Revista Política
Este mediodía fui a donde trabajaba antes, invitado al vermut de Navidad. La verdad es que no me dio mucha nostalgia volver a ver mi antiguo despacho y la gente con la que estuve. No soy de los que se pasan la vida añorando cosas y gentes, prefiero vivir al día.
Terminamos pronto, así que me fui a dar una vuelta solo por el centro de Barcelona. Como tenía tiempo y un poco de hambre -apenas picotée en el vermut-, subí la Rambla y me fui a comer un platito de jamón ibérico acompañado con un par de copas de vino, en la vinoteca de la plaza de l'Àngel. Quería comprar vino en Colmado Lafuente, en la calle Ferran, y como todavía faltaba un rato para que abrieran y tras tomar un café y un chupito de grappa en el café presuntamente italiano de al lado de la vinoteca, me acerqué a la plaza de la Catedral para ver la Fira de Santa Llúcia.
Para los no barceloneses, que supongo serán la mayoría de mis amables lectores, la buena de Santa Llúcia (pronúnciese "Llousia", como en francés) les resultará una completa desconocida. Digamos que es la versión local de la Santa Lucía que todo el mundo conoce. Ocurre sin embargo que Llúcia es quizá la santa más querida de los barceloneses, gentes que tienen (tenemos) una relación extraña con el santoral. Dicen por ejemplo que Santa Eulàlia, la antigua patrona de la ciudad, aquella niña patricia romana que de creer a las respectivas tradiciones locales cristianas está enterrada en tres lugares distintos (en Barcelona, Mérida y Oviedo), perdió la condición de primera santa barcelonesa cuando durante una epidemia de peste en época renacentista no consiguió detener la mortandad; enfurecida la ciudadanía con su protectora, al término de una procesión llevó la imagen con andas y todo a la vera del mar y la arrojaron al agua. Rápidamente entronizaron a la Virgen de la Mercè como nueva patrona, dejando a la pobre Eulàlia dando tumbos entre las olas frente a la playa de la Barceloneta.
Santa Llúcia sin embargo continua a través de los siglos gozando del afecto y el cariño de la mayoría. En su honor se celebra cada año durante el mes de diciembre en la plaza de la Catedral, una muy concurrida Fira donde se pueden adquirir artículos para los belenes caseros y también diversos complementos ornamentales relacionados con la Navidad. Es tradición antiquísima comprar muérdago en la Fira de Santa Llùcia, que luego se cuelga en la puerta de casa por dentro, lo que habla a las claras del origen pagano de la celebración y acaso de nuestra santa, probablemente un trasunto de alguna divinidad femenina grecolatina cuidadora de la salud y la casa.
De niño me llevaron algunas veces a comprar cositas para el belén de casa. Luego ya de mayor he caminado cerca de la Fira bastantes veces, cuando trabajaba en el centro y me desplazaba a paso de ejecutivo andando a algún sitio cercano. Pero este año ha sido la primera vez en mucho tiempo que me he dedicado a pasear tranquilamente entre los puestos de venta. Y la verdad, lo he encontrado todo bastante cambiado. Por ejemplo, en las figuritas el plástico ha vencido ampliamente al barro. Convendrán conmigo que una figurita de plástico pintado no puede ni compararse con una de barro cocido; nada que ver. Rebuscando entre los estands he encontrado algunos, pocos, en los que todavía venden figuras a la antigua usanza hechas en barro, en las dos versiones de toda la vida: unas con trajes al estilo judío y árabe tradicionales de Oriente Próximo, y otras vestidas como campesinos catalanes de época medieval y moderna. Siempre me han gustado esas figuras que representan oficios artesanos. En Bolonia, donde hay una de las más antiguas ferias de belenes del mundo a pesar de que el material que venden procede en su totalidad del Mezzogiorno italiano, compré en la Navidad de hace dos años una extraordinaria pareja de campesinos napolitanos vestidos a la usanza de los siglos XVII o XVIII.
Hoy compré en Santa Llúcia dos cositas pequeñas pero preciosas: una pareja de campesinos catalanes intemporales, y una figura de un pastor con cayado y una especie de ánfora pequeña en la mano. Son figuras de barro cocido, naturalmente, pintadas a mano y por sólo 5 euros cada pieza.
En fin, si vienen a Barcelona en diciembre acérquense a la Fira de Santa Llúcia y abandónense a los recuerdos y ensoñaciones de niñez por un ratito. Siempre viene bien una rápida excursión a la infancia, la única verdadera patria de cada cual, según dijo alguien cuyo nombre no recuerdo pero que debía ser un tipo muy inteligente.
La fotografía es una imagen de la Fira de Santa Llúcia tomada en el siglo XIX. Obsérvese que aún no existía la plaza de la Catedral, ya que los edificios circundantes -derribados hace muchos años- se asoman prácticamente a la escalinata, estando montadas las paradas de la feria sobre los mismos escalones y el rellano que da acceso al pórtico catedralicio.