por persona humana no le da la gana de entender de atenuantes ni eximentes. Que no quiere comprender ni buscar motivos ni justificaciones en una situación personal extrema, ni siquiera en problemas mentales; nos da igual lo mal que le fuese en el camino al asesino. Que no echa mano de la psicología para asimilar atrocidades como un parricidio, un parricidio a golpes, para más inri, con dolor físico. Solo las blasfemias asoman a nuestros labios y se agolpan en nuestras vísceras ante la espeluznante noticia de que un padre separado ha matado a sus dos tesoros, a dos niñas de siete y nueve años, santas nuestras, mientras las tenía bajo su guardia y protección en San Juan de la Arena (Asturias). Protección, ja.
El suceso nos ha empeñado el viernes hasta al ciudadano más miserable. Porque hay que ser muy bicho para que una información así no te amargue el día. Me niego a pasar del titular: ya tengo bastante. Trato de hacer el avestruz, meter la cabeza bajo el ala, pero la tengo demasiado hinchada de rabia y no cabe.
Son tantas las preguntas. ¿Por qué esa bestia tenía derecho a tener a las niñas? ¿Por qué esa bestia tuvo hijas? ¿Por qué? ¿Por qué?….
Está claro que para nacer hay que tener suerte también en esta parte del mundo donde se supone que a los nacidos se les garantizan los derechos básicos y son, por ello, afortunados.
Hoy me siento básica, primate. A mis labios solo llegan expresiones como «que lo cuelguen de cierta zona del palo mayor y se lo coman las prirañas lentamente». Pero ya se ha ocupado él mismo de quitarse del medio.
Hoy esas niñas son nuestras niñas y por desgracia nos convierten en buenos padres y madres a quienes distamos siglos de ser perfectos en esa labor compleja y que cierra el círculo de nuestra existencia que es criar niños. Qué duro acallar nuestra conciencia de padres imperfectos con una imperfección tan flagrante como la que se lee hoy en la prensa asturiana y nacional.
Cada suceso parricida hecho público se graba para siempre en el recuerdo de los adultos que lo hemos conocido. Los despojos del pequeño arrojado recientemente en una maleta junto a las vías del tren también en Asturias supuestamente asesinado por su madre y/o su novio; Ruth y José, que siguieron el mismo camino, también supuestamente a manos de su progenitor, nombres que no se nos olvidarán ya nunca, como el día en que esa noticia nos robó la frágil tranquilidad de la rutina de las personas sencillas.
Asco de mundo. Escoria de humanos. Frases simples, sentimientos primarios, rabia corriente nos atrapan hoy.
En mi mente están también esos hombres y mujeres, padres y madres actuales o en potencia, que desempeñan el duro oficio de enfrentarse a esos cadáveres y sus casos. Hay trabajos que no se pagan ni con todo dinero chorizado en este país (que, como saben, es mucho). Me refiero a las fuerzas de seguridad, que deben tragarse este sapo y abrirlo y masticarlo en el primer eslabón de la justicia.
Siento el post fácil, que se presta incluso al amarillismo. No es mi intención. Una vez más las letras sirven de TERAPIA. Para sobrellevar la impotencia, hoy. Pena compartida… Porque para esta barbaridad no hay consuelo. No lo hay.