Desde que empecé a elegir mi ropa, allá por la controvertida adolescencia (mi madre retrotraerá esa decisión hasta mi nacimiento), siempre ha habido en mi ropero un peto vaquero. Recuerdo perfectamente cómo fue cada uno de los habidos en mi historia, porque tampoco son tantos, que menda es de hacer museo del vestuario (el actualmente en uso va para las 12 primaveras)
Tiene efectos terapéuticos esta prenda en su versión clásica. Yo acostumbro a tirar de ella los lunes, por ejemplo, y desde hace más de 20 años que no me falla como aliada. Lunes: ese día cuando el cuerpo, en la memoria inmediata el buen gusto del fin de semana, se despierta remolón para encarar las obligaciones de la rutina. No hay mejor aliado que este protagonista textil de hoy para repanchingarse una contra calendario, en la silla de la oficina y en tu interior.
Prenda cómoda como ninguna, por cuanto que amplia y anti-preturas. Y, además, molona (vale que es cuestión de gustos) y multi-estilo. Libertad: se siente.
Peto vaquero clásico
Es de esos objetos a los que otorgamos el poder de hacernos sentir más nosotros mismos cuando lo utilizamos. Muy personal este peto. De hecho, quienes lo usan suelen personalizarlo con unas chapitas, unos pins, etc.
Recuerdo que hace años mil se llevaba con un pañuelo de estampado americano asomando casualmente del bolsillo ja ja… En fin, cosas de los clásicos (modernos de ayer y rancios de hoy).
Más ventajas:
Multiestación, atemporal, duro como él solo.
No sé si dentro de otros 20 años la seguiré usando, esta prenda, sin que nadie me señale por la calle (glup), pero ya saben cómo acaba el dicho que empieza «ande yo caliente…». Bien si así es.
Probablemente fue la primera prenda que compré para mi primer bebé cuando aún era un proyecto con latido.
Sin caer en el fetichismo textil (bueno, venga… un poco), tiene mi cariño esta prenda.
Es, sin embargo, el peto vaquero un atuendo por dignificar en esta parte del globo. Territorio femenino y muy minoritario entre la población vestida. Minoritario por varias razones, pienso:
- Como no marca, no vende. No lo utilices para la guerra. No hay garras de buitre que apunten a mujer con esta guisa.
- Como no vende, no tiene compradores. No existen niña presu (la mía ha padecido varios, pero no son santo de su devoción) ni mujer coqueta que lo quiera.
- Entra con timidez algunas temporadas en las colecciones de moda, pero no triunfa. Te lo encontrarás más en las perchas de las tiendas que en las perchas humanas y reales de la calle.
- En la moda masculina entra mal: hay motivos culturales y físicos.
- Ocupa un potosí en el mueble (y en la lavadora).
Luego están los petos pervertidos, es decir, las variaciones sobre el clásico hasta convertirlo en un guante. Y los amistosos peto-faldas, largo hasta los pies, o corto hasta el pandeiro… Recuerdo alguna histórica de estas faldas en mi atuendo pasado y los de mi entorno, vaqueros y de pana. Pero eso queda para otro día.
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