Child Dance by Ciaee
Lo prometido es deuda. Muchas personas insisten en leer los cuentos que escribo... por primera vez, me atrevo a publicarlos. Este es uno de mis favoritos, espero sus comentarios y por supuesto que se tomen la molestia de leerlo por completo; les aseguro que valdrá la pena.
Peces en el cieloEl abuelo decidióir a dar un paseo esa mañana. Sus apacibles y lentas caminatas suelen llevarlohasta el parque donde adultos y niños se reunen para compartir. Apenas puedearrastrar los pies, por lo que no pudo evitar ser abordado por un hombre delgadoy casquivano que ofrece pequeñas botellas con jabón para hacer burbujas. Elanciano lo ha estado observando con paciencia mientras este ofrecía el jabón aotras personas. El hombre presuroso desenroscó una de las botellas y sopló elaro. Las burbujas volaron en todas direcciones atrayendo la atención de laspersonas, en especial la de los niños del parque que corrieron e intentaronatraparlas con sus manos. Los adultos que apenas tenían tiempo para ellos sedetenían, sin poder evitarlo, estiraban una mano al aire y sentían como lahumedecían las burbujas al desaparecer.Durante toda unavida, el abuelo había intentado atraparlas sin que estas desaparecieran y ahoraal ver a los hombres más jóvenes intentándolo, sonreía. Sin pensarlo mucho, seacomodó los pantalones y fue por las burbujas más grandes. Los que lo rodeabanle cedieron el paso y fue por esta razón que el anciano vio entre los jóvenes ylos niños que jugaban, a una burbuja tan grande como la palma de su mano. Estaburbuja se elevaba lentamente por el aire, trémula y temerosa de ser alcanzadapor una mano emocionada. “Esta burbuja lo conseguirá, llegará al cielo”, pensóel anciano mirando como la burbuja se sacudía de un lado a otro por acción delviento. Bastó unparpadear de ojos y la burbuja había desaparecido. El anciano que miraba desdeabajo sintió las pequeñas gotas de agua mojándole el rostro y con un gesto dedecepción, sacó un pequeño pañuelo para poder limpiarse. El vendedor se acercóa él y fue necesaria sólo una mirada para que el anciano rebuscara en susbolsillos. Con la mano oscilante, el anciano colocó dos monedas en la palma delvendedor y muy contento se llevó el preciado jabón a casa. La emoción lo obligabaa querer correr pero, sus pies apenas respondían.Cuando elanciano llegó a casa, reinaba el silencio, al parecer no había nadie. Subiótrabajosamente a la azotea y echó un vistazo hacia la calle, se sentó en unapila de ladrillos al mismo tiempo que hurgaba en sus bolsillos para dar con labotella. La botella brillaba como un tesoro entre sus manos, sólo hacía faltadesenroscarla, sacar el aro y soplar. Levantó el brazo con mucho esfuerzo y lointentó, intentó soplar. La burbuja osciló y por un momento estuvo a punto desalir, pero regresó a su lugar. El anciano volvió a intentarlo una y otra vez,y al no conseguirlo cambio su rostro de emoción por uno de tristeza. “Quizás elaro es muy grande” se dijo a sí mismo. Guardó la botella en su bolsillo y se quedóa mirar por unos momentos. El cielo gris terminó por desanimarlo, muy prontoempezaría a llover. Se levantó con esfuerzo para poder bajar a leer algúnperiódico o alguna vieja revista que había leído una infinidad de veces; en sucasa, no había libros. Recordó con nostalgia el hogar de sus padres cuando élera muy pequeño. Había encontrado en una habitación un enorme baúl atiborradode libros. Nunca consiguió leerlos todos, pues alguien se deshizo de ellos yestaba seguro que no fueron sus padres, probablemente uno de sus tíos. Elanciano volvió en sí y se percató que se había quedado paralizado en lasgradas. Repentinamente, se escuchó un golpe en la puerta de entrada y sus dosnietos aparecieron junto a él.-¿Qué haces?-preguntó la niña.Era Abigail. -Subí a ver siustedes estaban jugando- mintió el anciano y continuó bajando las escaleraspesadamente. Sus nietos ya estaban arriba cuando decidió darse media vuelta yvolver a subir. Sacó la botella de su bolsillo y llamó a su nieta. La niña muyobediente alcanzó a su abuelo. El anciano le entregó la botella y el rostro dela niña se iluminó. Agradeció a su abuelo dándole un beso en la mejilla ycorrió hacia arriba una vez más. El abuelo volvió a llamarla suavemente. Laniña apresuradamente bajo y preguntó -¿Qué ocurre abuelito?- acompañando supregunta con sus brazos extendidos y con un tono preocupado. El anciano laobservó por un momento y pidió con mucho esfuerzo -¿Podrías soplar unas cuantasburbujas para mí?Abigaildesenroscó la botella y sacó el aro para soplar burbujas. Se detuvo un instantefrente a él, se vio a sí misma reflejada en el jabón tornasolado e hinchandolas mejillas sopló sin dificultad. Las burbujas salieron vertiginosamente y seelevaron por el pasillo. El abuelo se apoyó en la pared y comenzó a mirarlasextasiado, pero después de algunos segundos, se llenó de tristeza al ver quelas burbujas eran mucho más pequeñas que las que había visto en el parque. Laniña sonrió y le agradeció una vez más por el regalo que le había dado y corrióhacia la azotea. El anciano bajó las gradas una a una y se dirigió a suhabitación. En ella, abrió una revista y comenzó a leer algunos artículosindistintamente, pasados algunos minutos había olvidado por completo aquelloque lo apenaba tanto y se quedó plácidamente dormido.
