Cuando oímos que alguien ha “pecado” con la dieta, suele significar que han hecho un cheat meal o comida trampa, un día entero de trampa, o que se han despendolado del todo en alguna celebración o salida.
Es posible que esas trampas se hayan planificado o al contrario hayan sido espontáneas, pero la idea subyacente es que has roto las reglas y has hecho algo malo. Y en muchas ocasiones viene acompañado de grandes sentimientos de culpa.
Pero comer alimentos que no forman parte de tu plan alimentario no debería ser una razón para flagelarse. Por eso odio la palabra “pecar”, especialmente cuando se trata de llevar una alimentación saludable. Para mí, no existe tal pecado ni tal engaño.
Pero mediante el valor que le damos a las prácticas restrictivas y a la disciplina, nos castigamos. “Más duro, más rápido, más fuerte, más delgada, mejor. No pain, no gain.” Eso es lo que repetimos.
“Tendría que haber sido más. Podría haber sido más. Podría haber hecho más. No hice lo suficiente. Tengo que hacer más. Esta vez lo tengo que hacer bien. Esta vez necesito hacerlo bien.”
¿Te suena?
La disciplina está bien. Me gusta. La uso, y mucho. Terminar un proyecto, por ejemplo, requiere de una gran dosis de disciplina. La disciplina es un requisito para un gran conjunto de buenas prácticas. Pero cuando emparejas la disciplina con el ascetismo o el castigo, te acabas de tirar de cabeza a una piscina olímpica de problemas físicos y psicológicos.
Cada una de tus comidas es una elección. Algunas de esas elecciones son más disciplinadas y significantes, otras son más impulsivas, y otras siguen teniendo el propósito de hacerte disfrutar y relajarte.
Si tienes la mentalidad de que serle infiel a tu dieta es un pecado, te diré por qué liberarte de tus reglas rígidas puede mejorar tu salud y tu felicidad, tanto hoy como dentro de 10 o 20 años.
No hay rigidez que mil años dure
Ser inflexible con nuestra alimentación no es una buena estrategia para poder seguir, a la larga, un patrón alimentario concreto, ni lo es para nuestra salud mental. Aumenta el riesgo de padecer un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), y a menudo nos puede salir el tiro por la culata, produciendo el efecto opuesto, con un aumento de peso y una percepción negativa de nuestro cuerpo. Evitar este tipo de inflexibilidad alimentaria debería ser una prioridad.
Una clave importante para que tu alimentación paleo/primal/ancestral sea sostenible a largo plazo, es comprender cuáles son los alimentos que le sientan bien a tu cuerpo, cuáles te puedes permitir en ocasiones, y cuáles son tus innegociables.
Por ejemplo, es posible que en tu caso el gluten sea innegociable. En ocasiones tomas algo de azúcar y los lácteos no te afectan negativamente. Sabiendo que el azúcar y los lácteos te los puedes permitir, te hará mucho más sencillo viajar y comer fuera, sin intentar ser un “Paleo Perfecto” las 24 horas del día.
En mi caso, por ejemplo, suelo evitar el gluten casi todo el tiempo: en casa, todo es 100% sin gluten, y si salgo a comer, procuro pedir platos sin gluten, porque sé que comer cantidades excesivas de productos hechos con trigo, me hace sentir aletargada, afecta a mis digestiones y me sale algún grano. Pero si en un restaurante me ofrecen un pan artesanal o un postre delicioso, no me preocupo y lo disfruto.
Así que, a pesar de que en general evito el gluten porque sé que no me va a sentar bien, comprendo que disfrutar de esos bocados de vez en cuando no me va a matar ni me va a enfermar, y tampoco me va a afectar a la larga. Así que no me preocupo.
Es importante que conozcas cuáles son esos alimentos que te puedes permitir de vez en cuando, para evitar esa rigidez que suele llevar a mandarlo todo a la mierda, darnos atracones y sentir una culpabilidad extrema cuando lo hemos hecho “mal”.
“Si siento culpa, controlo”
Una de las mentiras ligadas a la culpa es que, de alguna manera, ese sentimiento evita que repitamos nuestras “malas” acciones.
