Revista Historia

Pietro arcan 'el asesino sin alma'

Por Crimenycriminal @crimenycriminal
En esta nueva entrada de 'CrimenyCriminologo', la licenciada en Ciencias de la Información y diplomada en criminología superior, Cristina Amanda Tur Bernat, nos envía un fragmento de uno de sus magníficos libros, 'Siete mentes perversas', en el que analiza la figura del asesino que conmocionó, en la madrugada del 20 de junio de 2001, a los habitantes de Pozuelo de Alarcon (Madrid). Cristina Amanda Tur también destaca por libros como 'Crímenes de Ibiza y Formentera en el siglo XX' , 'Crónica de Sucesos', 'Operación Antidroga'. Y sus dos novelas policiacas: El Diablo en los detalles, El ángel suicida y La canción del siciliano.
PIETRO ARCAN 'EL ASESINO SIN ALMA'
Un buen ejemplo de asesino psicópata es Pietro Arcan Petro, nacido en Mongova, Moldavia, es la bestia. Las tres fotografías de su ficha policial, difundidas tras el asesinato del abogado Arturo Castillo, en junio de 2001, son inolvidables. Arcan, con un chaleco negro y rasgos marcados parece cualquier cosa menos asustado o preocupado. Tiene el pelo claro y corto militar, los ojos separados y las orejas despegadas de su cara afilada. No tiene nada especial, en realidad, pero la mayoría de los lectores que en esos días examinaron su mirada en las portadas de los periódicos honraron la memoria de Lombroso y comentaron que el hombre tenía ‘pinta de asesino’, ‘ojos de demonio’, que los rasgos de su cara del Este mostraban la maldad de su alma. Las teorías de Cesare Lombroso, padre del positivismo, se suponen superadas, pero la sociedad sigue intentando ver el mal en la cara de los hombres. La bestia –humana– mostró su condición la madrugada del 20 de junio de 2001, en Pozuelo de Alarcón. Son las 3,45 de la madrugada cuando Pietro salta la valla de dos metros que circunda el chalet del abogado Arturo Castillo y su familia. Entra en la casa por la terraza del ático. Sabe de buena tinta que en la casa hay dinero y él está cansado de robar y revender teléfonos móviles a 5.000 pesetas. 

Arturo, su esposa y sus dos hijas, de 15 y 17 años, duermen en sus habitaciones. Llega al dormitorio del matrimonio y entra. No enciende la luz y lleva en su mano un revólver Colt King Cobra, un arma de excepción que esta noche nadie puede admirar. Pietro, por supuesto, no tiene licencia. Arturo ha oído un ruido. El abogado ve a su atacante en la penumbra y levanta la mano izquierda en un inocente ademán de protección. La bala atraviesa la palma, sale por el dorso y penetra en su tórax por un lugar un poco más abajo del corazón hasta quedar alojada en la celda renal derecha. Otra bala está destinada a Ángeles. Los daños que le provoca son terribles y queda semiinconsciente mientras a su marido se le escapa la vida. Pietro se da cuenta de que Arturo vive y se acerca a él con un machete en la mano.
Y en esta primera escena hay ya varios puntos de interés. En primer lugar, no hay que perder de vista que se trata de un robo. Arcan busca dinero, joyas o cualquier cosa de valor, pero no gana nada con la muerte de los inquilinos de la casa. Y absolutamente nada durante todo el desarrollo de la investigación y del proceso apunta a que el moldavo quisiera matar al abogado por venganza o por cualquier otro motivo. Nada. Simplemente lo mata para quitárselo de en medio. El fin, en todo caso, no es la agresión sino el robo.
En segundo lugar, es curioso el hecho de que Arcan utiliza dos armas en una misma secuencia homicida. No es habitual, y sería muy interesante conocer qué mecanismo le impulso a cambiar el revólver de lujo por un machete, pero la verdad es que sólo puede especularse. Tal vez la explicación es tan simple como que no quería desperdiciar dos balas en una misma víctima; sabía que su reserva era limitada y podían surgir más ‘problemas’, o quería hacer el menor ruido posible. Es lo más sencillo, y la explicación más sencilla suele ser la acertada, según nos recuerda la navaja de Ockham. En cualquier caso, un cambio de un arma que no supone contacto entre agresor y víctima, como es un revólver, a un arma ‘de contacto’ puede suponer que el homicida, tras iniciar la secuencia, ha querido experimentar la muerte de la víctima con una mayor intensidad y eso se consigue ‘manchándose de sangre’. El homicida sube un escalón en su grado de agresividad y prefiere el cuchillo.
