La bahía de Isahaya, cerca de Nagasaki, era uno de los sueños de cualquier biólogo. Las mareas podían subir hasta cinco metros y habían creado un humedal con gran abundancia de especias. Hasta 300 se habían contabilizado, incluyendo algunos tipos de cangrejos muy raros.
A algún genio del Ministerio de Agricultura, Bosques y Pesca se le ocurrió en los sesenta que esa zona podía desecarse para proporcionar nuevas tierras a los granjeros. Que el número de granjeros empezase a descender no fue óbice para el alegre e irresponsable burócrata que ya había conseguido un presupuesto que gastar. Sólo tuvo que redenominar el proyecto. Ahora se trataba de un proyecto para controlar las inundaciones. Poco importaba que la última que había ocurrido en 1957, fuera de ésas que los expertos dicen que sólo suceden una vez cada quinientos años.
En 1997 se cerraron los diques que impedirán que el humedal reciba agua del mar y que lo condenarán a la muerte. Pero no importa. Un alto funcionario del Ministerio de Agricultura, Bosques y Pesca comentó: “Puede que el presente ecosistema desaparezca, pero la naturaleza creará uno nuevo.” Sí, y usted puede que muera mañana, pero no hay que preocuparse, la Administración ya encontrará a otro incompetente que lo reemplace.La foto de arriba es la de la presa de Kaore; la de abajo, de la presa de Miyagase. Otra de las obsesiones de los burócratas japoneses es controlar los ríos, algo que han hecho tan bien que ahora el 97% de los ríos del país están embalsados. Que las necesidades hayan cambiado desde que se formularon los planes en los sesenta y comienzos de los setenta, es indiferente. Una vez tienes un plan y un presupuesto, ¡tienes un plan y un presupuesto!
Me da rabia que esta foto me haya quedado tan pequeña, pero no he encontrado ninguna mejor.
Es un bosque de cedros japonés. A todos nos gustan los árboles y los cedros son muy bonitos, pero es posible tener demasiado de una cosa buena.
Poco después del final de la II Guerra Mundial, la Agencia Forestal Japonesa inició un ambicioso programa para replantar el país con árboles que fueran comercialmente rentables y la especie escogida fue el cedro. El proyecto se realizó con tanto celo, que para 1997 el 43% de todos los bosques japoneses tenían sólo una especie, el cedro.Habrá que reescribir la literatura tradicional japonesa que habla de bambúes, cerezos y pinos para acomodarla a la nueva realidad. También las referencias a los animales salvajes habrá que alterarlas: la sombra de los cedros es espesa e impide que crezcan debajo los arbustos que daban cobijo a conejos, pájaros y otros animales. Otro efecto de los cedros es que retienen peor el agua en las laderas que los bosques autóctonos, lo que ha creado problemas de erosión. Y para rematar y para alegría de los alérgicos, los cedros son grandes productores de polen.
Y todo este dispendio y destrucción del medio ambiente autóctono se ha hecho para favorecer a una industria que aporta bastante menos del 1% del PIB.