Uno de los motivos principales de los viajes, dejando aparte otros aspectos estéticos, culturales o gastronómicos, —incluso geológicos como en este caso—, es hacer apuntes y tomar fotos para tener temas que pintar en casa. Como estas dos primeras acuarelas de la entrada. La primera de la sierra de Cazorla, aún con nieve en estas fechas, la que se muestra a continuación, de Águilas, en Murcia. La playa del Hornillo, al frente la isla del Fraíle, el muro y los árboles tapando por la izquierda el final del descargadero contruido por la Great Southern of Spain Railway Company Limited para llevar por gravedad el mineral de la sierra de los Filabres en vagonetas directamente a los barcos. Una vez abandonada la explotación, parte de sus instalaciones se dedicaron a criar lubinas y doradas, que tampoco está mal, hasta los 90 en que trasladaron mar adentro el negocio, supongo que para evitar que se las comieran los turistas, que ya iban abundando.
Como la Historia es la guinda que corona esta tarta compuesta por paisaje, arquitectura, pescado frito, verduritas y volcanes antiguos, me ilustro acerca de la historia de Águilas. El tiempo permite incluso tomarse con buen humor la sucesión de desgracias y catacumbres que soportó esta ciudad desde que el conde de Floridablanca encargó a su cuñado la tarea de repoblarla. Revienta un pantano y se lleva por delante a gran parte de la población, le sigue un terremoto más que mediano, la atacan y saquean los franceses en la invasión napoleónica, luego los carlistas toman ejemplo. Las fuerzas cantonales de Cartagena, cuando se hace cantón independiente, atraída igualmente por las riquezas de la minería de la plata, hierro y plomo, que una y otra vez rellenaban las arcas del municipio, toman dos veces la ciudad, la asedian desde el mar, amenazando borbardearla con la artillería del acorazado Numancia y la fragata Fernando 'El Católico' si no daban dinero para la causa. Si bien las causas propias son consideradas siempre razonables y tenidas si no por legítimas al menos por muy convenientes, el discernir entre el dinero propio y el ajeno suele ser harina de otro costal. La libertad siempre tiene un precio. Y normalmente se busca que ese precio lo paguen otros. Como están muy cerca y en España no somos rencorosos, seguro que el águila de Roma y los cartagineses ya habrán hecho las paces. La historia geológica de la zona también es muy agitada. Por todos sitios encontramos el rastro de antiguas erupciones volcánicas, calderetas, domos, coladas de lava que parecen reción vomitadas por la tierra, llenas de color, formas retorcidas y texturas. Millones de años después ya se pueden mirar con ojos de pintor los escombros que sobresalen de tales estropicios, pues la mayor parte de la zona volcánica está entre la costa de Murcia y Almería, por una parte, y la costa africana por otra. En Alborán asoman la gaita algunos de estos picos. Incluso nos deja la naturaleza precortados los adoquines hexagonales en esas columnas basálticas que se fabrican entre erupciones y catacumbres. Cuando nos tomamos plácidamente una cervecita fresca frente a la Isleta del Moro, estamos sentados ante los picos de una caldereta volcánica casi circular de 5 km. de diámetro, hasta la playa de San José. Hace 15 millones de años ni había allí cerveza ni tranquilidad. Meditando en estas cosas se disfruta más de la cerveza y de las vistas, preguntándose uno cómo se las habrán arreglado para colocar un arrecife de coral encima de aquel cerro de allá.
Ponemos la base en Pulpí, en San Juan del los Terreros, en un hotel en la orilla de la playa, frontero a un par de isletas oscuras que desentonan con el color de la zona, ya que que nacieron a 25 kilómetros de allí, en el complejo volcánico de Cabo de Gata, y van viajando encaramadas en la falla de Palomares, de triste recordación. ¡Mira que tirarnos un par de bombas atómicas nuestros amadísimos amigos de USA! Menos mal que fue sin querer, que con estas fallas no se juega. Ni con las de Valencia.
A media tarde daba gloria estar en el chiringuito del hotel dibujando las vistas, sin por ello olvidar la conveniente hidratación del organismo. Por la mañana, con más calma, ampliamos el foco y sacamos el hotel en este cuaderno más apaisado de Arches. El otro cuaderno es de Paper Blanks. Las acuarelas de Rembrandt y Daniel Smith en esa antigua cajita de pastillas para la tos. En Águilas estuvimos varias veces. Después de comer, tomando un café a la sombra de este enorme ejemplar de ficus elástica de los dos que hay en la plaza del Ayuntamiento. Majestuosos. Sólo cupo un poco de la parte baja del tronco, que para sacarlo entero había que irse cien metros para atrás y pintarlo de pie y sin café. Cero votos la moción.
Aquí se ve un apunte de esa playa que en casa se pasó a acuarela, contando también con una foto para refrescar la memoria. Estilográfica y pincel de agua. En este otro apunte se ve algo el color y textura de los acantilados que hay a lo largo del recorrido de cala en cala por un camino al que hay que echar valor y buenos amortiguadores. Este apunte se quedó así, sin añadir las sombras, el barquito, las gaviotas y los detalles. En caso de querer terminarlo, mejor con una nueva acuarela, mayor y con más calma. Este queda así.
La vuelta podía ser por Nerpio o por la sierra de Cazorla. En Santiago de la Espada, después de muchos kilómetros por una carretera encantadora para los que disfrutamos con las curvas, espeluznante para los que no, decidimos volver por Cazorla. De todas formas había que entrar en Albacete por el sur, desde la provincia de Granada y por Pedro Andrés y Nerpio ya hemos pasado muchas veces, aunque ya hace tiempo. Más de 200 km., tres cuartas partes por montañas y bosques y ya llevávamos varios miles de curvas ese día.
Muchas montañas tenían aún bastante nieve; incluso a la orilla de la carretera quedaban montones de nieve helada en la parte de la umbría. Hicimos fotos para cien acuarelas como la inicial, nos paramos en algunos miradores y cortamos unas ramitas de romero en flor para ponerlo en una botella llena de aceite. Zumo de paisaje. De la maniobra marcha atrás en una curva muy cerrada por la que no cabíamos a la vez el camión que venía y yo, —bueno, yo sí, pero mi coche no—, buscando algo de espacio al borde de un despeñadero bastante apañado, mejor no hablar. En Santiago de la Espada, siendo un día bastante desapacible, nos aplicamos unos huevos fritos con unos chorizos de la huerta que, por su enjundia, debían de ser de ciervo o jabalí. Eso reconforta mucho el espíritu. No diré que nos hartamos de ver olivos, que de eso no se cansa uno nunca, pero hay que ver cuánto olivo que hay por esos cerros. Varias provincias llenas, aprovechando hasta las montañas cultivables, tan alineados como para un desfile militar. Una gozada anunciadora de otros placeres que se pueden envasar en garrafas de cinco litros. Apunte con rotulador desmochado y agonizante, que en esta casa no se tira nada. Al verlo parece que está uno mareado y no es que la foto esté desenfocada, no, es el trazo de ese rotulador pincel de tinta china. Luego una acuarelilla sobre el mismo tema, con unos almendros en flor queaún quEdaban por esas alturas.