Por otra parte, las heridas que causa con la segunda arma pueden parecer innecesarias si la intención es matar al hombre. Curiosamente, lo golpea con el mango –o con la culata del revólver– en la cabeza, tan fuerte que le hunde el hueso occipital y, finalmente, lo apuñala certeramente y dos veces en el pecho.
Pietro Arcan tiene prisa. Su objetivo es desvalijar la casa, no hay que olvidarlo, así que tiene que ‘despachar’ rápido los obstáculos. En realidad, no le interesa demasiado causar daño, simplemente le da igual. No importa. Así de triste. Actúa en un proceso que los expertos suelen denominar ‘furia homicida’, una secuencia más o menos larga en la que el agresor no duda en matar con ensañamiento, en la que el agresor se ve enardecido por sus acciones y una sigue a la otra.
El diferente tipo de lesiones –que sorprendió a los médicos forenses– y de armas usadas tiene relación con este punto. El abogado tiene heridas por arma blanca, por arma de fuego y contusiones producidas probablemente con la culata del revólver. Una espiral de violencia.
Arcan cree que la mujer también está muerta, aunque sobrevivirá, y se dirige a las habitaciones de las hijas con el machete en la mano. Y, para abreviar, porque aquí no es necesario recrearse en los detalles de la agresión, las dos chicas son golpeadas, una de ellas es agredida sexualmente, y acaban encerradas en un armario. Mientras, la madre consigue comunicar con los servicios de emergencias.
A las cinco menos cuarto de la madrugada, el asesino sale de la casa con 19.000 pesetas, un teléfono móvil y unas cuantas joyas. Un policía ve saltar la verja y le grita aquello de “¡Alto. Policía!”, pero, tras una persecución, consigue zafarse. Poco después de las seis de la madrugada, es arrestado cerca de una estación de servicio, donde tienen que recogerlo sus compinches.
Pietro Arcan se convierte esa noche en el monstruo de todas las pesadillas. Pero no es uno de esos casos en los que, de repente, un hombre ‘normal’ se convierte en criminal. El monstruo no nació ayer. Nació en Moldavia el 9 de octubre de 1977. Se crió en orfanatos de Chisnau, la capital, y vivió los enfrentamientos entre la población civil y el Ejército soviético en 1989 y la proclamación de la independencia en el 91. Arcan es carne de cañón, otro chico más abocado a las calles... La independencia lo pilla con 14 años, en un momento en el que muchos de los habitantes de la convulsa Moldavia deciden buscar El Dorado fuera de sus fronteras. Arcan se va a Alemania, pero allí la vida tampoco es fácil y, al final, escoge el destino que en esa década de los 90 prefieren muchos rumanos: España. En 1994, llega a Madrid. Ni siquiera se molesta en buscar los papeles que le conviertan en un ciudadano legal, y cada vez que un policía le pide su nombre da uno distinto y se inventa un domicilio nuevo.
Arcan entró ilegalmente en España seis años atrás para ganarse la vida robando en casas y chalets de Madrid. ¿Para qué iba a necesitar papeles? El 15 de mayo de 1999 es detenido por primera vez, por robar una moto. Ya entonces se abre un expediente de expulsión que parece que se suma a montañas de papeles similares. Su carrera se revela imparable –a fin de cuentas, si lo detienen pasa unos días en los calabozos, le dan de comer gratis, lo sueltan y volver a empezar– y el 22 de septiembre es arrestado en Coslada por un robo con fuerza. Entonces se le atribuye otro robo cometido en la misma localidad dos semanas antes. El 6 de octubre es detenido por robo con fuerza en Guadalajara. El 10 de marzo del año 2000 lo es por otro robo en Coslada y el 10 de mayo por robo con intimidación, también en Coslada.
Algo menos de cuatro meses antes del crimen de Pozuelo es arrestado en Brihuega (Guadalajara) y las autoridades intentan aplicarle la entonces reciente Ley de Extranjería para expulsarlo del país sin más tonterías; con la anterior, la comisión de un delito frenaba tal posibilidad. Pero el juez de Coslada con el que sigue teniendo una causa pendiente se niega a expulsarlo del país sin echar cuentas, así que el del caso de Brihuega lo pone en la calle. Nunca ha sido juzgado y pasea sin papeles y sin trabajo por las calles de Madrid. Y este currículo apuntado es sólo lo que se conoce, probablemente la punta de un iceberg. Da nombres y direcciones falsos, nunca le llegan citaciones, así que jamás va a los tribunales. La Justicia se muestra demasiado a menudo eficaz soltando bombas de relojería a la calle sin saber cómo desactivarlas ni cuando van a accionarse.
