Psynthesis | On 30, jul 2013
Desde el asesinato de Kennedy al accidente de la Princesa Diana, pasando por la supuesta muerte de Paul McCartney y su sustitución por un doble, o la creencia de que un anciano Elvis estaría en realidad vivo en alguna parte, la idea de que no conocemos toda la verdad sobre lo que ocurre en el mundo está bastante extendida. Al menos, es llamativa la amplia lista de ámbitos y temas en torno a los cuales ha proliferado: intrigas políticas, sociedades secretas, guerras promovidas por poderes ocultos, profecías apocalípticas, contactos con extraterrestres, experimentos genéticos con humanos, uso de tecnología para el control de la mente, creación de patógenos en laboratorios…e incluso según una teoría, la transición a la televisión digital no ha sido sino una artimaña para introducir subrepticiamente en cada casa cámaras y micrófonos, convenientemente instalados en nuestros nuevos televisores y descodificadores por algún poder oculto.
Las llamadas “teorías de la conspiración” tratan de explicar las causas de acontecimientos que son socialmente perturbadores aludiendo a actores que –en secreto y de manera coordinada- trabajan para lograr objetivos ocultos, ilegales, malévolos o poco acordes con la ética. Pero, ¿por qué se llega a dar veracidad a algunas de estas creencias? Alguien podría pensar que se trata de síntomas delirantes, tan sólo compartidos por personas que tienen alguna enfermedad mental con componentes de paranoia; pero lo cierto es que –lejos de tratarse de un fenómeno individual- las “teorías de la conspiración” son un “fenómeno de masas”, y sólo hay que echar un vistazo a Internet para convencerse de ello. De hecho, algunos autores se han referido a ellas con el término más técnico de “cognición social paranoide”.
En un estudio publicado recientemente en el European Journal of Social Psychology, Van Prooijen y Jostmann (2013) han analizado algunos de los factores que podrían estar asociados con la creencia en las teorías de la conspiración. En concreto, los autores identifican dos variables que serían clave: la existencia de un contexto de incertidumbre y las dudas sobre la moralidad de los agentes supuestamente implicados. Según plantean los investigadores, las teorías de la conspiración son una forma de “dar sentido” o explicar acontecimientos que resultan estresantes para el ciudadano de a pie, porque son incontrolables, aleatorios, confusos, o difíciles de comprender con las categorías de pensamiento que habitualmente usamos. Son hechos que se salen de lo común (p. ej. atentados, enfermedades, catástrofes sociales o naturales, etc.) y que conllevan una cierta sensación de ser vulnerable ante lo desconocido, pues sus causas y la forma de hacerles frente son inciertas.