¿Qué harías si un día llegas a casa por la noche y tu hijo adolescente no aparece? ¿Qué harías si, horas después, descubres que tu hijo no está de juerga, ni con sus amigos, ni borracho en una esquina sino detenido en comisaría? ¿Qué harías si al llegar descubres que llevan interrogándolo horas, sin abogado, sin ser acompañado por un adulto? ¿Qué harías si no entiendes nada? ¿Qué harías cuando descubres que el sistema está en tu contra? ¿Qué harías cuando el sistema te pasa por encima y destroza a tu hijo y a tu familia?
Hace días que vi Así nos ven la serie de Netflix que narra la historia de los cinco de Central Park y no dejo de darle vueltas. En 1989 cinco chavales, con edades comprendidas entre catorce y dieciséis años, fueron acusados de violar y golpear a una joven corredora en Central Park. Acusados sin pruebas o con pruebas amañadas fueron condenados a entre seis y trece años de cárcel. En 2002 sus condenas fueran anuladas cuando el verdadero culpable, confesó el crimen.
Es una serie sobre racismo, sobre injusticias, sobre esos críos y sus vidas destrozadas por el sistema, por la prensa, por la opinión pública y va también, si tienes hijos, sobre ser padres.
Viéndola no dejaba de preguntarme qué hubiera hecho yo. Nada mejor que ellos, puede que alguna cosa peor, pero eso es lo de menos. Lo que me inquietaba viéndolo, lo que no me dejaba casi respirar mientras asistía a su desastre, era acercarme, aunque fuera muy de lejos, a lo que esos padres sentirían, sufrirían. Que tu hijo sea un criminal, reconocer que es malo, tiene que ser terrible porque todos, absolutamente todos, creemos que nuestros hijos son buenos y nos resistimos como gato panza arriba (me encanta esta expresión) a reconocer que puedan ser malos que puedan hacer algo malo, pero vivir con la certeza de que tu hijo está sufriendo un castigo injusto y terrible sin que tú puedas hacer nada tiene que ser aún peor, es terrorífico.
Enseñas a tus hijos a ser buenos chicos, a no meterse en líos, a evitar el peligro, a que si te portas bien estarás a salvo, les dices que las leyes nos protegen, que el sistema está para algo y de repente todo eso en lo que creías, todo aquello que sustentaba tu realidad se desmorona dejando a tus pies un vacío inmenso en el que te precipitas sintiendo que no tienes asideros para poder ayudar a tus hijos. No soy capaz de imaginar la enormidad de la angustia de esos padres sintiéndose culpables por haber engañado a sus hijos en su educación, por el descubrimiento de que la certeza de sus principios era falsa y por su impotencia para poder ayudarlos. En la serie queda muy bien retratado como cada una de las familias se enfrentó a la situación, cada uno como pudo, aguantando la respiración o boqueando buscando aire hasta asfixiarse, peleando o rindiéndose, esperanzados o desesperados, convirtiéndose en descreídos o buscando refugio en la religión.
La vida de esas familias estalló en mil pedazos porque a la angustia por la injusta condena se sumó también la acusación popular: hubo mucha gente que creyó que eran violadores, que pidió que los condenaran a muerte (Donald Trump pagó un anuncio a todo página en el New York Times pidiendo que los condenaran a muerte) y que durante años y años marginó a esas familias, a esos padres, a los hermanos.
Las vidas de esos chicos se perdieron entre rejas, entraron siendo críos aterrorizados y salieron siendo adultos heridos. En un especial de Oprah Winfrey en el que los entrevista son las dos cosas a la vez: críos asustados y hombres heridos. Percibes su fragilidad, su miedo. Son piezas de porcelana rotas y vueltas a pegar que temen volver a romperse en cualquier momento.
Lo que más me impactó, sin embargo, fue ver en sus ojos, en sus gestos, en sus miradas un reproche: Papá, mamá ¿por qué no me ayudaste? Uno de ellos incluso culpa a su padre de todo lo que le ocurrió, opina que fue un cobarde, que le falló tanto que jamás podrá perdonarlo. Les entiendo, eran niños y seguirán siéndolo para siempre. Pero yo pienso en los padres, en como te sientes teniendo hijos y en como hay cosas que siempre ocurren por primera vez y para las que no estás preparado. Imagino a sus padres aterrorizados, incrédulos, asustados y, a la vez, teniendo que fingir que sabían que hacían, que de verdad creían que todo iba bien, que se solucionaría. Los veo en la serie desbordados por la situación y ellos también parecen niños. Yo lo sería, no sabría qué hacer. Y, a veces, me siento así con mis hijas. Pasan cosas nuevas, situaciones que no sabía que ocurrían y frente a las que no sé cómo actuar aunque finjo tener todo controlado. A lo mejor esto solo me pasa a mí, a lo mejor el resto de padres del mundo lo tienen todo clarísimo siempre pero yo, sinceramente, la mayor parte del tiempo improviso confiando en que todo vaya bien ,como hicieron esos padres.
Hay que ver Así nos ven aunque tengas que ir parando de vez en cuando para mirar por la ventana y pensar: «por ahora, estamos a salvo, todo va bien» antes de volver a surmergirte en «qué fácil es que todo se desmorone».