¿Alguna vez has hecho, dicho o pensado algo que te ha hecho sentir culpable y sin embargo lo has vuelto a repetir? Por supuesto que sí. Todos lo hemos hecho. La culpa a menudo desencadena que hagamos o sigamos haciendo las mismas cosas que pensamos que ya hemos hecho mal, como una penitencia auto-infligida. La culpa es una de las causas principales de las acciones que lamentamos a posteriori.
Por ejemplo: te comes una galleta y eso hace que te sientas culpable. ¿Qué haces ahora? Te castigas comiéndote otra galleta. Ahora te sientes todavía más culpable. Antes de que te des cuenta, mediante la intensificación de tus castigos por semejante error, acabas con toda la caja de galletas. Y lo más seguro es que no te has permitido disfrutar ni un solo bocado. ¿Te suena?
El mundo está lleno de personas que expían pecados que tienen intención de volver a cometer, aunque sea de forma subconsciente.
Liberarnos del sentimiento de culpa y vergüenza significa que podremos tomar mejores decisiones.
Sigue experimentando, siempre
Muchos de los que quieren trabajar conmigo, me dicen que la dieta que siguen estrictamente desde hace meses o años, de repente ha dejado de funcionarles. Algunos han recuperado el peso que habían perdido, o se han quedado estancados. Los hay que sienten que les falta esa energía que habían recuperado al principio de cambiar de alimentación. Otras han perdido la menstruación.
Hay personas que no tienen problemas en darle un giro a su alimentación y en probar cosas nuevas, como comer más en general, añadir alimentos que han estado evitando, cambiar las proporciones de macronutrientes, o eliminar alimentos de los que han estado abusando.
Sin embargo, otros temen a los cambios. Hay quien no se atreve a comer patatas porque no son paleo, hígado porque se preocupan por las toxinas, arroz blanco porque es un cereal, lentejas porque es una leguminosa, plátanos porque tienen mucho azúcar, col por los goitrógenos, o piel de pollo porque tiene demasiado omega-6.
Es difícil que alguien descubra cuál es su dieta perfecta, inamovible, en cualquier circunstancia de su vida. Diría incluso que es imposible. Te recomiendo estar abierto a la experimentación, ya que de lo contrario es muy posible que acabes atrapado en una dieta que ya no te funciona, pero aún así no te atreves a cambiarla.
No te tomes la dieta demasiado en serio. Todos sabemos que es muy importante para tener buena salud, pero no tanto como para que no merezca la pena experimentar un poco con alimentos nuevos y diferentes. Puede que al deshacerte de las restricciones, cambiar los macronutrientes o probar algo que habías dejado de comer hace tiempo, tu salud mejore en lugar de empeorar.
La vida no es eterna
De hecho, es muy corta.
Como ya he mencionado, la rigidez y la auto-flagelación te acaban llevando por un camino de infelicidad, ansiedad, estrés y desórdenes alimenticios. Para mí que esto no es el retrato de la salud. Si te has dado cuenta de que tu dieta está causando emociones como la angustia, el miedo o la depresión, sería muy recomendable revisar este tema.
Por último, incluso si encuentras esa dieta perfecta, al final todos nos tenemos que morir. La dieta perfecta no va a evitar que te atropelle un autobús o te caiga un piano de la azotea, así que dedicar cada minuto de tu vida en analizar y perfeccionar tu dieta, para mí que es una forma penosa de pasar el rato. Al fin y al cabo, el tiempo es demasiado valioso como para malgastarlo, es el único recurso que no podemos recuperar, y utilizarlo siendo restrictivos con nuestra alimentación, entrenando en exceso y obsesionándonos con nuestra salud o nuestro físico, me parece un error. Hay cosas más importantes que puedes hacer mientras estés en este mundo.
La comida no es más que comida
No tiene un plan secreto. No va a por ti. No puede hacer que te la comas ni te puede atacar (¿alguna vez te ha atacado una barra de pan?). La comida no es malvada por naturaleza ni algo que deberíamos temer. Solo es eso: COMIDA.
Por supuesto, todos sabemos que hay alimentos que son mejores para nosotros que otros, y hay alimentos que algunas personas no toleran. No estoy diciendo que olvides todo lo que has aprendido acerca de la nutrición y vivas a base de pizza, patatas fritas, refrescos y bollos. No.
Pero si tu calidad de vida se está viendo afectada por reglas alimentarias, miedo y sentimientos de culpa, es el momento de evaluar por qué haces lo que haces.