Plácido y el esperpento.
“Siente a un pobre en su mesa”
"Yo he dicho siempre que esta sociedad es una mierda, pero, por desgracia, mi cine y yo navegamos en el barco de esta sociedad. Puede que no sepa dar un golpe de timón a este barco, pero, por si acaso, lo que hago es mear siempre en el mismo sitio, a ver si consigo abrir un agujero por el que se termine hundiendo el barco".
Luis García Berlanga.
Me resulta inevitable cada año en estas fechas navideñas no desperdiciar el tiempo que sobra entre borracheras, cenas y otros menesteres típicamente vacacionales, no acorazar mi mundo interior y en relativa soledad esconderme en el refugio que me ofrece mi propia casa. El cine, la literatura o la música suponen aportaciones artísticas y estéticas que suponen un placer delicioso y que fundamentan en ocasiones la propia existencia. Hablo de revisar aquellas películas que resultan inolvidablemente maravillosas año tras año y que uno nunca se cansa de ver.
Cada uno tiene sus manías, y yo no podría disfrutar estas fechas sin el placer impagable que me aporta ver películas que catalogo de especialmente navideñas (no porque todas tengan algo que ver o no con la navidad) sino porque simplemente aportan un sentimiento de regocijo y plenitud inigualable en estas fechas en comparación con otras épocas del año. Hablo de películas como Casablanca, La noche del cazador, Psicosis, Beautiful girls, Pesadilla antes de navidad, Cuentos de Tokio, Atrapado en el tiempo, El último tango en París, El bazar de las sorpresas, Centauros del desierto, El hombre tranquilo, Rashomon, El maquinista de la general, y por supuesto Plácido.
Plácido supone para mi una de las obras maestras incontestables del cine mundial, y particularmente del cine español (probablemente la más importante junto con El Verdugo y Viridiana). Y se alza, aunque sea mínimamente, sobre otras grandes obras maestras del cine de este país como; El extraño viaje, El mundo sigue, Tristana, Calle mayor, Los santos inocentes, Muerte de un ciclista, El pisito, El cochecito, La caza, La tía Tula, El viaje a ninguna parte, Atraco a las 3, Los lunes al sol, Los pájaros de Baden-Baden, La vida mancha, El espíritu de la colmena, El sur o Furtivos.
Cada 24 de diciembre mi cita es irrenunciable con ella. Necesito volver a poner los pies en la tierra, y ante la ilusión de la navidad, la compañía de la familia, los amigos, las borracheras, las grandes comidas o los posibles regalos, no deben hacerme olvidar quienes somos y de donde venimos, que todos los españoles de a pie hemos sido y somos Plácido.
Esta joya parida en 1961 por dos de los grandes genios que ha tenido este país en el arte del cine, Luis García Berlanga en la dirección y Rafael Azcona en el guión, nos regalan una de las mejores sensaciones que uno puede sentir frente a una pantalla. Esta fue la primera vez que Berlanga y Azcona trabajaron juntos, y el resultado no es otro que la cima de ambos.
El cine de Berlanga acompañado por Azcona supone un lenguaje y un mundo intransferibles. Es el relato incontestable y encantador de una España que algunos tratan de borrar del mapa y negar su existencia actual y pasada. El blanco y negro de la película aporta un retrato auténtico en el que se funden la realidad de una España esperpéntica y desvencijada, con la comedia más sórdida y vitalista. Algunos han comparado el poder de conmoción del cine de Berlanga, sus diálogos y la potencia de sus imágenes a lo más alto e imperdurable de la cultura española junto con Quevedo, Cervantes, Valle- Inclán o Goya. No podría estar más de acuerdo.
Es inevitable sentir la similitud que existe entre los protagonistas de la película y el espectador. La letra que vence del motocarro y que hay que pagar, la hipoteca, la luz, el gas, el agua, el sueldo de un empleado, o cualquier cosa parecida.
Como siempre, la ley funciona únicamente para aquellos que la dictan, y serán los caraduras, los miserables, los babosos, canallas y sinvergüenzas (en este país de sobra conocido) los que podrán librarse de una sanción.
Luis García Berlanga (1921 –2010) se dio a conocer tras su trabajo con Juan Antonio Bardem (1922- 2002) en la película Esa pareja feliz en 1951. Ambos directores cosecharían durante la década un merecido reconocimiento de sus películas en los festivales europeos. Ambos fueron premiados en Cannes por Bienvenido Mr. Marshall (1952), y el segundo en 1958 por La venganza (1957), ambas nominadas al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Lo característico de su cine fue la mezcla explosiva entre un humor muy negro y la descarnada crítica a la sociedad.
Por otra parte, Rafael Azcona, genio y figura hasta su muerte en el año 2008, ha sido el guionista más importante de España, el que mayor número de premios Goya a recibido (6) y también de nominaciones (12). Comenzó trabajando para la famosa revista La Codorniz, y posteriormente firmó sus primeros guiones con el director italiano Marco Ferreri, cuyas dos obras maestras anteriormente citadas (El cochecito y El pisito) son las únicas películas que valen la pena revisar, y que por su temática se sitúan en la cima de películas españolas muy influidas por el principal teórico del neorrealismo italiano Cesare Zavattini, y los directores Vittorio de Sica o Roberto Rossellini.
