En la puntuación creada por Morris, en el 541 Oriente adelantó a Occidente por primera vez. ¿Por qué Oriente salió de la crisis de comienzos de nuestra era mucho antes que Occidente? China reencontró su unidad a finales del siglo VI con el brillante imperio T’ang. Occidente lo más que consiguió fue el renacimiento carolingio, modesto en comparación con los T’ang y que, además, no abarcó a todo Occidente. La respuesta para Morris es: la geografía. Desde el siglo III d.C. los granjeros han habían comenzado a explotar las comarcas al sur del Yang-tsé y a partir del siglo VI empezaron a introducir nuevas técnicas agrícolas que aumentaron los rendimientos. China se encontró con una ventaja que no tuvo Occidente: en el norte aún tenía un estado organizado, la dinastía Sui, cuya base económica estaba arruinada; en el sur había formaciones políticas débiles y una economía floreciente. El emperador Wendi se dio cuenta que el sur estaba pidiendo a gritos que lo conquistasen y acudió al llamado, reunificando China y poniendo las bases del renacimiento T’ang. En Occidente Justiniano un poco antes había querido hacer algo parecido y restablecer la unidad del Imperio romano. Fracasó por muchos motivos: la situación en sus fronteras era más complicada con los persas sasánidas en el este y los recién llegados eslavos en el norte, que la que debía afrontar Wendi; en ningún lugar del mundo mediterráneo había una base económica tan halagüeña como la que existía al sur del Yang-tsé, para sostener un renacimiento imperial; y para rematar los últimos años de su reinado se vieron teñidos por las epidemias.
A comienzos del siglo IX, nuevamente Occidente y Oriente se encontraban en problemas. El renacimiento carolingio iba perdiendo fuelle y la relativa recuperación económica y social que trajo Carlomagno, atrajo a nuevos invasores: los vikingos y los magyares. Por otro lado, la irrupción del Islam había hecho que el Mediterráneo dejase de ser un mar que unía y facilitaba el comercio, para convertirse en una frontera entre dos civilizaciones hostiles. En China, a mediados del siglo VIII la dinastía T’ang había entrado en crisis y en adelante no haría más que renquear hasta su triste final en el siglo X.
Y entonces, ese gran motor de la Historia que es para Morris el clima volvió a cambiar: las temperaturas subieron entre el 900 y el 1300 en torno a un grado y la precipitaciones cayeron un 10%. El cambio fue un alivio para Europa y una pesadilla para el mundo musulmán, que se volvió más cálido y seco y empezó a perder la ventaja que había tomado sobre el Occidente cristiano (advertencia: para Morris, el mundo musulmán sigue siendo parte de Occidente, porque proviene del mismo núcleo originario). Europa se puso a roturar tierras y a desarrollar nuevas técnicas agrícolas y volvió a crecer. En China la dinastía Song restableció las cosas más o menos en el 960.
La Historia universal estuvo a punto de dar un vuelco en el siglo XII, cuando los chinos estuvieron, según Morris, en un tris de inventar la revolución industrial y habían alcanzado un nivel de desarrollo social similar al conseguido por los romanos en sus mejores tiempos. En el siglo XI los obreros chinos habían inventado una bobinadora a pedales y más tarde inventaron una que podía utilizar la fuerza animal o la del agua. Al mismo tiempo los herreros chinos de la ciudad de Kaifeng, que era la capital del imperio, empezaron a utilizar carbón ante la escasez de madera. La revolución industrial en Inglaterra precisamente comenzó con la aplicación de máquinas en la industria textil y el uso del carbón como fuente de energía. Sólo faltaba que alguien inventase en China la máquina de vapor. Pero en lugar de la máquina de vapor, lo que llegó a China en el siglo XII fueron los bárbaros jurchen. En 1127 Kaifeng cayó en manos de los jurchen y el dominio de los Song quedó limitado al valle del Yang-tsé. Aun así, se daban las condiciones para que en el siglo XIII los Song del Sur hubiesen inventado la revolución industrial. Desgraciadamente a Gengis Jan se le ocurrió nacer a comienzos del siglo XIII y los Song y sus avances tecnológicos se fueron al garete con la conquista mongola y las epidemias y hambrunas que la acompañaron.
A mediados del siglo XIV se produjo la terrible mortandad de la Peste Negra, que puede que matase entre la tercera parte y la mitad de la población de Occidente y que también causó estragos en Oriente. Además coincidió con ese viejo amigo de Morris, el cambio climático. Más o menos por esas fechas se terminó el calentamiento iniciado en el 900 y sobrevino un período que se ha dado en llamar la Pequeña Edad del Hielo, que con ese nombre no hace falta que explique en lo que consistió. Pero para el siglo XIV Oriente y Occidente eran mayores, disponían de tecnologías más desarrolladas y tenían más capacidad para aguantar los choques. Para comienzos del siglo XV, ambos habían comenzado a recuperarse.
