Safo
Safo nació en la isla de Lesbos, a fines del siglo VII A.C. se casó con un ciudadano de Andros, que murió siendo ella muy joven, dejándola madre de una hija. Entonces Safo se consagro por completo a la poesía, reuniendo a su alrededor gran número de alumnas y compañeras. Muy pronto cundió por toda Grecia su reputación de poetisa delicadísima, que cantaba la amistad vehemente y la unión de las almas con los arrebatos de la pasión sensual más encendida e íntima. Se cree que canto sus propios amores, y se sabe que su talento abarco todos los géneros de la poesía lírica. Parece que compuso epigramas, elegías, y nueve libros de odas, que aun existían en los tiempos del poeta latino Horacio. El tiempo no ha respetado la obra de Safo, y solo poseemos hoy, de ella, fragmentos muy cortos, y dos odas completas, aunque se duda que lo sea la segunda.
En la escuela de música y poesía que Safo abrió en Mitilene se formaron muchas poetisas, y la tradición añade que en Lesbos vivía entonces un gran poeta joven que amo a Safo sin esperanza, y la canto en sus versos, que aunque son inferiores a los de ella artísticamente, en nada le ceden en cuanto al sentimiento. También se cita el episodio de Faón, un joven maravillosamente hermoso, que había recibido de Afrodita un ungüento que le hacía irresistible, y que fue amado por todo Mitilene; por consiguiente, nada tiene de extraño que Safo se contara entre sus admiradoras. Lo más curioso y atractivo de la vida de Safo es aquella corte de amor que supo formar a su alrededor: Gyrinno, Atthis, Anactoria, entre tantas otras, han llegado hasta nosotros en ardientes fragmentos de lirismo amatorio turbador. Las odas melancólicas de Safo nos descubren todo un mundo íntimo de finas pasiones femeninas. De Safo procede la estrofa llamada adónica, mundialmente conocida, y que hay que leer en su propia lengua para que no pierda la deliciosa armonía de sus palabras, temblorosas de pasión y de ternura inmortales.
Erina
Como Safo, su amiga, nació en Lesbos, y formaba parte de aquel grupo de mujeres distinguidas que poseían talento poético y se agrupaban alrededor de su maestra. Parece que Erina fue la primera y la mejor dotada de todas ellas. Se sabe que compuso un poema de trescientos versos hexámetros, que se titulaba “La rueca”. De todas sus obras solo se han conservado fragmentos breves, pero que rinden honores a su talento. También escribió una oda que parece un elogio a la fuerza, aunque algunos eruditos la consideran, no sabemos por qué, un elogio de Roma*, y que no pasa de ser una realización mediocre, quizá no suya.
*La palabra griega “Rome” puede significar la fuerza y también la ciudad de Roma.
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