Cuando el abueloera pequeño, solía pasar mucho tiempo en la bañera. A diferencia de otrosniños, a él le encantaba bañarse porque lo hacía en agua caliente y podía estartodo el tiempo que quisiera bajo el agua. En general, hasta que las yemas desus dedos se arrugaban y su madre lo obligaba a salir. Otra de las razones porla que adoraba tomar un baño era porque su madre le permitía jugar en él.Disfrutaba jugando con dos en particular, uno de ellos era un tiburón azul y elotro era un enorme pulpo de color rojo. Una tarde sumamá dejó todo listo para que tomara un baño y el insistió en que queríahacerlo sólo. Cuando se hubo quedado a solas, comenzó a jugar. Las doscriaturas, el tiburón ballena, era el nombre que le había puesto al azul y elpulpo calamar al rojo, ambos sostenían una salvaje pelea. Uno intentaba hundir alotro. Continuaban sin importar que el agua se regara por los costados de labañera. El niño acompañaba sus golpes con extraños sonidos que hacía con la lenguay los labios. Repentinamente, el tiburón abrió las fauces como lo haría uno deverdad y creció hasta convertirse en un enorme ejemplar. El agua de la bañera selevantó como una enorme ola y cubrió todo lo que la rodeaba. El niño se asustóy nadó en sentido contrario al enorme tiburón azul. El tiburón abrió la bocauna vez más para poder tragárselo. De pronto, un enorme tentáculo rojo lorodeó, era el pulpo que al igual que el tiburón había crecido y este era aunmucho más grande. Ambos continuaron su feroz batalla hasta que un llamado deafuera se escuchó – ¡Diez minutos más!- Era su madre, quién ignoraba la ferozbatalla que se llevaba dentro del cuarto de baño. El niño apoyó al pulpo y noal tiburón debido a que este había intentado comérselo. El pulpo consiguiófinalmente atrapar a su enemigo y este no dejó de moverse hasta que pasadosalgunos minutos terminó cansado. Las puertas del baño se abrieron sin avisoalguno y el agua que rodeaba al niño y a ambas criaturas desapareció como si deuna sustancia evanescente se tratara. Su madre entró con una toalla y le ayudóa salir. Los dos juguetes volvieron a su tamaño original, pero aun así el pulpono había soltado al tiburón. El niño sonrió; la batalla había terminado y supo quiénera el ganador.
Los recuerdosdel abuelo fueron interrumpidos por un suave repiqueteo en la puerta. -Abuelo, podemosentrar- preguntó Abigail.-Adelante.Los niñosentraron y se sentaron cómodamente en la cama. El abuelo rebuscó en susbolsillos y sacó dos caramelos. A los niños les brillaron los ojos yagradecieron el obsequio. Gabriel recordó lo que habían venido a preguntar –Abuelo¿Existen las sirenas?Al anciano se leabrieron los ojos y dijo -Claro que sí, yo tuve el privilegio de ver una.-¿En el mar?-preguntó emocionada Abigail recordando una película que había visto por latelevisión.- No, la vi enla selva, cuando fui de pesca con mi padre y algunos pobladores de la zona.-¡Cuéntanos!-pidieron emocionados los dos hermanos.Al abuelo se ledibujo una sonrisa en el rostro y comenzó a contar.-Hace muchotiempo, cuando yo tenía tan solo dieciséis años, viajé con mi padre y algunospobladores que habían insistido en proponerle un negocio. No estaba al tanto deeso, simplemente, me dejé sorprender por los hermosos paisajes y toda la clasede animales que podían verse por ahí en ese entonces. Después de caminar portres días, llegamos al pueblo donde pasaríamos una semana. Fue todo unaaventura, pero les contaré lo que me pasó con la sirena. El pueblo estaba dirigidopor un solo hombre, él se aseguraba de que todo estuviera en orden, desde lasnegociaciones hasta el abastecimiento de comida. En el pueblo sólo se comíanfrutas y peces, pues a los pobladores les estaba prohibido cazar y si lo hacíanera únicamente en casos especiales. Había un río que pasaba cerca al pueblo eraconocido como el río “Negro” o “Yana”, debido al color que tenían sus aguas. Enlas aguas se encontraban un tipo de piedra conocida como piedra pizarra, lo queocasionaba que tuviera ese color. Era muy difícil pescar en el lugar, por loque se acostumbraba atar una red a un árbol y dejarla ahí hasta el díasiguiente. Fue en ese lugar donde vi los peces más grandes que existen. Elquinto día, los pescadores y el jefe, hicieron un llamado a los pobladores. Sehabían encontrado cara a cara con una sirena. Había quedado atrapada en la redque habían atado el día anterior. Los pobladores que eran muy supersticiosospensaban que los terminaría lastimando y era mejor hacerle alguna ofrenda antesde dejarla ir. Cuando llegué al lugar acompañado de mi padre, la