Primero están ellas, después ellas y, a continuación, ellas. Son las personas que los estudiosos del comportamiento humano llaman de tipo «yo-yó». Normalmente, se trata de individuos con alto ego, que hablan sin parar y que difícilmente te dejan meter baza cuando tienes el infortunio de conversar con ellos.
Este estereotipo de persona toma su nombre de la palabra «yoyó», que la Real Academia de la Lengua define como el conocido juguete de origen chino que sube y baja con una cuerda.
Además, la RAE contempla el término «yoyo», así, sin tilde; solo con acento en Cuba, México y El Salvador. Es en este último país, El Salvador, donde existe una segunda acepción de «yoyo» que la RAE incluye para esta palabra: «Persona servil y aduladora», que se aleja del significado que hoy traigo a TERAPIA DE LETRAS.
Seguro que te vienen unos cuantos congéneres «yo-yó» a la cabeza. Y no es que sean malos, ni que te caigan del todo mal, pero los evitas. Vaya que si los evitas, porque te resultan pelmazos. Sin eufemismos: palizas. Distan de ser personas atractivas cuando se las trata.
Les cuesta, o no saben, o no les interesa, escuchar. En la comunicación interpersonal, ejercen casi siempre de emisores. En las clases de recepción debieron de hacer novillos.
Aconsejan los profesionales hacerles ver que su interlocutor también necesita ser escuchado, hablar con ellas para hacerles comprender la importancia de la escucha. Esta terapeuta, al ser de palo, se permite aconsejar huir de ellas. Directamente. Evitar conversaciones personales con los «yo-yó» en la medida de lo posible. Y cuando la escapatoria es imposible, pues aguantar estoicamente y no darles carrete, para que el acto comunicativo dure lo menos posible.
Por el contrario de lo que pudiera parecer, estas personas de ego elevado a menudo padecen de baja autoestima y por eso buscan el reconocimiento exterior. El tuyo, sí, a quien apabullan con su discurso yoísta.
Solo ellas trabajan, solo ellas sufren, solo ellas tienen hijos, solo ellas madrugan. Ellas-ellas: yo-yo.