A comienzos del siglo XV, la recién creada dinastía Ming mandó siete grandes expediciones navales que recorrieron todas las costas del Índico hasta Mozambique, que han excitado la imaginación de todos los escritores de ucronías. En 1433 los ming decidieron que ya estaba bien de chorraditas marítimas, pusieron fin a las expediciones y dejaron que la gran flota se pudriese. El historiador Arnold J. Toynbee dio una explicación de porqué eso pudo ocurrir en China y nunca hubiera podido ocurrir en Europa. China estaba unificada bajo un emperador, cuya voluntad determinaba la gran estrategia del Imperio. Si el emperador y sus ministros habían decidido una política, no había vuelta de hoja. Europa, en cambio, estaba dividida. Un estado que dejase de ensayar una política potencialmente provechosa, simplemente estaba cediendo terreno a otro estado más emprendedor para que la pusiese en práctica. Un ejemplo lo tenemos cuando Portugal no aceptó los planes de Colón de buscar una ruta occidental hacia las Indias. Colón simplemente cruzó la frontera y ofreció su plan a Castilla.
André Gunder Frank señaló que fue el descubrimiento de América y sus riquezas lo que proporcionó a los atrasados europeos la plata necesaria para introducirse en las redes comerciales asiáticas que estaban centradas en China y, al final, tomar la delantera. Morris considera que la geografía hizo casi ineludible que fueran los europeos quienes descubrieran América y no los asiáticos. El Atlántico es más pequeño que el Pacífico, tiene vientos y corrientes que favorecen la travesía e islas intermedias como las Azores o las Canarias, que sirven de escalas. Por otra parte, los europeos tenían en el siglo XV incentivos económicos para explorar otras regiones que los asiáticos, que nadaban en la abundancia, no tenían. Uno de los incentivos, importantísimo fue el Imperio Otomano, que con la conquista de Constantinopla y del imperio mameluco en Egipto se convirtió en el intermediario casi ineludible entre Europa y las riquezas de Asia. La ruta de la seda y las rutas marítimas del Índico que tomaban bien el Golfo Pérsico o el Mar Rojo desembocaban en territorios controlados por los otomanos. Europa necesitaba nuevas rutas para enlazar con Asia. Portugal las buscó contorneando Asia y Castilla las buscó yendo hacia el oeste y dándose de bruces con América.
Los siglos XVI y XVII fueron siglos de crecimiento en Oriente y Occidente, aunque más en el segundo. La revolución científica y las riquezas rapiñadas en América ayudaron a que Occidente recortase distancias con Oriente. El siglo XVII fue un siglo de crisis en toda Eurasia: Europa central se vio devastada por la guerra de los Treinta Años, en China cayó la dinastía Ming y fue reemplazada por la que establecieron los invasores manchúes, en la India el Imperio de los mogoles inició su decadencia. Sin embargo, los índices de desarrollo social no cayeron y para comienzos del siglo XVIII en Oriente y Occidente habían alcanzado los 43 puntos, los mismos niveles que tenían cuando los Imperios romano y han entraron en decadencia y cuando Oriente y Occidente decayeron en el siglo XIV.
Morris piensa que en torno a los 45 puntos de desarrollo hay una suerte de techo que un imperio agrario, cuyas fuerzas de energía son la fuerza humana y animal y algo la del viento y la del agua, no puede romper. Es un cuello de botella ecológico, que plantea problemas que un Imperio romano o un Imperio han no pueden resolver. Oriente y Occidente hubieran conocido una crisis como la de los siglos I y XIV, si no se hubiera producido la revolución industrial, que cambió las reglas del juego al proporcionar a las sociedades herramientas que hasta entonces no habían estado disponibles.
El siglo XVIII fue el siglo en el que Occidente recuperó la ventaja. Se produjo una revolución tecnológica. La frontera de las estepas se cerró. Los sedentarios habían desarrollado nuevas armas, los cañones y las escopetas, contra las que la caballería de los nómadas no podía competir. Por primera vez en la Historia los bárbaros dejaron de representar una amenaza para los imperios sedentarios de Eurasia. Se había desarrollado una economía atlántica, que no existía durante las crisis de los siglos I y XIV.
Morris estima que Oriente por sí sólo habría podido tal vez inventar la revolución industrial durante el siglo XIX. Si Occidente, y más específicamente Inglaterra, le adelantó fue por una serie de factores. El primero es la escasez de mano de obra en Occidente. La densidad demográfica en Occidente era menor y los europeos siempre tenían la posibilidad de marchar a las colonias. El resultado es que la mano de obra era bastante más cara que en Oriente. Había pues un incentivo muy importante para buscar maneras de producir con menos mano de obra. Inglaterra tenía mucho carbón y además lo tenía en lugares muy convenientes: cerca de las minas de hierro y de las grandes poblaciones que serían los emplazamientos ideales para las primeras fábricas. Las colonias proporcionaban unos mercados cautivos, que absorberían cualquier producto que se les enviase. Y, finalmente, Occidente, sobre todo Inglaterra, había desarrollado los mercados financieros: cualquier productor lo suficientemente osado que quisiera probar una nueva máquina tenía a su disposición todo el dinero que quisiera, siempre que pudiera convencer a los inversores de la sostenibilidad del proyecto.
La industrialización, unida al progreso de las comunicaciones que hizo el mundo más pequeño, provocó no sólo que desde el siglo XVIII (1721 para ser más exactos, siguiendo las detalladas cuentas de Morris) Occidente adelantase a Oriente, sino que Occidente se convirtiese en el señor del planeta.