vi. El colorde su piel era oscuro, probablemente para pasar desapercibida en las aguas delrío. Tenía la apariencia de una niña de mi edad y la única diferencia que teníacon nosotros, era que tenía una enorme cola de pez. La sirena parecía asustada,no dejaba que nadie se le acercará y se sacudía en un intento de liberarse. Esedía, las personas del pueblo hicieron una serie de rituales en todas partes. Lasirena fue atada a una soga como una prisionera. Durante la noche, mi padre meobligó a dormir temprano pero, un niño como yo, en busca de aventuras no podíaquedarse con los brazos cruzados y decidí hacer algo por ella. Mientras mipadre se reunía con los pobladores, escapé del refugio y fui a escondidas hastael lugar donde la tenían amarrada. Cuando me acerqué a ella, fingió ignorar mipresencia. Corté las cuerdas que la tenían atada sin decir una palabra. Ella sequedó mirándome por unos instantes y yo insistí “Es mejor que te vayas”. Lasirena no se movió e increíblemente me habló en nuestro idioma. “Ven conmigo,tengo que darte las gracias por liberarme”. Inmediatamente, recordé todas lashistorias que se contaban acerca de ellas. Solían convencer a los varones paraque las acompañaran y luego te sumergían en el agua hasta matarte. Al verlanuevamente, me dije a mí mismo que no tendría miedo e iría con ella.Efectivamente, me llevó hasta el río Yana, di unos pasos atrás, pero ella meinvitó a seguirla con una sonrisa en los labios. Decidí quitarme la ropa ydejarla colgada en el árbol. Se acercó a mí y cuando yo estaba listo paraasestarle un golpe comenzó a tocarme el rostro. Mi cuerpo comenzó a cambiar. Mipiel se volvió negra al igual que el río y mi cabello comenzó a crecer y arefundirse hasta tomar la forma de una enorme aleta, luego rodeó mis ojos y mi nariz hasta convertirseen una máscara, una máscara de un enorme pez. La sirena me había dado un trajepara poder nadar y respirar bajo el agua. Me había convertido en un hombremitad humano y mitad pez, un pez con lacabeza blanca. Me sumergí en el agua detrás de la sirena. Ahora podía ver conclaridad, había muchos peces alrededor mío. Nadamos hasta un lugar donde elpiso brillaba, palpé el piso con la mano, era muy suave, como el fango. Lasirena me hizo un gesto para que entrara. Lo pensé por algunos segundos ydecidí hacerlo. Al asomar mi cuerpo, el fango brillante cedió y me encontré delotro lado. Bajo el fango brilloso no había más agua, solamente aire. Todo loque me rodeaba estaba oscuro, cubierto de puntos brillantes como las estrellasen el cielo. Había peces volando alrededor mío y la luna se encontrabaimponente a la misma altura donde yo estaba, era su reflejo la que le daba al fangoese brillo; estaba en el paraíso. La sirena me miraba sonriente sin necesidad de explicarme -yo ya lo habíaentendido todo-. El abuelo guardó silencio durante un momento y finalmente dijo– pero tuve que regresar, la luna se había convertido en el sol y supe queestaba amaneciendo. Me despedí de la sirena y ella sólo me dijo que cuando terminara todo,mi espíritu se liberaría y formaría parte de ese mundo repleto de belleza. Sólotuve la oportunidad de verlo durante algunos segundos, pero me bastó para llenarmi espíritu y seguir luchando. Regresé nadando hasta el lugar donde habíadejado mi ropa. Al salir del agua, mi piel recuperó su color natural, lamáscara y la aleta que había formado mi cabello desparecieron. Regresé con elcuerpo y la ropa tiznada de negro y mi padre me reprendió. Lo único que le dijefue que las historias de las sirenas eran falsas, que las sirenas no ahogaban alos hombres. Simplemente los llevaban adonde tenían que ir, era parte de sudestino. Mi padre se molestó mucho conmigo y abandonamos el pueblo esa mismatarde.-Es increíbleabuelo- dijo Abigail.Gabriel seacercó a su hermana y le dijo en voz baja. -Deberíamoscontarle lo que vimos.Y así lohicieron. El abuelo escuchó el relato desus nietos y quedó impresionado. Los tres se recostaron en la cama y sequedaron pensando en lo increíble que debía ser. Ambos niños se miraron duranteunos instantes y junto al abuelo se quedaron dormidos. La lluvia habíaterminado, los niños habían soñado cosas increíbles relacionadas a la historiade su abuelo. Gabriel era un pez blanco como su abuelo y Abigail era unasirena. En cuanto a su abuelo, no tuvo que soñar más, pues ya lo estabaviviendo. Esa tarde los niños despertaron, pero el abuelo no abrió los ojos.Tenía una sonrisa dibujada en el rostro. Él ahora nadaba junto a otrosespíritus y junto a todos aquellos hombres que habían alcanzado su destino.