Cualquiera que tenga cierta edad (yo no, porque yo soy súper joven, yo hablo de oídas) ha vivido con varias dudas que han marcado toda su infancia. Entendednos, nos criamos en una época sin Google, y cuando no sabías algo tenías que confiar en que apareciera en la Larousse. Pero la enciclopedia no decía nada de aquello que tantas dudas nos despertaba. ¿Cómo son las galletas de jengibre y la zarzaparrilla a la que estaban enganchados los cinco protagonistas de "los cinco"?, ¿qué demonios lleva el ponche que sirven en todas las películas de instituto americanas? Porque ponche Caballero no será... Y, ¿qué demonios es el ruibarbo, el de la tarta de ídem que comen en todos los libros del género "tacitas de té"?
Ah, que no sabéis qué es género "tacitas de té". Es el cine, la literatura, las series... inglesas fundamentalmente y ambientadas en la gloriosa época del Imperio Británico, cuando los nobles se dedicaban a la caza del zorro, las mozas casaderas a buscar marido y de todo lo demás (limpiar la casa, cocinar... vamos, lo que viene siendo trabajar) el servicio.
La mayoría de las obras del género "tacita de té" toma el punto de vista del aristócrata. Ese ser que se dedica a pasear por la campiña y llevar vestidos maravillosos y poco más. Eso da mucha envidia al lector/espectador actual y creo que es parte del éxito del género "tacita de té". Es una fantasía, nos imaginamos una vida sin ocupaciones más allá de estar súper monas para Mister Darcy.
Pero, ¿y si miramos hacia el otro lado? En concreto, a ese ignoto lugar que los aristócratas sólo pisaban para dar a la cocinera el menú de la cena o para colarse en el dormitorio de la doncella:
Sí, al piso de abajo, donde estaba el servicio. Margaret Powell, la moza recia de la portada, fue cocinera en los años 20 y cuenta su experiencia con sencillez y mucha honestidad:
El día de Navidad, después
del desayuno, los criados nos poníamos en fila en el vestíbulo. Después
teníamos que ir al comedor donde nos esperaba la familia al completo con
sonrisas navideñas y cara de auxilio social. Los niños nos miraban como
si fuéramos seres de otro planeta, y me imagino que para ellos
realmente éramos subseres del submundo.
Para que las damiselas tuvieran tiempo de recibir visitas, escribir cartas y fantasear con el último lord que les pidió un baile, alguien tenía que dedicarse a todo lo demás. Y eso hacía el servicio y con mucha discreción. Tanta, que los señores ni se daban cuenta de su existencia:
Estaban
hablando de un rumor muy escandaloso que tenía que ver con la realeza.
Uno de los invitados dijo: "tenemos que tener cuidado de que nadie nos
oiga, a lo que el anfitrión respondió: ¿quién iba a oírnos, si estamos
solos? Sin embargo, en aquel momento estábamos tres lacayos en la sala.
Pero debíamos de ser invisibles. Hasta ese punto estaban por encima de
nosotros. Para ellos, nosotros ni siquiera estábamos ahí.
Eso nos va narrando Margaret Powell en su libro. Su experiencia desde que, a la semana de acabar el colegio, ingresó como pinche de cocina en una casa. Como decidió irse del primer lugar en el que sirvió cuando su señor le dio linimento de caballo para el dolor de piernas. Y cómo acabó convirtiéndose en una cocinera que hacía cosas sofisticadísimas (para la época). Si hay algo más viejuno que la comida viejuna, eso es la comida viejuna inglesa:
Una
de las cosas que me enseñó fue a presentar los platos. Por ejemplo
cuando hacía chuletas, ella aplastaba las patatas y hacía con ellas
bolas apenas mayores que una nuez, que rebozaba con huevo y pan rallado;
las colocaba en forma de pirámide en una fuente de plata.
Y así hasta que Margaret se casó:
Cuando
yo dejé el servicio doméstico me llevé dos cosas: conocimientos para
preparar una sofisticada cena de siete platos, y un enorme complejo de
inferioridad. Ninguna de ellas me resultó útil en mi vida de casada.
Margaret Powell seguro que hubiera disfrutado mucho de la lectura de otro libro, éste del 2015, y también ambientado en el mundo de las tacitas de té:
Lástima que Margaret muriera en los años 80. Porque en "Confesiones de una heredera" hubiera encontrado claves del universo "tacitas de té" como ésta:
Mira, querida, un buen matrimonio, sólido y duradero, se basa
precisamente en el desconocimiento mutuo; que si ya lo supiéramos todo
el uno del otro, nos aburriríamos enseguida, y hay que tener en cuenta
que teneos toda la vida por delante para descubrir todas y cada una de
las cosas que nos irritan profunda y malsanamente de nuestro cónyuge.
Los lectores habituales de éste vuestro blog seguro que ya habéis leído el libro porque (redoble de tambores) su autora, esa tal Belén Barroso, resulta ser... (más tambores, añadamos ahora unas trompetas) Loque del blog Lo que ahorro en psicoanálisis.
Y adivinad quién tiene "Confesiones de una heredera" firmado y todo: moi. Ya puedo ponerlo en la balda de mis libros firmados, que ya alcanza la friolera de (redobles de tambores, trompetas y gaitas, sí, gaitas, ¿por qué no?) ¡tres libros!
"Confesiones" comenzó en el blog Lo que ahorro en psicoanálisis como una serie de cartas tituladas "Querida Edwina" en las que una misteriosa moza casadera escribía sus tribulaciones de inglesa soltera a su muy mejor amiga:
¿algún día seré tan afortunada como mi madre y tendré un marido al
que despedir casi de madrugada para solo verle de nuevo cuando ya ha
oscurecido, volviendo satisfecho de una larga jornada de caza, con las
manos llenas de cadáveres aún humeantes de animalillos silvestres y las
botas llenas de barro y sangre?
Y, lo que son las cosas, gracias a la constancia de Loque (me cuesta llamarla Belén) ha acabado convertido en un libro. Con sus tapas, sus ilustraciones, su contraportada y todo. Un viaje al mundo de las tacitas de té lleno de ironía y humor. Y, por supuesto, de tartas de ruibarbo:
La perfecta tarta, de ésas que en las películas ponen a enfriar en el alféizar de la ventana, es la tarta de ruibarbo. Pero no os fiéis de Instagram y sus filtros, porque la perfecta tarta de alféizar, de cerca, es tal que así:
Resulta que está rellena de esa cosa llamada ruibarbo que, cortado y cocinado, tiene un asombroso parecido a una mermelada de coágulos.
Y vosotros, lectores de mis entretelas, ¿habéis leído ya el libro de Loque?, ¿sois ávidos consumidores del género "tacitas de té"?, ¿habéis probado la tarta de ruibarbo?