El economista Daron Acemoglu y el economista y politólogo James A. Robinson son los autores de “Por qué fracasan las naciones. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza”. El título del libro ya muestra por sí solo que la modestia no es una virtud de los autores. Otra cosa es que las 460 páginas que siguen al título nos convenzan de que son muy inteligentes y tienen más razón que unos santos. A mí no me han convencido de ninguna de esas dos cosas.
En la introducción los autores establecen cuál es el objetivo del libro: explicar porqué unas naciones son ricas y gozan de estándares de vida elevados y otras son pobres y miserables. El inicio del libro es muy ilustrativo. Muestran las diferencias que se dan en la ciudad de Nogales, cuya parte norte pertenece a EEUU y la sur a México. En el Nogales norteamericano la renta per capita es de 30.000 dólares al año, la alfabetización es prácticamente universal y reina el Estado de Derecho. En el Nogales mexicano hay analfabetismo, mucha criminalidad y corrupción. Un asquito, vamos. ¿Por qué estas diferencias?
El capitulo segundo se dedica a desmontar las teorías que, según los autores, no sirven para explicar las diferencias entre los dos Nogales. La primera y más antigua teoría es la de la influencia de la geografia. El crecimiento económico de Malasia, Singapur o Botswana en las últimas décadas muestra que no hay nada intrínseco en los Trópicos que impida el desarrollo. Antes de la llegada de los europeos, el sur de África era la parte menos desarrollada del continente. En la actualidad Sudáfrica es el Estado más desarrollado del África Subsahariana. El mismo ejemplo de Nogales muestra que la diferencia que hace una simple verja obra de los humanos, supera cualquier efecto de la geografía. Otra teoría que los autores aseguran que no funciona es la de la cultura. La religión, los supuestos valores africanos o asiáticos, las normas morales no sirven para explicar por qué unas naciones son ricas y otras no. Los autores evidentemente no están de acuerdo con el vínculo que Max Weber creyó encontrar entre el protestantismo y el surgimiento del capitalismo. El argumento es muy simple: si explicamos el éxito económico de los Países Bajos en el siglo XVII por el protestantismo, ¿cómo explicaremos el éxito económico del Singapur del siglo XX? Una tercera teoría un poco más chorra que desmontan es la de la ignorancia. Los países pobres estarían gobernados por una manga de ignorantes que no sabrían hacer la o con un canuto y lo ignorarían todo de la economía. No, la mala gestión no se explica por una ignorancia de las leyes de la economía, sino porque sobre el decisor operan otros parámetros, generalmente políticos, que le llevan a tomar decisiones económicamente ruinosas a largo plazo, pero que tienen sentido en el corto plazo desde un criterio exclusivamente político. Un ejemplo podria ser instalar una fábrica lejos de las fuentes de aprovisionamiento y lejos de los mercados a los que va a abastecer, pero en una región que vota regularmente al político que toma la decisión.Si esas explicaciones son sirven, ¿cuál es la explicación correcta de que unas naciones sean ricas y otras pobres? Para los autores la explicación correcta es si tienen instituciones políticas incluyentes o excluyentes. Unas instituciones políticas incluyentes a la larga implican una economía incluyente. La combinación institución política incluyente-economía explotadora sólo es posible durante un breve período de tiempo. Tarde o temprano, la política empujará a la economía en sentido incluyente. Dos observaciones que hacen los autores sobre este proceso. La primera es que una economía explotadora y unas instituciones políticas excluyentes pueden permitir que haya crecimiento económico, pero el crecimiento económico que generan no es sostenible ni duradero. Un ejemplo lo proporcionaría la URSS. Durante unos años la URSS conoció un ritmo de crecimiento notable a pesar de que su modelo no era incluyente. La explicación es que la gestión centralizada permitio una asignación de recursos más eficiente de lo que había existido bajo el zarismo. Cuando esa reasignación de recursos hubo agotado sus efectos benéficos, el lado oscuro del modelo explotador asomó la cabeza y se acabó el crecimiento.La otra observación me sorprendió un poco más. Al principio pensé que su planteamiento sería similar al de Francis Fukuyama en “El final de la Historia”: toda la Humanidad camina derechita y sin desvíos hacia el modelo anglosajón. Pues no, los autores advierten que el camino no es de una sola dirección, sino que los cambios de sentido son posibles y lo ilustran con el ejemplo del imperio veneciano. Venecia se hizo independiente en 810. Siendo una nación de navegantes (no podían ser otra cosa, dada su geografía) se beneficiarion inmensamente del comercio mediterráneo, al haberse convertido en el punto de unión entre los mercados orientales y los occidentales. Durante los primeros siglos Venecia evolucionó en el sentido de una mayor inclusividad. El contrato de “commenda” que se desarrolló por el que dos personas se asociaban en una empresa comercial, poniendo una el capital y otra el esfuerzo. Este contrato favorecía el ascenso social de jóvenes emprendedores con muchas