Pietro se especializa en entrar en casas que primero vigila y en romper escaparates para llevarse los últimos modelos de teléfonos móviles. En las calles de Moldavia aprendió a abrir las puertas de los coches y emplea su método para buscarse un medio en el que huir. Normalmente encuentra a algún desgraciado que lo acompaña y lo espera en la puerta prácticamente con el motor en marcha.
Sin embargo, los delitos contra la propiedad no son todo. En el mes de abril –dos meses antes del crimen de Pozuelo– Interpol cursó una orden de busca y captura internacional remitida por las autoridades rumanas por asesinato, robo y allanamiento. Un juzgado de Satu Mare (Rumanía. 654 kilómetros al Norte de Bucarest) le busca porque en la noche de Navidad de 2000, Arcan y un cómplice ocasional entraron en la casa de un tal Gheorghe Marius y lo mataron a golpes, unos 30, con una estaca de las que por aquellos lares usan para matar peces grandes. Le abrieron la cabeza –parece que fue Arcan, concretamente– y dejaron malherida a su esposa y apaleados a los padres de ella y a un pequeño caniche. Al doberman, sin embargo, sólo lo narcotizaron. Se llevaron más de 7.000 dólares, 2.000 marcos alemanes y 100.000 forintos. Gheorge Marius tenía un pequeño pero rentable negocio de venta de pasaportes de países de la Unión Europea. Al parecer, los documentos que vendió a otro mafioso llamado Ovidiu eran tan malos que no tardaron en llevarlo a prisión, donde encontró a la persona adecuada, Arcan, para cumplir su venganza.
En la orden de detención internacional para extradición, la Policía rumana apunta a la española la posibilidad de que su sospechoso haya regresado a España. De hecho, Pietro Arcan vive en Coslada con varios rumanos y cuenta por ahí que ha trabajado para la Mafia rusa y que incluso ha matado para ella. Siempre que tiene ocasión pasea traje, joyas y reloj robado... Su historia de la Mafia parecerá así más creíble. Le gustan las armas, y un Colt King Cobra 357 magnum no es cualquier cosa.
Pasado el capítulo de Pozuelo de Alarcón, ingresa en los calabozos y sólo abre la boca para pedir tabaco rubio. Éste es, a grandes pero significativos rasgos, Pietro Arcan Pietro. Durante la investigación se descubre que un amigo polaco de Pietro fue despedido de la casa del abogado y posteriormente contó al moldavo que allí había ‘pasta’, joyas y buenos vinos. Otros tres individuos son arrestados por participar en el robo de la vivienda de Arturo Castillo; dos de ellos llevaron a Arcan a la casa en coche.
El 18 de junio de 2003 es trasladado a la Audiencia Provincial de Madrid para ser juzgado. Niega ser el asesino. Niega haber estado en la casa, pero las pruebas son ineludibles. Para empezar, las víctimas le identifican sin dudarlo. Le reconocieron tras el crimen y durante el juicio, aunque las tres mujeres declararon detrás de un biombo y su abogado pidió que esta parte de la vista oral se celebrara a puerta cerrada y no hubo ninguna objeción.
Respecto a la actitud de los acusados ante las vívidas declaraciones de una mujer que vio morir a su marido y que a punto estuvo ella de seguir su destino, y de otras dos agredidas, encerradas en un armario mientras su padre moría, el abogado asegura que Pietro Arcan no mostró cambio alguno en su expresión fría, al contrario que los otros tres encausados, que no pudieron por menos que sentirse conmovidos e incómodos en mayor o menor medida. Esa afectividad plana que muestra el procesado frente un relato ante el que el normal de la población al menos bajaría la mirada podrá parecer un tópico, pero es sólo un detalle más que muestra determinada personalidad común a un número demasiado elevado de criminales, aunque no tantos como se podría interpretar de las crónicas de los periódicos. Entre esos criminales impasibles se incluye el grupo de los psicópatas. De hecho, todo lo señalado hasta el momento conduce a pensar que Pietro Arcan Petro lo es.
