Revista Arte

Pequeños príncipes

Por Felipe Santos
Pequeños príncipes

Las óperas de Rimski-Korsakov desaparecieron del repertorio muy poco después de ser estrenadas. Nunca llegaron a consolidarse en los atriles de los grandes teatros y ha tenido que pasar casi un siglo para que algunas de ellas se rescataran del olvido. No hace mucho se abordó en Bruselas El gallo de oro, con escena de Laurent Pelly, y ahora le ha tocado el turno a este peculiar cuento de hadas inspirado en un poema de Pushkin que el teatro ha puesto en manos de Dimitri Tcherniakov. Hoy día este nombre es sinónimo de lecturas nada complacientes, pero si con otros compositores el director moscovita ha parecido forzar más allá de razonable la dramaturgia, con El cuento del zar Saltán firma sin duda una de sus propuestas escénicas más inspiradas. En 2024 podrá verse en el Teatro Real.

Es el aliento poético lo que impulsa esta ópera, desde su concepción y composición, hasta la forma delicada en la que está llevada a escena y el arrebato con el que fue dirigida y cantada. El relato se arma alrededor de Gvidon, el pequeño príncipe salido de la imaginación de un niño con un cierto grado de autismo, que vive enfrascado en su mundo y que su madre Militrisa estimula a través de la lectura. Los cuentos que lee son la traslación de una vida vicaria, que empiezan por explicarnos la razón de su desdicha y destierro. Tras el bellísimo interludio del segundo acto, contrapuesto al tono épico del coro que lo cierra, emerge el poder real del niño: es capaz de dibujar lo que su imaginación produce y convertirlo en una vida más real que la suya propia. Ese trazo levantará el resto de la historia a través de un admirable uso dramático de las proyecciones y los claroscuros en la escena.

Alain Altinoglu, desde el foso del teatro, da un brío inusual a esta música audaz por el tratamiento de ritmos y poliritmos,pescada en fuentes populares, propias de la tradición oral y del folklore musical, y la combinación de pequeños coros con el gran coro "a la rusa". Los interludios, que son modos de introducir los temas de los actos a partir de una fanfarria inicial, recuerda a la manera en que se llama al público en los entreactos de Bayreuth. La orquesta suena profunda y con relieve en el tercer acto y la introducción se parece misteriosamente a los acordes iniciales del Oro del Rin. Luego leeremos que Rimski-Korsakov presenció el Anillo en San Petersburgo en 1889, años antes de abordar esta ópera.

El tenor Bogdan Volkov estuvo excepcional en el desdoblamiento que le pedía el personaje, con una gran carga de dramatismo cuando interpretaba al niño y con una línea de canto sólida y brillante cuando encarnaba al príncipe. La soprano Olga Kulchynska posee un instrumento privilegiado, generoso de volumen y con agudos rotundos y brillantes, que le vino perfecta para su personaje de la princesa cisne-pájaro. La malvada Babarikha encontró su mejor valedora en la vis dramática y el canto seguro de la mezzo Carole Wilson. También cantaron a un altísimo nivel el bajo Ante Jerkunica como el zar, y la soprano Svetlana Aksenova, tan buena actriz como cantante.

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Rimski-Korsakov EL CUENTO DEL ZAR SALTÁN. Ante Jerkunica, Svetlana Aksenova, Stine Marie Fischer, Bernarda Bobro, Carole Wilson, Bogdan Volkov, Olga Kulchynska, Alexander Vassiliev, Vasily Gorshkov, Nicky Spence. Coro y Orquesta Sinfónica de la Monnaie. Director de escena: Dmitri Tcherniakov. Director musical: Alain Altinoglu. 11 de junio.

Fotos: © Forster

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Publicado por Felipe Santos

Pequeños príncipes

Felipe Santos (Barcelona, 1970) es periodista. Escribe sobre música, teatro y literatura para varias publicaciones culturales. Gran parte de sus colaboraciones pueden encontrarse en el blog "El último remolino". Ver todas las entradas de Felipe Santos


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