Revista Psicología

Pensamientos que enferman y su liberación

Por J.k. Pérez

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 “Nuestro modo de pensar determina, en gran medida, si alcanzamos nuestros objetivos y disfrutaremos de la vida o incluso si sobrevivimos”

Aaron Beck


Si has estado enfermo o en cama por largo tiempo en algún momento de tu vida sabrás que estar lejos de las personas que quieres, sentirte débil o no realizar las actividades que a ti te gustan puede hacer que esta situación parezca el peor momento de todos. A la par, los síntomas físicos –dolor, cansancio, malestar, etc- no son muy alentadores e impiden que nos mantengamos con el mejor estado de ánimo posible. En ocasiones la percepción de que todo va mal y nunca podrás salir de esta situación es una mala herramienta si lo que se busca es mejorar.

Si bien, en otras ocasiones ya se ha acordado la manera en que lo que pensamos y hacemos tiene un efecto directo en mecanismos fisiológicos como el ritmo cardiaco, presión sanguínea, sistema inmunológico y hasta en el desarrollo de algunas enfermedades, hace falta profundizar y puntualizar. En esta ocasión hablaremos del efecto que tiene pensar nuestro propio estado de salud.

En ocasiones, hablar sobre el pensamiento y la salud se ve como algo metafísico o ligado a prácticas poco comprobables, pero no es así. Simplemente se trata de lograr que cada persona identifique lo que, sin querer, piensa sobre sí misma, los demás, sus planes a futuro y sobre la propia enfermedad.  Si los pensamientos se adaptan de manera funcional a la situación, la persona probablemente se encuentre motivada, con una actitud positiva hacia los procedimientos y el seguimiento de las indicaciones médicas. Por el contrario, si la persona se espera lo peor, se siente frustrada por estar enferma, piensa constantemente en que todo es malo o considera que eso no debía pasarle las cosas se tornarán complicadas.

Por ilustrarlo de una forma se puede aludir a un círculo vicioso, en donde la enfermedad genera reacciones displacenteras  para la persona, situación que le facilita el ponerse pesimista o poco cooperadora con el tratamiento y recomendaciones del médico o psicólogo. Bajo las creencias negativas que sustentan la percepción de abatimiento habrá comportamientos que no faciliten la mejora, provocando así nuevamente el aumento o mantenimiento de los síntomas y situaciones poco agradables.

Para lograr identificar y así poder cambiar este tipo de pensamientos primero hay que definirlos. En este caso sólo tomaré en cuenta los más importantes pero, si te interesa, puedes consultar los demás en las referencias.  Fueron formulados por un importante psicólogo de apellido Beck y son los siguientes:

  • Sacar conclusiones precipitadas: Que se refiere a llegar a conclusiones específicas con poca evidencia. Por ejemplo: Ante un dolor o situación anormal que se ha mantenido constante creer que “seguro es cáncer”, que “estás muy enfermo” o “que te van a operar”.
  • Pensamiento absolutista o dicotómico: Creencia que tiene que ver con mirar las situaciones como “todo” o “nada”. Por ejemplo: Ante la enfermedad creer que “todo está mal”, que “nada te ayudará a mejorar” o que “todo se pone difícil”.
  • Deberes o imperativos: Autoimposiciones generalmente no realistas. En ocasiones creencias relacionadas al sexo o posición social se reflejan es este tipo de pensamientos: Por ejemplo: “Aunque me sienta mal, yo no debo pedirle ayuda a mis hijos, ellos siempre me han visto como el padre fuerte”, “una madre se debe aguantar los dolores y seguir haciendo sus cosas” o “los hombres no tienen miedo, se aguantan”.
  • Lectura de pensamiento: Se cree poder saber lo que el otro piensa sin comprobarlo. Por ejemplo: “Si comienzo a hacer ejercicio seguro los del parque se burlarán de mí”, “seguro los demás creen que no voy a salir de ésta” o “los demás sienten lástima por mí”.

Ahora que ya conoces algunos de los pensamientos que provocan un retardo en la mejoría física, lo siguiente será identificarlos y cambiarlos. Para identificarlos tienes que comenzar a poner mucha atención a lo que piensas en todas las situaciones, entre más al tanto de tus pensamientos te mantengas más fácil podrás identificarlos posteriormente. Un tip muy útil es que cuando tengas una emoción muy constante, por ejemplo tristeza, desesperación, angustia o enojo te detengas en todo lo que estás haciendo, respires por unos segundos y comiences a recordar lo que estabas pensando. Lo anterior porque existe una fuerte relación en cómo te sientes y cómo piensas. Además te puedes apoyar en registros o diarios para identificar los pensamientos y al tipo que pertenecen.

Para lograr cambiarlos puedes centrarte en otras alternativas de pensamiento, por ejemplo sustituirlos por algo más positivo o hacer pequeños experimentos que validen o invaliden lo que dices, por ejemplo, preguntar si lo que piensas es cierto, buscar evidencia empírica o simplemente reflexionar si lo que piensas tiene alguna base o es una simple inferencia. Pero ojo, si te sigues sintiendo triste o enojado lo mejor será ir con un especialista que te oriente.

Por el momento hemos terminado. Si este blog ha sido de utilidad o de interés para ti recomiéndalo a las personas que creas también les gustará. No olvides que puedes hacer comentarios o preguntas.

Referencias

Figueroa, G. (2002). La terapia cognitiva en el tratamiento de la depresión mayor. Revista Chilena de Neuro-psiquiatría, 40.

Landa-Ramírez, E.,   Greer, J., Vite-Sierra, A., Sánchez-Román, S. y  Riveros-Rosas, A. (2014). Descripción de la terapia cognitivo-conductual para la ansiedad en pacientes con cáncer terminal. Psicooncología, 11, 151-162.


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