Hay que destacar en el trabajo de Azcona que tras la colaboración con Berlanga en Plácido, volvió a trabajar con él en cinco películas más (la Trilogía nacional, El Verdugo, y La Vaquilla). Además Azcona ha trabajado también con otros grandes directores del cine español como José Luis Cuerda, Fernando Trueba o Carlos Saura. De él tengo que admitir que copié con mi familia y amigos una de las tradiciones más bonitas que se pueden compartir. Tras una copiosa comida, cuando ya se han terminado los platos y los postres, abrir otra botella de vino en la sobremesa superior a las anteriormente ingeridas durante la comida y seguir con la charla. Indudablemente genial.
Siguiendo con la película, llama la atención por una parte tanto los créditos como la música de la película. El diseñador de los títulos de créditos fue Pablo Nuñez, colaborador también de otros muchos grandes directores y que ha elaborado la cabecera de películas como El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), La escopeta nacional (Luis García Berlanga, 1978), La campanada (Jaime Camino, 1980), Deprisa, deprisa (Carlos Saura, 1981), La colmena (Mario Camus, 1982), El sur (Víctor Erice, 1983), Los santos inocentes (Mario Camus, 1984, Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998) o Los otros (Alejandro Amenábar, 2001).
La música también es inolvidable, compuesta por Miguel Asins Arbó recrea un sonido fox-trot circense y de carácter popular con mucha influencia del neorrealismo italiano.
Podemos pensar en el compositor Nino Rota que trabajó en algunas películas de Feredico Fellini como La Strada (1954) y Las noches de Cabiria (1957).
El lema de la película, “Siente un pobre a su mesa” es brutal y demoledor y hace alusión a una campaña que promovió la dictadura franquista durante los años sesenta. Inicialmente ese iba a ser el título de la película, pero parecer ser que algunos problemas con la censura no lo hicieron posible finalmente.
Aquí Berlanga muestra su carácter más burlón y satírico que le sirve para hacer una feroz crítica a la hipócrita burguesía acomodada del régimen, que trata de quedar bien y calmar su conciencia en navidad con supuestas buenas acciones de caridad. En este sentido, los títulos de crédito son especialmente ingeniosos y oportunos, ya que en ellos van saliendo pobres y mendigos que pretenden reflejar la falsa humanidad y el complejo de cierta culpabilidad de un régimen dictatorial terrible en el comienzo del que se llamó “milagro económico” que puso en marcha el gobierno tecnócrata del Opus Dei en 1957 con el Plan de Estabilización y Liberalización. Este plan supuso, como sabemos por una situación muy parecida actualmente, que gran parte de la población emigrase, aumentase el paro, y también hubiese un ligero crecimiento de la economía que favoreció a las grandes empresas y a corporaciones financieras de fuerte carácter proteccionista. Consecuentemente, el tejido productivo era escaso y no favorecía la competencia exterior, por lo que también aumentó la desigualdad entre una clase media prácticamente inexistente que comenzaba a asomar la cabeza.
Uno de los momentos más inolvidables de la película, es cuando tras la llegada de algunos artistas que acompañaran a los indigentes durante la noche y durante el reparto caritativo que hacen algunas familias en el sorteo de vagabundos patrocinado por la marca de ollas Cocinex, la mayoría dudan entre apostar mayor o menor cantidad de dinero para quedar bien ante los demás o ante sus jefes, y si por otra parte, resultaría más vistoso llevarse a un anciano o bien a un mendigo de la calle. También habría que destacar cuando uno de los personajes que acoge en su casa a un indigente tiene que ir a ver a un moribundo que sufre angina de pecho. El médico acompañado de su mujer se lleva al indigente ya que resulta aconsejable llevarlo a casa de los vecinos para que como dice la mujer, los demás vean “que tenemos un pobre”.
Para finalizar, considero que el mayor logro de la película de Berlanga es su cuidada imagen, su poderosa estética, su planificación y su ejercicio de planos secuencia. También figuran actores esplendidos e inolvidables como Cassen, José Luis López Vázquez, Manuel Alexandre, Agustín González, Luis Ciges, o Antonio Ferrandis.
Cabe destacar algo que yo nunca más he visto en otros directores con igual perfección, y es sin duda un rasgo característico de sus películas; su maestría a la hora de abordar situaciones conflictivas pobladas de actores en la escena, y en la que entre un barullo de personas que gritan, se interrumpen y hablan sin parar salga todo a la perfección y uno mantenga viva la atención en la escena.
No quiero olvidar tampoco la disección típica de Berlanga y Azcona del sentimiento de rechazo y repulsión que producen los mayores y los indigentes a las gentes (mal llamadas) de bien, o el erotismo que se esconde tras los personajes femeninos, y particularmente en esta película, en el personaje de Martita, una niña pija y caprichosa al servicio del mejor postor. La disputa final por la ansiada cesta de navidad que puede aportar una cena mínimamente decente a una familia desesperada, o la lucha eterna que tendrá que sufrir Plácido al mes siguiente y que se repetirá una y otra vez hasta que consiga arreglárselas para pagar la letra del motocarro, y que a su vez, funciona muy bien como metáfora de un progreso ficticio.
En el trasfondo de la película permanece una sociedad que permanece Esperando a Godot. Personas que dejan al descubierto viejas miserias y viejas vergüenzas de un país a la deriva, movidas entre la mezquindad, el patetismo y lo entrañable. La farsa de la caridad se refleja en el espejo esperpéntico que deforma la realidad y la vuelve mediocre y feroz.
Apuntando ya hacia los créditos finales la película termina con unos tambores que anuncian un breve villancico que te abre las carnes y te deja apabullado en el sitio. En palabras del que fue crítico de cine y director Víctor Erice: "el objetivo final de la película es mostrar la incomunicabilidad de las personas". "Para mí, Berlanga es fundamentalmente un romántico”.
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