Revista Expatriados

¿Por qué manda Occidente (por ahora)?

Por Tiburciosamsa

El siglo XX ha sido el siglo del predominio de Occidente, pero seguramente también sea el siglo donde empezó su decadencia. A comienzos del siglo XX el grado de desarrollo social de Occidente era 2’4 veces mayor que el de Oriente; en 2000 la proporción era de sólo 1’6 veces más. Si las tendencias observadas siguen hasta el futuro, Oriente adelantaría a Occidente en 2103 como muy tarde. En urbanismo y tamaño de las ciudades, Oriente ya está a la par de Occidente. Los analistas andan apostando sobre la fecha en que la economía china superará a la norteamericana y parece que anduvieran enzarzados en una guerra por ver quién presenta la fecha más temprana en que eso suceda. Mi apuesta es que no antes de 2030 y no más tarde que 2050. Hay más dudas sobre cuándo Oriente podría superar a Occidente en capacidades bélicas, tecnología de la información y captura de energía. Morris no fija una fecha, pero cree que a partir de 2050 las cosas se acelerarán tanto que difícilmente Occidente podrá mantener su liderazgo en esas áreas por mucho más tiempo.

Pero tal vez la pregunta de cuándo adelantará Oriente a Occidente sea ociosa. Tal vez la globalización haya difuminado esa distinción. Tal vez podamos leer la Historia de los últimos doscientos años como la Historia de cómo Occidente se expandió a Oriente e hizo de él su periferia. Ahora Oriente goza de las ventajas de todas las periferias y se prepara a devolvernos el favor. Ya no hay Oriente ni Occidente, sino un mundo unificado.

¿Cómo será el mundo en el 2103? Si 900 puntos de desarrollo social separan las cuevas de Altamira de la bomba atómica, resulta impensable lo que podemos esperar de un mundo que, extrapolando de los datos históricos, habría superado los 5.000 puntos de desarrollo social, más que el doble del actual. Habría ciudades de 140 millones de habitantes, los cerebros humanos podrían enlazarse con ordenadores potentísimos y tener acceso a todos sus datos, tendríamos robots combatientes de todos los tamaños… El futurista Ray Kurzweil ha llamado al período que nos espera “Singularidad”: “… un período futuro durante el cual el ritmo del cambio tecnológico será tan rápido, su impacto tan profundo (…) que la tecnología parecerá estar expandiéndose a un ritmo infinito.” Si las tendencias actuales continúan, Kurzweil pronostica ordenadores con la misma capacidad de almacenamiento de datos que el cerebro humano (al parecer somos capaces de almacenar 10 billones de recuerdos; pero antes de que os congratuléis os recuerdo que la mitad de esos recuerdos son dolorosos y la otra mitad es irrelevante), seremos capaces de elaborar mapas del cerebro humano neurona a neurona (formidable, pero ¿realmente nos interesaría tener un mapa tan detallado del cerebro de Berlusconi?). Para el 2045 podríamos haber creado una suerte de mundo interconectado de inteligencias humanas e inteligencias artificiales, donde las segundas nos estarían siempre ganando al ajedrez. La Humanidad evolucionaría hacia algo nuevo, habríamos roto las leyes de la biología.

 

Morris no es un ingenuo. Nadie que haya caído en que los seres humanos se mueven por la codicia, la pereza y el miedo (sí, ya sé que se dejó el sexo fuera. Algún fallo tenía que tener) puede confiar ciegamente en pronósticos de color de rosa. Dos veces, en el siglo I y en el XIV, la Humanidad se encontró con un techo, un techo que el tipo de sociedad que existía entonces no pudo romper. Para romperlo tuvimos que descubrir la energía del carbón, la máquina de vapor y la revolución industrial. ¿Y si ahora nos encontrásemos con un techo semejante? ¿Y si nos encontrásemos ante un cuello de botella ecológico que fuese inabordable en nuestro presente estado de desarrollo social y tecnológico?

Hay suficientes datos como para pensar que tal vez nos encontremos en una situación tal. La revolución industrial que nos ayudó a romper el techo que había al desarrollo ha provocado el calentamiento climático actual que es de esperar que produzca más huracanes, más sequías, precipitaciones más irregulares, una subida en el nivel del mar, etc. Lo peor es que en el clima todo está interconectado. No sabemos a partir de qué momento los cambios pueden ser irreversibles, en qué momento puede ponerse en marcha una reacción en cadena que nos lleve a cambios catastróficos en el clima.

Incluso si no se producen cambios climáticos catastróficos, ya tenemos algunos antiguos males de vuelta. El primero es el hambre. Con una población en aumento y unos rendimientos de la tierra más inciertos a causa del cambio climático, podemos encontrarnos en breve con una seria crisis alimentaria. En 2008 en que los precios de los alimentos subieron desproporcionadamente ya tuvimos un leve anticipo de a qué se podría parecer una crisis alimentaria. El National Intelligence Council de EEUU estima que para 2025 en torno a 1.400 millones de personas podrían sufrir escasez de agua y/o alimentos. El segundo son las migraciones incontroladas. Si nos preocupan las pateras que no han parado de llegar en los últimos años, preparémonos ante lo que se nos puede venir encima si una combinación de hambrunas, inestabilidad política y cambio climático llevan a los habitantes del Sur a tratar de emigrar en masa hacia el norte. Las invasiones bárbaras del Imperio romano parecerán un chiste en comparación. El tercero es la enfermedad. La celeridad de las comunicaciones no sólo es una ventaja para los viajeros; también lo es para las epidemias. Además la degradación de los ecosistemas nos pone en contacto con gérmenes nuevos y con muchas ganas de mutar para hacer frente a la degradación de su ambiente. Una vez hablé con uno que trabajaba para la OMS y me puso los pelos como escarpias cuando me describió un escenario, que no es imposible, en el que el virus de la gripe aviar mutaba y aprendía a contagiarse de humano a humano. Casos de contagio entre humanos ya ha habido en Indonesia y el norte de Vietnam, pero parece que el virus todavía no ha desarrollado plenamente esta posibilidad. Finalmente, tenemos el riesgo de los Estados fallidos. No era lo mismo que Atila se muriera en el siglo V y de pronto los hunos no supieran qué hacer que Pakistán con armas nucleares se descomponga. Otro problema con los Estados fallidos. Si los acontecimientos recientes en el mundo árabe han hecho que suban los precios del petróleo, ¿qué no ocurriría si las cosas fueran a más y, por ejemplo, Libia y Yemen se convirtieran en Estados fallidos (no es imposible)?

Morris cree que estamos metidos en una carrera, entre la Singularidad, a la que podríamos acceder y el techo ecológico que nos amenaza. Depende de nosotros, de nuestra codicia, nuestra pereza y nuestro miedo, quien gane. ¿Apostamos algo a quién gana?


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