¡Pero chiquillo si en ningún sitio se vive como en España! Mira que sol tan bueno que hace casi todo el año, lo bien que comes y todos los amigos que tienes con los que puedes salir casi a diario. ¿Porqué te has ido para allá? Con en frío que hace.
Es la cantinela que hemos escuchado todos los que nos hemos venido a vivir a Polonia, cada vez que nos hemos encontrado a alguien conocido, de esos que no ves en un montón de años y, de pronto te lo encuentras en la cola de un cine o en la sección de juguetes del Corte Inglés mientras buscas algo que regalarles a tus sobrinos traído “expresamente” de Polonia.
Muchos de los que han venido a este país lo han hecho siguiendo a alguien a quién habían conocido y de quién se habían enamorado, también hay muchos erasmus que decidieron quedarse para disfrutar de un amor recién encontrado. Los menos son los que han venido por trabajo, enviados por empresas como delegados, como comerciales inmobiliarios, etc.
Puede que alguien piense que no tiene sentido que tanta gente haga la tontería de dejar todas las bondades del nuestro Mediterráneo, cantábrico o la meseta castellana sólo por amor y tiene razón. No es sólo eso.
Si algo tenemos en común los que hemos venido a vivir aquí es la necesidad de enriquecer nuestras vidas, de vivir la experiencia única que supone adaptarse a un país con costumbres y caracteres tan diferentes a los nuestros.
Tal y como yo lo recuerdo venir a Polonia fue como realizar una suicida acrobacia circense. Era un salto al vacío que muchos de nosotros ya estábamos preparados a dar antes de conocer a nuestras parejas. El hecho de venir con alguien a quien se amaba nos daba la red que nos salvaría si caíamos.
Las relaciones de los que se vinieron no siempre funcionaron pero la mayoría siguieron viviendo aquí con o sin una nueva relación.
Me doy cuenta de que hasta ahora no he llegado a explicar realmente por qué nos quedamos en este país así que entraré en materia:
Salí de España en un momento en el que el paro era muy alto. Como ahora más o menos. Podría haber estudiado oposiciones como hacían muchos pero la sola idea de tener un trabajo estable y seguro de por vida me producía escalofríos, por otro lado pensé que para hacer trabajos mal pagados sin ningún significado para mi carrera profesional mejor me iba a Londres y aprendía inglés (acababa de perder la oportunidad de entrar en los laboratorios de Oscar Mayer por no hablar el idioma)
En Londres conocí mi mujer y decidí que todavía era demasiado pronto para volver a Valencia.
Cuando yo vine, hace ya diez años, Polonia no era miembro de la UE y la comunidad española la formaban casi sólo los hombres de negocios, con quienes yo no tenía nada que ver y los profesores del Cervantes, dónde yo no podía trabajar por ser biólogo. Así que me movía entre polacos, y por eso me decidí a aprender intensivamente el idioma. Una pesadilla.
Me sentía como si intentase partir un muro a cabezazos, pero aprendía y cuando conseguía dominar mejor el polaco era como si hubiese echado el muro, sólo para descubrir que detrás había aún otro igual de sólido que el anterior. Cuando por fin comencé a comunicarme más o menos bien con los polacos me di cuenta de que me trataban como a uno de ellos. No era ya un extraño. Había aprendido a hablar polaco, a comportarme como un polaco e incluso a hacer chistes como un polaco. Al principio sólo actuaba pero poco a poco comenzaba a creerme el papel, claro, lo representaba veinticuatro horas al día. Empecé a desvariar, no sabía ya quién era yo. Lo hacía todo como si fuese otra persona, me estaba perdiendo a mi mismo y todo porque los polacos me recibían con los brazos abiertos y me consideraban como a uno de ellos. En aquella época hubiera preferido que fueran tan fríos y distantes como los ingleses. Después encontré trabajo en Sinfronteras y comencé a trabajar con españoles. Esas horas con los míos me devolvieron el equilibrio mental. Podía reírme como antes, hablar como antes, abrazar a un amigo sin violentarlo por eso.
Me di cuenta de que no sólo no me molestaba ya comportarme como un polaco, sino que de verdad era polaco, con los polacos y español con los españoles, y no me sentía raro. Me dí cuenta de que me había enriquecido enormemente como persona, había sido duro pero jamás hubiese conseguido nada parecido sin salir de España.
Me encanta España, sus calles, los bares, las montañas y la calidez de las gentes pero si volviese, una mitad de mí, la polaca, estaría emigrando.
Por eso me quedo aquí, porque este país me ha dado mucho, porque me han recibido con los brazos abiertos y han hecho que me sienta polaco, por lo menos en parte y porque tras haber formado una familia y tener un trabajo estable ya no me apetece dar más saltos al vacío, ni con red.