ganas, pero sin capital. El modelo político empezó a cambiar y a volverse más incluyente. Se creó el Gran Consejo, que se convirtió en la principal fuente de poder político, en lugar del Dogo, que había venido cumpliendo esa función. Se establecieron tribunales y magistrados independientes que dieron lugar a nuevos tipos de contratos mercantiles. Venecia parecia estar moviéndose hacia un sistema cada vez más incluyente. En 1286 se introdujo una enmienda constitucional importantísima: las designaciones al Gran Consejo tenían que ser aprobadas por el Consejo de los Cuarenta, que estaba controlado por unas pocas familias de la élite. Reformas ulteriores confirmaron el creciente control por la élite de las instituciones políticas hasta que en 1315 se publicó el Libro de Oro, que era el registro de la nobleza veneciana. Aquél cuya familia no figurase en él no podría acceder al Gran Consejo ni, por consiguiente, al poder político. Poco después se introdujeron cambios en las instituciones económicas que las hicieron más explotadoras. Se prohibieron los contratos de “commenda”, que habían permitido el ascenso de sangre nueva en el comercio, y el Estado, que ahora estaba controlado por una élite retringida, empezó a dedicarse al comercio. Como señalan los autores: “Las instituciones políticas y económicas se volvieron más extractivas y Venecia comenzó a experimentar el declive económico.” Aquí me da la sensación de que los autores barren para casa y simplifican enormemente las causas del declive económico de Venecia. Sin quitar importancia a las causas institucionales, habría que decir que el declive económico de Venecia se debió más bien a que los portugueses encontraron una ruta alternativa a las especias asiáticas que compitió con éxito con las rutas mediterráneas que controlaban los venecianos. A eso se añadió que Venecia en las primeras décadas del siglo XVI quiso jugar a ser una potencia terrestre en Italia, algo costoso y para lo que no estaba preparada.Los autores hubieran podido preguntarse si algo parecido a lo que ocurrió en Venecia a finales del siglo XIII podría ocurrir en EEUU en el siglo XXI, pero no lo hacen.Los autores narran el episodio de los denominados “barones ladrones” y los monopolios que crearon entre finales del XIX y comienzos del XX, que generaron la suficiente conmoción política como para que los Presidentes Roosevelt, Taft y Wilson se sintieran obligados a tomar medidas contra los monopolios y a forzar su desmantelamiento. De este episodio sacan dos lecciones, la positiva y la negativa. La negativa es que “…la presencia de los mercados no es una garantía por sí misma de instituciones incluyentes. Los mercados pueden estar dominados por unas pocas compañías, que carguen precios exorbitantes y bloqueen la entrada de rivales más eficientes y de nuevas tecnologías. Los mercados, abandonados a sus propios mecanismos, pueden dejar de ser incluyentes y pasar a estar cada vez más dominados por los económica y políticamente poderosos.” La lección positiva es que unas instituciones políticas incluyentes crean un contrapeso a los intentos de apartarse de un sistema económico incluyente. El ejemplo de lo que ocurrió con los “barones ladrones” muestra la importancia de unos medios de comunicación libres, que informen a la opinión pública de estas desviaciones.Me gusta que me cuenten lo bien que funcionaron las instituciones políticas incluyentes norteamericanas a comienzos del siglo XX, pero hubiera preferido que me contasen si han funcionado igual de bien a comienzos del siglo XXI con ocasión de la crisis financiera. Si vemos la creciente concentración de la riqueza en manos de unos pocos, los obstáculos crecientes al ascenso social y a la realización del “sueño americano” por quienes parten de cero, lo difícil que está siendo introducir nuevas regulaciones y controles en Wall Street, el poder de los lobbies sobre los políticos, la concentración de medios de comunicación en unas pocas manos que, además, tienen intereses empresariales que defender, el escasísimo número de financieros que han acabado pagando las consecuencias de su mala gestión (por no hablar de latrocinio puro y duro), cabría preguntarse si EEUU no ha tomado la ruta que ya tomara Venecia a finales del siglo XIII.He de reconocer que el libro no me ha gustado. Lo encuentro demasiado simplista. El fracaso y el éxito de las naciones, al igual de el ascenso y la decadencia de los imperios es algo demasiado complejo como para que podamos reducirlo a una sola fórmula: establezca usted instituciones políticas incluyentes que a su vez traigan instituciones económicas incluyentes y habrá entrado en la senda al estrellato. Ocurre como con el envejecimiento: dado que los ancianos producen menos melatonina, si usted se toma una pastillita de melatonina, seguro que lo frena. Pues no, procesos complejos se deben a más de una causa. Acemoglu y Robinson son muy convincentes en su defensa de la necesidad de instituciones incluyentes, pero deberían explorar otras causas del fracaso de las naciones, como las geográficas o las culturales que desdeñaron. Es una pena que no se hubieran centrado un poco menos en su idea favorita y hubieran explorado otras hipótesis para ofrecer una teoría más global y omnicomprensiva.