Llegado a este punto, hay que referirse a los informes psiquiátricos y psicológicos que el fiscal califica de ‘contundentes’. Y deben serlo, porque la sentencia los despacha en folio y medio. El primer informe de un médico forense describe su entrevista con el acusado:
“Algunos rasgos de su personalidad afloran en el discurso pero más que en lo que dice, en cómo lo dice. Así, por ejemplo, toda la entrevista es una demostración de egocentrismo, carencia de aflicción ante unos sucesos que no reconoce y de los que niega toda participación; actos de los cuales refiere tener conocimiento y asume que son bárbaros, pero ese reconocimiento no conlleva connotación emocional alguna, los intelectualiza racionalmente, fríamente. Es decir, el sujeto afirma que se encuentra en prisión por unos hechos de los que niega toda participación, sin embargo resulta llamativa la incongruencia afectiva y el distanciamiento emocional. La entrevista con el procesado impresiona por su frialdad, por su inquebrantable ausencia de connotaciones emocionales (ni siquiera mínimas) del contenido del discurso que desgrana”. Destaca una cuestión; dice lo que se espera que una persona ‘normal’ diga frente a unos hechos deleznables, “asume que son bárbaros”, pero eso no quiere decir que los sienta. Imita los sentimientos pero no los tiene.
Arcan, inicialmente receloso, acaba por participar en la entrevista y cuenta al médico que años atrás padeció traumatismos craneales muy severos, fuertes golpes, aunque no hay indicios ni cicatrices de ningún tipo. Explica que no hay antecedentes de enfermedades mentales en su familia –que él sepa, claro– y se define como un gran consumidor de alcohol, preferiblemente ron, desde hace muchos años.
El médico forense lo somete a una prueba básica para conocer sus capacidades –el minimental de Folstein– y su puntuación es normal; no encuentra “el más mínimo indicio de deterioro cognitivo”. Podría considerarse una persona normal, con capacidades de entendimiento normales, pero cada uno de los párrafos del informe de cuatro folios define al psicópata: “Por supuesto que conoce las normas y diferencia lo que está bien de lo que está mal, pero su escala jerárquica antepone sus intereses a cualquier otra consideración; es decir, las normas existen, pero no siente que tal afirmación le afecte personalmente”.
Lo más interesante del informe es tal vez cómo zanja la cuestión de la responsabilidad del psicópata: “Pietro Arcan reúne los rasgos de personalidad y de conducta descritos por Cleckley para las personalidades psicopáticas, pero ello no debe ser interpretado en ningún caso como un diagnóstico, sino como una manera de ser”.
Este es Pietro Arcan Pietro. Los que lo conocen dicen que no tiene alma. Es la forma popular de expresarlo. Es, en verdad, el paradigma del criminal que parece carente de cualquier sentimiento que le permita vivir en sociedad sin representar un peligro para sus congéneres. Pero este caso tiene algo especial, porque muestra que los delincuentes psicópatas no son sólo esos asesinos que cometen los crímenes más absurdos, más gratuitos, más inexplicables, aquellos que atacan sin más a desconocidos por las calles. Los criminales de este tipo pueden ser ladrones, atracadores, homicidas vengativos, asesinos de sus esposas... según cuáles sean sus objetivos. La igualdad básica es que todos se mueven en función de sus propias necesidades y placeres, pero les diferencia aquello que les place. Arcan quería objetos y dinero.
De hecho, las clasificaciones más puristas no admitirían a Pietro Arcan como asesino en serie aunque a los crímenes de Satu Mare y de Pozuelo se añadiera alguno más; se necesitan al menos tres víctimas para ser considerado un serial killer, aunque también podría contabilizarse el intento de asesinato de la esposa del abogado o el de la esposa del falsificador de pasaportes. No lo admitirían, simplemente, porque su móvil es el beneficio económico. En realidad, las motivaciones no son tan importantes en la clasificación. El hecho de que nos cueste más comprender que se mate a una persona por aburrimiento o por placer que por dinero no significa que haya tanta diferencia. Además, el caso de Arcan es complejo en cuanto a las motivaciones, porque no tenía necesidad de cometer el crimen para lograr sus fines, así que no sólo lo hizo por dinero.
Pietro Arcan Petro fue condenado, en julio de 2003, a 75 años de cárcel y a pagar una indemnización de 760.000 euros a la familia del abogado asesinado. Los 75 años son una suma de penas por asesinato, asesinato en grado de tentativa, homicidio en grado de tentativa en concurso ideal con delito de atentado por disparar contra un policía, agresión sexual, lesiones, tenencia ilícita de armas y allanamiento de morada como medio para cometer un robo con violencia e intimidación. Toda una variedad delincuencial en un solo caso.

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